lunes, 4 de enero de 2010

Cuba en la vanguardia de la historia (Atilio Borón)

Es una tarea ciclópea resumir en unas pocas líneas el significado de un algo tan especial como la Revolución Cubana, que el viejo Hegel no hubiera dudado un instante en caracterizar como un acontecimiento “histórico-universal.” Una revolución que destruyó mitos y prejuicios profundamente arraigados: que la revolución jamás podría triunfar en una isla situada a 90 millas de Estados Unidos; que el imperialismo jamás permitiría la existencia de un país socialista en su patio trasero; que la revolución era impensable en un país subdesarrollado y, para colmo, sin el protagonismo de un partido “marxista-leninista” conduciendo la insurrección de las masas. Todos estos pronósticos, y muchos otros que sería largo enumerar, fueron refutados por el triunfo del Movimiento 26 de Julio y la consolidación y heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana.

En efecto: ha sido -y sigue siendo- una hazaña resistir a medio siglo de un bloqueo económico sin precedentes en la historia de la humanidad y que año a año es condenado por casi todos los países de la ONU, con la excepción de Estados Unidos y un puñado de sus indignos “estados-clientes”. Pensemos simplemente lo que hubiera ocurrido en la Argentina (o cualquier otro país) ante un bloqueo de apenas un año, limitando drásticamente desde la importación de bienes esenciales hasta el ancho de banda de la Internet: este país se habría desintegrado producto de la conmoción social y la crisis integral que los sufrimientos y privaciones del bloqueo habrían desencadenado.

Es precisamente por eso que quien no quiera hablar del imperialismo norteamericano y sus políticas de permanente bloqueo y agresión hacia Cuba debería abstenerse de formular cualquier tipo de crítica a la revolución. Es bien importante marcar esta postura porque tanto dentro como fuera de la isla -especialmente el “progresismo bienpensante”, una especie ampliamente difundida en la región- no son pocos quienes disparan sus dardos contra las asignaturas pendientes de la revolución sin hacer la menor mención al influjo radicalmente desestabilizador de la política del imperio. Es cierto que hay mucho por hacer todavía en Cuba pero, ¿cómo explicar esas falencias al margen de un bloqueo de medio siglo cuyo costo, según cálculos muy conservadores, oscila en torno a los 93.000 millones de dólares, una cifra dos veces superior al Producto Bruto de Cuba, más allá de otras consecuencias que trascienden lo económico y que se miden en vidas humanas y en sufrimientos innecesarios e indiscriminados de toda la población? Cualquier crítica a la política, la economía o la sociedad cubana que no comience por un análisis del bloqueo y su demoledor impacto termina siendo -involuntariamente pero eso no importa- objetivamente reaccionaria. Equivaldría, salvando las distancias, a criticar a los judíos que lucharon con extraordinaria valentía y dignidad en la defensa del ghetto de Varsovia por su incapacidad para resistir a los embates de la maquinaria militar de los nazis, explicando su aniquilamiento como producto exclusivo de la situación interna del ghetto e ignorando por completo el contexto más amplio que hizo posible su derrota.

A las restricciones propias del bloqueo habría que agregar, entre muchas otras, el humillante servilismo de la casi totalidad de los países de la región, con la honrosa excepción de México, que ante un úkase del imperio cortaron relaciones con la patria de Martí a partir de 1962, profundizando los efectos deletéreos del bloqueo. Pese a ello, los cincuenta años de la revolución encuentran a Cuba sólidamente a la cabeza en una amplia diversidad de índices de desarrollo social. Este es un asunto que ya se da por descontado pero conviene recordarlo puesto que tales logros se alcanzaron bajo la hostilidad permanente de Estados Unidos y debiendo además sobreponerse a las tremendas consecuencias derivadas de la implosión de la Unión Soviética y la desaparición del Comecón. Los otros países de la región, rutinariamente cubiertos de elogios por la prensa imperialista y sus voceros en el mundo político, registran índices de desarrollo social muy inferiores –en algunos casos vergonzosamente inferiores- a los cubanos pese a que a lo largo de este medio siglo contaron con el permanente apoyo financiero y político de Washington. Un solo indicador habla con elocuencia: la tasa de mortalidad infantil por cada 1.000 nacidos vivos coloca claramente a Cuba por encima de cualquier otro país de las Américas, con un nivel semejante al de Canadá (5/1000) y aventajando a Estados Unidos (7/1000), para no hablar de países como Argentina, Brasil, México en donde estas tasas triplican o cuadruplican a las cubanas.

