domingo, 7 de julio de 2013

¡Que no somos hienas!

Una serie de reflexiones y aclaraciones sobre el matrimonio, tanto el heterosexual como el homosexual, a raíz de una discusión sobre el tema el Día del Orgullo LGTB:

1. Los seres humanos en tanto que racionales, sociales y políticos, no somos lobos, ni hienas, ni patos. Somos seres que pretenden superar las injusticias propias de la naturaleza, entendiendo por naturaleza lo que lleva ocurriendo toda la historia: el pez grande se come al pequeño porque puede y tiene hambre. Las comunidades humanas aspiran a que determinadas palabras como justicia tengan sentido, tengan reflejo en la realidad. Es decir, las comunidades humanas crean relaciones, leyes, instituciones que les protegen de los tornados, las sequías, los animales feroces, etc. