viernes, 18 de marzo de 2011

Justicia

Miro la imagen de una estatua. Es una mujer, vestida con una túnica. En la mano derecha porta una espada. En la izquierda, una balanza. Es la estatua de la justicia.

Pero falta un detalle para completar la imagen: esta mujer lleva una venda en los ojos, anda ciega por el mundo.

Recuerdo que, estando en el colegio, la profesora de "Historia del arte" que tuvo la desgracia de tenerme como alumno me explicó cómo debería interpretar eso de que una señora anduviera por ahí semidesnuda, armada y sin ver tres en un burro.

La justicia camina medio desnuda porque no tiene nada que esconder. Su cuerpo es hermoso. Sus hijos e hijas, las sociedades basadas en la justicia, son hermosas.

En una mano lleva una espada porque para que un determinado orden sea justo es necesario que exista un poder capaz de imponer la justicia sobre mujeres y hombres injustos. Sin la capacidad de sobreponerse a las injusticias, difícilmente podríamos decir que la justicia es algo más que mera palabrería.

En la otra mano lleva una balanza porque para que la justicia sea justa debe ser equilibrada, proporcional en sus sanciones, igual para todos y todas. En esa balanza se pesan los argumentos, las razones y los hechos para que nuestras conclusiones y nuestras acciones se ajusten a aquello que entendemos por justo.

Pero, ¿y la venda de los ojos? Muy sencillo, comentaba mi profesora, esa venda simboliza que la justicia es ciega, que no ve las diferencias entre ricos y pobres, mujeres y hombres, blancos y negros, etc. La justicia es justa con todos y todas.

A veces, esta famosa estatua aparece representada con una corona de oro o de laurel, simbolizando el triunfo de la justicia en nuestro mundo moderno. Valiente atrevimiento.

Hace pocos días, los mercenarios de la información comenzaron a bramar contra un supuesto atropello de derechos que "clama al cielo", que requiere de la inmediata intervención de esta dama. Me refiero a la reacción de gran parte de los medios ante la "performance" realizada por un grupo de estudiantes en una de las capillas de la Complutense, en Somosaguas. Un acto de protesta que, curiosamente, fue motivado por una situación de injusticia.

La libertad es como un "tsunami". Un acto de libertad trastoca por completo el universo, es algo impredecible, novedoso, transformador. Guiadas por la razón, estas personas acudieron en procesión, pacíficamente, hasta la capilla que la Iglesia mantiene en el campus universitario de Somosaguas. Una vez dentro del recinto corearon lemas de protesta, recordaron las atrocidades que comete la Iglesia y, finalmente, varias mujeres reivindicaron su cuerpo y el amor libre de barreras dogmáticas y prejuicios religiosos, momento en el que varias de ellas se desnudaron de cintura para arriba y otras tantas se besaron. Cometieron el error de ejercer un acto de libertad en un espacio donde este tipo de actos no tienen cabida, están proscritos.

Los medios de tendencia católica no se hicieron esperar: aquello que no puede ser calificado de otra forma que de hermoso (unas chicas manifestando y reivindicando su amor propio y su amor y solidaridad hacia otras, la descriminalización de sus cuerpos y sus mentes) se transforma, en puño y boca de los sicofantes profesionales, en algo "depravado", de "mal gusto", una muestra de la "intolerancia" anti-católica. De hecho, en más de un medio de comunicación se traza una línea divisoria (la línea de la moral, la decencia, el respeto) entre la turba de "gamberros" de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología ("menos mal que no han roto nada") y la virtuosa estudiante, "esta sí", de la facultad de Ciencias Económicas (indignada con el acto de protesta). De hecho, esta estudiante que aparece en los medios como una víctima más del rojerío anticlerical (que dos mujeres se besen sin camiseta es, desde su punto de vista, un acto de guerra, una agresión que, en contraste, solo recibirá como respuesta la otra mejilla del agredido, el buen cristiano) no se recata lo más mínimo y dedica, ya que se le da pie, un comentario etnocéntrico o incluso racista a todos los lectores: "¿Qué habría pasado si algo así se hubiera producido en una mezquita? Que esos sepan que los católicos nunca responderán a la provocación con provocación para defenderse". Toda una lección de respeto, tolerancia, decencia, capacidad deliberativa y argumentativa. Carnaza de primera calidad para los grandes medios de comunicación.

Varias son las razones por las que este acto no tuvo lugar en una mezquita (ni en ningún otro templo religioso). Bastará con que destaquemos solo la más evidente: los jóvenes queremos acabar lo que empezaron nuestros padres, esto es, expulsar toda religión del templo del saber. El hecho de que se imparta la asignatura de Religión (católica) en los colegios e institutos, el hecho de que organizaciones religiosas de vocación claramente anticonstitucional (por no hablar de irracionalidad) posean, gestionen y dirijan centros educativos de nivel medio o superior, el hecho de que existan capillas en las universidades públicas y un largo etcétera, sólo puede explicarse por una cosa: el peso del franquismo y de la tradición. No existe ningún argumento racional para mantener a una institución religiosa tradicionalmente enemiga del saber y el conocimiento, responsable de genocidios y etnocidios, responsable de la quema de innumerables mujeres y en gran medida de la solidez del sistema patriarcal actual, la última dictadura orgullosa de serlo en Europa (me refiero al Vaticano), dentro de los límites del sistema educativo.

Este es el motivo por el que este grupo no se dirigió a una mezquita: porque por ahora las mezquitas no han colaborado en un golpe de Estado y en una dictadura de cuarenta años que a cambio les otorgaba privilegios, entre los que destaca su papel en la educación. Por otra parte, aunque a algún alumno de económicas le cueste asumirlo, en las mezquitas no devoran personas ni mandan creyentes a inmolarse en tu casa por enseñar las tetas y besar a una persona del mismo sexo: el miedo no fue un motivo que impidiese acudir a protestar a una mezquita, más miedo dan los grises, los verdes o los azules que protegen el sacrosanto terreno de la Iglesia. La cuestión es que este último se encuentra dentro de la universidad, la mezquita no.

La segunda parte de esta historia comienza cuando la dama semidesnuda de la que hablábamos antes (que brillaba por su ausencia) entra en acción blandiendo la espada. Ante las acusaciones vertidas por las fuerzas reaccionarias, dolidas porque uno de sus templos había sido mancillado con el amor a la humanidad y la belleza del cuerpo de la mujer (en claro contraste con la imagen sádica de la que hacen gala con el crucifijo), denuncian a estos y estas estudiantes por atentar contra la libertad religiosa y ridiculeces por el estilo. La justicia, inusualmente rápida en estos casos, al instante echó mano de la espada: al menos cuatro estudiantes fueron detenidas por policías que fueron a buscarles a sus respectivas casas. En un claro estilo maquiavélico, concibiendo la política como el medio por el cual el ser humano (en especial el hombre blanco adinerado) es capaz de controlar el azar o por lo menos reducir los márgenes de acción del imperio de la fortuna, de lo imprevisible, las fuerzas de la autoridad corrigieron rápidamente el acto de libertad de estos y (sobre todo) estas estudiantes.

¿Es esto justo? Si la dama de la justicia lleva una corona en su cabeza, debe significar que es victoriosa, que hoy atraviesa y estructura nuestras sociedades. Asumiendo que esto es cierto, ¿cómo explicar estos acontecimientos? ¿Cómo es posible que la justicia no haya medido bien en su balanza? ¿Por qué usa la espada contra quien protesta contra una injusticia? Porque está ciega. Nos han engañado. Nos dijeron que la venda que lleva en los ojos es para no distinguir entre casos concretos, para que la espada no caiga más contra quienes están discriminadas por un motivo u otro, sino contra quienes son injustos, independientemente de su condición.

Pero dejar ciega a la justicia ha sido un grave error. La justicia debe ver, debe abrir bien los ojos porque sus ojos no son como los nuestros: ella no verá a un negro o a un pobre, a un blanco o a un rico, a un hombre o a una mujer, sino que verá la injusticia. Sus ojos no están hechos de células especializadas, sino de razón. Los deseos y los impulsos sí son ciegos, no necesitan de comprensión ni de razocinio para formarse y guiar (sin que se llegue a decidir tal cosa) la acción de una persona. Parece que al cegar a la justicia la hemos dejado a merced de las pasiones de aquel que ostenta la espada en su nombre. No hay justicia. Para legitimar la represión de quien se mueve (y por tanto no sale en la foto) basta con hacer una ley que la mayoría del rebaño consienta, independientemente de que esta sea contraria a la razón, para que la dama de la justicia se convierta en lo contrario: el amo del calabozo. O quizá ni eso, basta con respetar las normas que han emanado de la ley de la fuerza y que ahora se escudan en palabras bondadosas pero deliberadamente vaciadas de significado: no olvidemos que el peso institucional de la Iglesia en este país está construido sobre las decenas de miles de cadáveres de quienes, hace alrededor de 75 años, pretendieron construir una sociedad justa.