Este cincuentenario plantea renovados desafíos a la Revolución Cubana, originados en: (a) los grandes cambios que caracterizan a la economía mundial y que provocan la obsolescencia del viejo modelo de planificación ultra-centralizada; (b) la creciente beligerancia de un imperialismo que se enfrenta con renovadas resistencias a lo largo y ancho del globo, sobre todo luego de la crisis global estallada pocos meses atrás; y, (c) la necesidad de renovar el impulso revolucionario y, sobre todo, transmitirlo a las nuevas generaciones. Desafíos que requieren de respuestas innovadoras pero, como el mismo Fidel lo recordara, para nada significa caer en el “error histórico” de creer que “con métodos capitalistas se puede construir el socialismo.” En otras palabras: la indispensable reforma que Cuba necesita no puede significar la reintroducción de métodos capitalistas en la gestión de la economía, como se hizo en China o Vietnam. Cuba, colocada una vez más en la vanguardia de la historia, como a mediados del siglo pasado, deberá transitar por un estrecho sendero en donde se mantenga la planificación de las actividades económicas y el papel rector del estado pero apelando a estructuras más flexibles de planificación y control y a procesos más ágiles de conducción y ejecución. De lo contrario las desigualdades se multiplicarían y la corrupción y la desmoralización resultante de las mismas podrían, al cabo de un tiempo, debilitar irreparablemente el impulso revolucionario y favorecer los planes de la reacción imperialista. Fue ese el mensaje claramente expresado por Fidel en su discurso de Noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana. Por eso Cuba está a la vanguardia de la historia, realizando un experimento sin precedentes: reformar al socialismo pero profundizando el socialismo. Al igual que antes, Cuba rompe con todos los manuales y con el saber convencional. Estamos seguros que también en esta oportunidad el éxito rubricará su osadía.

Una reflexión final: imaginemos lo que habría sucedido en América Latina si la Revolución Cubana hubiese sucumbido ante las agresiones del imperialismo o como consecuencia del derrumbe de la Unión Soviética. La respuesta es clara y contundente: en tal hipotético caso nuestra historia habría sido radicalmente diferente. Sin el fuego emancipador preservado heroicamente por Cuba durante medio siglo los pueblos de las Américas difícilmente habrían tenido la inspiración y la audacia para resistir la renovada opresión de que eran objeto y para rebelarse en contra del imperio y sus lugartenientes locales. Fue su vibrante ejemplo el que incendió la pradera de América Latina en los años sesentas, lo que alimentó las grandes movilizaciones que impulsaron el ascenso de la Unidad Popular en Chile y el triunfo de Héctor Cámpora en la Argentina. Fue su ejemplo el que abrió el espacio para el giro radical de Juan Velasco Alvarado en el Perú y para la instauración de la Asamblea Popular y el gobierno de Juan José Torres en Bolivia; fue el rotundo mentís que Cuba le propinó al fatalismo y al inmovilismo lo que nutrió la insurgencia constitucionalista del Coronel Francisco Caamaño Deñó en la República Dominicana ultrajada por el invasor yankee. Fue la inconmovible lealtad y solidaridad de Cuba con todos los pueblos en lucha lo que hizo posible resistir las atrocidades de las dictaduras que asolaron la región en los años setentas y, entre tantas otras cosas, asegurar el triunfo del Sandinismo en Nicaragua y, con el sacrificio de sus hijas e hijos derrotar al apartheid sudafricano y garantizar la independencia de Angola. Fue la inconmovible fortaleza de Cuba la que la convirtió en referencia obligada cuando, a mediados de los ochentas, el continente retomaba el escarpado –¡y todavía inconcluso!- sendero de la “transición democrática” agobiado por el peso de una deuda externa que ya en 1985 la definió en La Habana como “incobrable e impagable”. Ejemplo que adquirió dimensiones gigantescas cuando la isla demostró ser capaz de resistir a pie firme el derrumbe de los mal llamados “socialismos realmente existentes”, desplomados precisamente por no ser socialismos. Y la isla resistió en esos terribles momentos las presiones y los cantos de sirenas de los agentes del imperialismo y sus publicistas (entre los cuales sobresale por su dedicación el lobbista número uno de las transnacionales españolas: Felipe González) que le recomendaban a La Habana “volver a la sensatez” y olvidarse de la revolución, para re-emerger victoriosa, como el ave Fénix en medio de la debacle de la Unión Soviética y el Comecón para animar a los pueblos del mundo entero a decir ¡basta! Es en este escenario, que lleva la marca indeleble de la resistencia de Cuba como una de sus señas de identidad, que irrumpe la Revolución Bolivariana y la figura excepcional de Hugo Chávez, mientras que más al sur Rafael Correa ponía en marcha su Revolución Ciudadana y en la Bolivia del Che un extraordinario dirigente cocalero, Evo Morales, se proyectaba como el líder de un pueblo en pos de una reivindicación que se le debía desde hacía más de cinco siglos. Hay también otros procesos en marcha en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y, en general, en casi toda nuestra geografía. Con características externas diferentes según los casos pero, invariablemente –al menos en el espíritu de los pueblos- como expresión de un intransigente rechazo al imperialismo, al capitalismo y las políticas neoliberales que rara vez se refleja en las políticas que propician esos gobiernos.

Todo esto no habría sido posible si Cuba hubiera sido derrotada en Girón, o si sus hombres y mujeres hubiesen defeccionado, abandonando sus ideales, ahogando la antorcha que con tanto esfuerzo y dignidad sostuvieron en alto durante medio siglo. Por eso la deuda de los pueblos latinoamericanos –y en gran medida también los del África Sub-sahariana- con la Revolución Cubana es inmensa. Una revolución cuyo internacionalismo la llevó a apoyar a todos los movimientos de liberación nacional de América Latina y el Caribe, a todos los gobiernos que sinceramente se proponían cambiar las vetustas e injustas estructuras de nuestras sociedades y a derrotar, empuñando las armas, a los fascistas sudafricanos apoyados por las “democracias occidentales” bajo la conducción de Estados Unidos. Y como si todo lo anterior no fuera suficiente hoy Cuba inunda al Tercer Mundo de médicos, enfermeros, maestros, instructores deportivos; una revolución que siembra educación, salud y vida, contra un imperio y sus aliados que siembran ignorancia, destrucción y muerte. Por eso, y por tantas otras cosas que sería imposible siquiera nombrar, vaya nuestra eterna gratitud para con el pueblo y el gobierno cubanos, para Fidel y para Raúl, y antes para el Che, para Camilo, para Haydée, y tantos otros héroes anónimos, cubanas y cubanos que con su lucha cotidiana y su tenacidad de hierro hicieron posible la sobrevivencia de la revolución y el renacimiento de las perspectivas del socialismo en América Latina.

Atilio Borón, 2-1-2009, extraído de:

http://agora-la-revista.blogspot.com/

Entrevista a Eduardo Galeano (Ana Delicado, diario Público)

El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano se consagró hace casi 40 años con el libro Las venas abiertas de América Latina, la obra que el presidente venezolano, Hugo Chávez, escogió para regalarle a su homólogo estadounidense, Barack Obama. Pero la fascinación que Galeano despierta perdura hasta hoy. Un testimonio cotidiano de esa admiración: durante la entrevista, que se realiza en un café de Buenos Aires, un hombre se acercó con discreción con su hija y se sentó en una mesa cercana para poder escucharle. Su último libro, Espejos, habla de un mundo contradictorio que tiene miedo de mirarse, y de reconocerse.

¿Cómo define América Latina?

Es una tierra de encuentros de muchas diversidades: de cultura, religiones, tradiciones, y también de miedos e impotencia. Somos diversos en la esperanza y en la desesperación.

¿Cómo incide esa variedad en el presente?

En estos últimos años hay un proceso de renacimiento latinoamericano en el que estas tierras del mundo comienzan a descubrirse a sí mismas en toda su diversidad. El llamado descubrimiento de América fue, en realidad, un encubrimiento de la realidad diversa. Este es el arcoiris terrestre, que ha sido mutilado por unos cuantos siglos de racismo, de machismo y de militarismo. Nos han dejado ciegos de nosotros mismos. Es necesario recuperar la diversidad para celebrar el hecho de que somos más que lo que nos dijeron que somos.

¿Esa diversidad puede ser un impedimento para la integración?

Creo que no. Toda unidad fundada en la unanimidad es una falsa unidad que no tiene destino. La única unidad digna de fe es la unidad que existe en la diversidad y en la contradicción de sus partes. Hay una triste herencia del estalinismo y eso que llamaron socialismo real a lo largo del siglo XX que ha traicionado la esperanza de millones de personas justamente porque impuso ese criterio, el de que la unidad es la unanimidad. Se confundió así la política con la religión. Se aplicaron criterios que eran habituales en los tiempos de la Santa Inquisición, cuando toda divergencia era una herejía digna de castigo. Eso es una negación de la vida. Es una suerte de ceguera que te impide moverte porque el motor de la historia humana es la contradicción.

¿La diversidad puede establecer caminos de vida irreconciliables?

No siempre. En cualquier caso, no hay que tenerle miedo a la verdad de la vida. Hay que celebrarla, porque lo mejor que tiene la vida es su diversidad. El sistema que domina el planeta nos propone una opción muy clara. Hay que elegir, a ver si querés morirte de hambre o de aburrimiento. Yo no me quiero morir de ninguna de las dos. El sistema dominante de hoy nos impone una verdad única, una única voz, la dictadura del pensamiento único que niega la diversidad de la vida y que por lo tanto la encoge, la reduce a la casi nada. Lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que él alberga, y eso vale a su vez para América Latina. Lo mejor de ella es la cantidad de Américas que contiene.

Hablaba de un redescubrimiento latinomericano. ¿Un ejemplo?

Bolivia, con Evo Morales, ha redescubierto su diversidad con mucha dignidad y con el orgullo de decir: “Somos diversos, y somos indígenas. Pero no sólo indígenas. Somos diversos”. Claro que Bolivia es un país como Paraguay, y hasta cierto punto Uruguay, sometido en cierta medida al peso avasallante de los vecinos grandes, y sobre todo de Brasil, que hoy por hoy se opone a que en el Banco del Sur cada país tenga un voto.

¿Cuál es la fuerza de ese proyecto?

El Banco del Sur es la base financiera de la unidad latinoamericana, un proyecto de Chávez, por cierto. Nace como una respuesta a la dictadura financiera del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, en donde no rige el sistema de “un país, un voto”. Los votos dependen del capital invertido: tanto dinero, tantos votos, de modo que el Fondo está dirigido por cinco países, y el Banco por ocho, aunque uno se llame Mundial y el otro Internacional.

¿Se puede recuperar un funcionamiento democrático?

Es muy difícil, por la sencilla razón de que la democracia ha sido más formal que real en los procesos históricos latinoamericanos; y en las democracias, para que lo sean de verdad, no tienen que regir relaciones verticales o jerárquicas, donde hay un mandón y un mandado. Tienen que ser horizontales, solidarias, entre iguales capaces de respetarse y reconocerse, porque la verdad es que no nos conocemos. Tenemos que conocernos para empezar a reconocernos, para saber todo lo que podemos aprender del otro. Desde la conquista española hemos sido entrenados por imperios sucesivos para la ignorancia mutua, para el divorcio y el odio mutuo. La especialidad latinoamericana es la guerra de vecinos.

Brasil puede argumentar que, puesto que es más grande, debe tener más voz.

Eso parte de la base de que la grandeza coincide con lo grandote. Mi experiencia me enseñado que la grandeza no habita lo grandote. Está escondida en la gente anónima, en el día a día que parece insignificante e indigno de atención. Lo grandote suele ser muy mezquino y de alma chiquita. No quiero decir que Brasil tenga alma chiquita, pero no hay que confundir dónde está la grandeza brasileña, que reside en alguna de sus gentes peor tratadas.

¿Héroes anónimos?

En una charla me preguntaron cuál era mi héroe preferido. Yo dije: “El día que me iba al aeropuerto para iniciar este viaje tomé un taxi, y estuve conversando con el conductor. El taxista trabajaba en el taxi entre 10 y 12 horas, pero después tenía otro empleo. Dormía entre tres y cuatro horas por día para dar de comer a sus hijos. Para él no existían los domingos, ni se acordaba de qué eran”. Ese es mi héroe preferido.

Decía antes que el motor de la historia humana es la contradicción. ¿Cree que hay contradicciones dañinas?

No tiene por qué ser así. Toda contradicción es una señal de movimiento. Lo que sí hay son injusticias objetivamente dañinas. En América Latina, el abismo que separa a los que tienen de los que necesitan, a la minoría dominante de la mayoría dominada, es cada vez mayor. Esta es una región desigual en un mundo cada vez más injusto, donde los hambrientos superan los 1.000 millones de personas.

¿Observa hoy día un cambio significativo en América Latina?

Sí. Está ocurriendo algo muy lindo, que es una suerte de exorcismo colectivo de los viejos demonios. Y de algunos nuevos también. Uno de los que dejó la herencia colonial fue la cultura de la impotencia, que te mete la idea en la cabeza de que “no se puede”. Y eso vale para los países pobres y para los ricos. Porque Venezuela es un país objetivamente rico, tiene petróleo, pero tiene metido adentro ese concepto de la impotencia contra el que ahora se intenta luchar. Es difícil, porque la cultura del petróleo te entrena para comprar y no para crear.

¿Qué quiere decir?

Te entrenan con la idea de que no hay que tomarse el trabajo de crear las cosas si se las puede consumir comprando. Es la cultura de consumo, no de creación. Nace de la cultura de la impotencia, que es la peor de las herencias coloniales. Te enseña a no pensar con tu cabeza, a no sentir con tu propio corazón, y a no moverte con tus propias piernas. Te entrena para andar en silla de ruedas, para repetir ideas ajenas y para experimentar emociones que no son las tuyas.

¿Son diferentes las izquierdas de América Latina?

Hay de todo, por suerte, justamente porque somos diversos. Por eso es muy injusto generalizar, sobre todo cuando la generalización proviene de miradas ajenas, que miran juzgándote, y juzgándote te condenan. Hay un complejo de superioridad que tienen los países dominantes en el mundo, que se sienten en condiciones de obligar a los demás a rendir exámenes de la democracia, que son los grandes maestros para decidir quién es demócrata y quién no, qué procesos están bien y cuáles están mal. Y cuando esos profesores de democracia vienen a juzgarnos, a mirarnos desde afuera y a condenarnos de antemano, están ejerciendo un derecho de propiedad que es uno de los derechos más repugnantes de todos.

¿Qué diferencia hay entre los presidentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia?

Muchas, porque son expresiones de tres países diferentes. La lista de diferencias es interminable. Pero no es tan interminable la lista de las coincidencias de países que están buscando caminos de liberación después de siglos de opresión y de negación de sí mismos. Son experiencias diferentes de tres países que deciden dejar de escupirse al espejo, dejar de odiar su propia imagen, dejarse de mirar con los ojos de los que los desprecian.

¿Qué papel cumple Brasil en esto?

Uno muy importante, pero el problema es la tentación de una palabra abominable: el liderazgo. Todos los países se atribuyen la intención de ejercerlo y esto genera relaciones contaminadas por el orden jerárquico que niega la igualdad de derechos. Yo no quiero que nadie sea mi líder. No quiero mandar ni ser mandado. No nací para obedecer. Nací para ejercer mi libertad de conciencia. No puedo aceptar la idea de que entre las personas o entre los países haya conductores o conducidos. Hay que ir hacia una sociedad de veras libre.

¿Qué opina de la reelección presidencial?

No me gusta mucho, porque implica cierto apego al poder y eso no es aconsejable en ningún ámbito. El poder en sí, aunque sea un poderito, envenena bastante el alma. Sé que hay que ejercerlo, pero sabiendo que es peligroso. El poder genera monarquías, poderes absolutos, voces que sólo escuchan sus propios ecos incapaces de escuchar otras voces.

¿De dónde procede ese intento de perpetuarse en el liderazgo?

En Europa esto lo atribuyen a la herencia del caudillismo en América Latina, al subdesarrollo, a la ignorancia, a nuestra tendencia al populismo y a la demagogia. Pero hay que asomarse a la historia de los países dominantes para ver hasta qué punto ellos han estado sometidos a la voluntad, por ejemplo, de un tipo complemente loco como Hitler. Es inverosímil: en el país más culto de Europa, millones de personas lo aclamaban. Y los líderes de ahora, ¿qué tienen que venir a enseñarnos? Uruguay tiene una democracia más antigua que la mayoría de los países europeos. Y en materia de derechos humanos, conquistó antes que Estados Unidos y que muchos países europeos la jornada laboral de ocho horas, el derecho al divorcio, y la educación gratuita y obligatoria.

¿Por qué no hay apenas relación entre América Latina y África?

Es un escándalo. Eso proviene del sistema educativo y de los medios de comunicación. En la mayoría de países de América Latina hay una influencia africana enorme: en la cocina, el deporte, el lenguaje, el arte. Y sin embargo nosotros, de África, no sabemos nada.

¿Por qué?

Por racismo. Sabemos lo que nuestros amos de siglo en siglo han querido que supiéramos, y de nosotros ignoramos casi todo porque a ellos les convenía. Por ejemplo, no les convenía que supiéramos que aquellos esclavos que llegaron de África cargados como cosas traían sus dioses, sus culturas. De todos modos, el desvínculo con África que nació del racismo y la explotación esclava no es latinoamericano, sino de todas las Américas. Por eso me pareció digna de celebración la elección de Obama, aunque luego lo que ha hecho no me convence demasiado.

¿Qué representa Obama?

Uno de mis maestros, don Carlos Quijano, solía decir: “Todos los pecados tienen redención. Todos menos uno. Es imperdonable pecar contra la esperanza”. Con el tiempo aprendí cuánta razón tenía. Lamentablemente, Obama está pecando contra la esperanza que él mismo supo despertar, en su país y en el mundo. Aumentó los gastos de guerra, que ahora devoran la mitad de su presupuesto. ¿Defensa contra quién, en un país invadido por nadie, que ha invadido y sigue invadiendo a casi todos los demás? Y, para colmo, ese chiste de mal gusto de recibir el Nobel de la Paz pronunciando un elogio de la guerra.

¿Cuáles son, en su opinión, los miedos del siglo XXI?

El arte de narrar nació del miedo de morir. Está en Las mil y una noches. Cada noche, Sherezade iba cambiando un cuento por un nuevo día de vida. Pero también creo que el miedo de vivir es peor que el miedo de morir. Y me parece que el asunto, en este mundo y en este tiempo, es ese: el miedo de recordar, el miedo de ser, el miedo de cambiar. O sea: el miedo de vivir.

¿Ve un ejemplo de ese miedo en la Cumbre de Copenhague?

Los asesinos del planeta derraman de vez en cuando alguna lágrima, para que la platea sepa que también tienen su corazoncito. Pero es puro teatro. Bien saben que los modelos de vida de hoy, que ellos imponen, son modelos de muerte. Me pregunto a qué planeta se mudarán estos elegidos del Señor cuando terminen de exprimir la Tierra hasta la última gota.

3-1-2010

El derecho de la humanidad a existir (Fidel Castro)

El cambio climático está causando ya considerable daño y cientos de millones de pobres están sufriendo las consecuencias.

Los centros de investigaciones más avanzados aseguran que queda muy poco tiempo para evitar una catástrofe irreversible. James Hansen, del Instituto Goddard de la NASA, asegura que un nivel de 350 partes del dióxido de carbono por millón es todavía tolerable; hoy sobrepasa sin embargo la cifra de 390 y se incrementa a ritmo de 2 partes por millón cada año, rebasando los niveles de hace 600 mil años. Las últimas dos décadas han sido, cada una de ellas, las más calurosas desde que se tienen noticias del registro. El mencionado gas aumentó 80 partes por millón en los últimos 150 años.

El hielo del Mar Ártico, la enorme capa de dos kilómetros de espesor que cubre Groenlandia, los glaciares de América del Sur que nutren sus fuentes principales de agua dulce, el volumen colosal que cubre la Antártida, la capa que resta del Kilimanjaro, los hielos que cubren el Himalaya y la enorme masa helada de Siberia se están derritiendo visiblemente. Científicos notables temen saltos cuantitativos en estos fenómenos naturales que originan el cambio.

La humanidad puso grandes esperanzas en la Cumbre de Copenhague, después del Protocolo de Kyoto suscrito en 1997, que entró en vigor el año 2005. El estruendoso fracaso de la Cumbre dio lugar a bochornosos episodios que requieren el debido esclarecimiento.

Estados Unidos, con menos del 5% de la población mundial emite el 25% del dióxido de carbono. El nuevo Presidente de Estados Unidos había prometido cooperar con el esfuerzo internacional para enfrentar un problema que afecta a ese país tanto como al resto del mundo. Durante las reuniones previas a la Cumbre, se hizo evidente que los dirigentes de esa nación y los de los países más ricos maniobraban para hacer caer el peso de los sacrificios sobre los países emergentes y pobres.

Gran número de líderes y miles de representantes de los movimientos sociales e instituciones científicas decididos a luchar por preservar la humanidad del mayor riesgo de su historia, acudieron a Copenhague invitados por los organizadores de la Cumbre. Omito referirme a detalles sobre la brutalidad de la fuerza pública danesa, que arremetió contra miles de manifestantes e invitados de los movimientos sociales y científicos que acudieron a la capital de Dinamarca para concentrarme en los aspectos políticos de la Cumbre.

En Copenhague reinó un verdadero caos y sucedieron cosas increíbles. A los movimientos sociales e instituciones científicas no les permitieron asistir a los debates. Hubo Jefes de Estado y Gobierno que no pudieron siquiera emitir sus opiniones sobre vitales problemas. Obama y los líderes de los países más ricos se adueñaron de la conferencia con la complicidad del gobierno danés. Los organismos de Naciones Unidas fueron relegados.

Barack Obama, que llegó el último día de la Cumbre para permanecer allí solo 12 horas, se reunió con dos grupos de invitados escogidos “a dedo” por él y sus colaboradores. Junto a uno de ellos se reunió en la sala del plenario con el resto de las más altas delegaciones. Hizo uso de la palabra y se marchó de inmediato por la puerta trasera. En ese plenario, excepto el pequeño grupo seleccionado por él, se les prohibió a los demás representantes de los estados hacer uso de la palabra. En esa reunión, a los Presidentes de Bolivia y de la República Bolivariana de Venezuela se les permitió hablar, porque al Presidente de la Cumbre no le quedó otra alternativa que concederles el uso de la palabra, ante el reclamo enérgico de los presentes.

En otra sala contigua, Obama reunió a los líderes de los países más ricos, varios de los Estados emergentes más importantes y dos muy pobres. Presentó un documento, negoció con dos o tres de los países más importantes, ignoró a la Asamblea General de Naciones Unidas, ofreció conferencias de prensa, y se marchó como Julio César en una de sus campañas victoriosas en Asia Menor, que lo llevó a exclamar: Llegué, vi y vencí.

El propio Gordon Brown, Primer Ministro del Reino Unido, había afirmado el 19 de octubre: “Si no llegamos a un acuerdo en el curso de los próximos meses, no debemos tener duda alguna de que, una vez que el crecimiento no controlado de las emisiones haya provocado daños, ningún acuerdo global retrospectivo en algún momento del futuro podrá deshacer tales efectos. Para ese entonces será irremisiblemente demasiado tarde.”

Brown concluyó su discurso con dramáticas palabras: “No podemos darnos el lujo de fracasar. Si fracasamos ahora, pagaremos un precio muy alto. Si actuamos ahora, si actuamos de conjunto, si actuamos con visión y determinación, el éxito en Copenhague estará todavía a nuestro alcance. Pero si fracasamos, el planeta Tierra estará en peligro, y para el planeta no existe un Plan B.”

Ahora declaró con arrogancia que la Organización de Naciones Unidas no debe ser tomada como rehén por un pequeño grupo de países como Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Tuvalu, a la vez que acusa a China, India, Brasil, Sudáfrica y otros Estados emergentes de ceder a las seducciones de Estados Unidos para suscribir un documento que lanza al cesto de basura el Protocolo de Kyoto y no contiene compromiso vinculante alguno por parte de Estados Unidos y sus aliados ricos.

Me veo obligado a recordar que la Organización de Naciones Unidas nació hace apenas seis décadas, después de la última Guerra Mundial. Los países independientes no rebasaban entonces la cifra de 50. Hoy la integran más de 190 Estados independientes, luego que el odioso sistema colonial dejó de existir por la lucha decidida de los pueblos. A la propia República Popular China durante muchos años se le negó su pertenencia a la ONU, y un gobierno títere ostentaba su representación en esa institución y en su privilegiado Consejo de Seguridad.

El apoyo tenaz del creciente número de países del Tercer Mundo fue indispensable en el reconocimiento internacional de China, y un factor de suma importancia para que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN le reconocieran sus derechos en la Organización de Naciones Unidas.

En la heroica lucha contra el fascismo, la Unión Soviética había realizado el mayor aporte. Más de 25 millones de sus hijos murieron, y una enorme destrucción asoló el país. De esa lucha emergió como superpotencia capaz de contrapesar en parte el dominio absoluto del sistema imperial de Estados Unidos y las antiguas potencias coloniales para el saqueo ilimitado de los pueblos del Tercer Mundo. Cuando la URSS se desintegró, Estados Unidos extendió su poder político y militar hacia el Este, hasta el corazón de Rusia, y su influencia sobre el resto de Europa se incrementó. Nada de extraño tiene lo ocurrido en Copenhague.

Deseo subrayar lo injusto y ultrajante de las declaraciones del Primer Ministro del Reino Unido y el intento yanki de imponer, como Acuerdo de la Cumbre, un documento que en ningún momento fue discutido con los países participantes.

El Canciller de Cuba, Bruno Rodríguez, en la conferencia de prensa ofrecida el 21 de diciembre, afirmó una verdad que es imposible negar; emplearé algunos de sus párrafos textuales: “Quisiera enfatizar que en Copenhague no hubo acuerdo alguno de la Conferencia de las Partes, no se tomó ninguna decisión con relación a compromisos vinculantes o no vinculantes, o de naturaleza de Derecho Internacional, en modo alguno; simplemente, en Copenhague no hubo acuerdo”

“La Cumbre fue un fracaso y un engaño a la opinión pública mundial. [...] quedó al desnudo la falta de voluntad política…”

“…fue un paso atrás en la acción de la comunidad internacional para prevenir o mitigar los efectos del cambio climático…”

“…el promedio de la temperatura mundial podría aumentar en 5 grados…”

De inmediato nuestro Canciller añade otros datos de interés sobre las posibles consecuencias de acuerdo a las últimas investigaciones de la ciencia.

“…desde el Protocolo de Kyoto hasta la fecha las emisiones de los países desarrollados se elevaron 12,8%… y de ese volumen el 55% corresponde a Estados Unidos.”

“Un estadounidense consume, como promedio, 25 barriles de petróleo anuales, un europeo 11, un ciudadano chino menos de dos, y un latinoamericano o caribeño, menos de uno.”

“Treinta países, incluidos los de la Unión Europea, consumen el 80% del combustible que se produce.”

El hecho muy real es que los países desarrollados que suscribieron el Protocolo de Kyoto aumentaron drásticamente sus emisiones. Quieren sustituir ahora la base adoptada de las emisiones a partir de 1990 con la del 2005, con lo cual Estados Unidos, el máximo emisor, reduciría a solo 3% sus emisiones de 25 años antes. Es una desvergonzada burla a la opinión mundial.

El Canciller cubano, hablando en nombre de un grupo de países del ALBA, defendió a China, India, Brasil, Sudáfrica y otros importantes Estados de economía emergente, afirmando el concepto alcanzado en Kyoto de “‘responsabilidades comunes, pero diferenciadas, quiere decir que los acumuladores históricos y los países desarrollados, que son los responsables de esta catástrofe, tienen responsabilidades distintas a las de los pequeños Estados insulares o a las de los países del Sur, sobre todo los países menos desarrollados…”

“Responsabilidades quiere decir financiamiento; responsabilidades quiere decir transferencia de tecnología en condiciones aceptables, y entonces Obama hace un juego de palabras, y en vez de hablar de responsabilidades comunes pero diferenciadas, habla de ‘respuestas comunes, pero diferenciadas’.”

“…abandona el plenario sin dignarse a escuchar a nadie, ni había escuchado a nadie antes de su intervención.”

En una conferencia de prensa posterior, antes de abandonar la capital danesa, Obama afirma: “Hemos producido un sustancioso acuerdo sin precedente aquí en Copenhague. Por primera vez en la historia, las mayores economías hemos venido juntas a aceptar responsabilidades.”

En su clara e irrebatible exposición, nuestro Canciller afirma: “¿Qué quiere decir eso de que ‘las mayores economías hemos venido juntas a aceptar nuestras responsabilidades’? Quiere decir que están descargando un importante peso de la carga que significa el financiamiento para la mitigación y la adaptación de los países sobre todo del Sur al cambio climático, sobre China, Brasil, India y Sudáfrica; porque hay que decir que en Copenhague se produjo un asalto, un atraco contra China, Brasil, India, Sudáfrica y contra todos los países llamados eufemísticamente en desarrollo.”

Estas fueron las palabras contundentes e irrebatibles con las que nuestro Canciller relata lo sucedido en Copenhague.

Debo añadir que, cuando a las 10 de la mañana del día 19 de diciembre nuestro vicepresidente Esteban Lazo y el Canciller cubano se habían marchado, se produce el intento tardío de resucitar al muerto de Copenhague como un acuerdo de la Cumbre. En ese momento no quedaba prácticamente ningún Jefe de Estado ni apenas Ministros. De nuevo la denuncia de los restantes miembros de las delegaciones de Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y otros países derrotaron la maniobra. Así finalizó la ingloriosa Cumbre.

Otro hecho que no puede olvidarse fue que en los momentos más críticos de ese día, en horas de la madrugada, el Canciller de Cuba, en unión de las delegaciones que libraban su digna batalla, le ofrecieron al Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, su cooperación en la lucha cada vez más dura que se estaba librando, y en los esfuerzos que deben llevarse a cabo en el futuro para preservar la vida de nuestra especie.

El grupo ecológico Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) advirtió que el cambio climático quedaría fuera de control en los próximos 5 a 10 años, si no se recortan drásticamente las emisiones.

Pero no hace falta demostrar lo esencial de lo que aquí se afirma sobre lo que hizo Obama.

El Presidente de Estados Unidos declaró el miércoles 23 de diciembre que las personas tienen razón en estar decepcionadas por el resultado de la Cumbre sobre el Cambio Climático. En entrevista por la cadena de televisión CBS, el mandatario indicó que “‘en vez de ver un total colapso, sin que hubiese hecho nada, lo que hubiera sido un gigante retroceso, al menos pudimos mantenernos más o menos donde estábamos’…”

Obama -afirma el despacho noticioso- es el más criticado por aquellos países que, de forma casi unánime, sienten que el resultado de la Cumbre fue desastroso.

La ONU ahora está en un aprieto. Pedirles a otros países que se adhieran al arrogante y antidemocrático acuerdo sería humillante para muchos Estados.

Continuar la batalla y exigir en todas las reuniones, particularmente las de Bonn y de México, el derecho de la humanidad a existir, con la moral y la fuerza que nos otorga la verdad, es a nuestro juicio el único camino.

Fidel Castro, 27-12-2009.

Extraído de rebelión.org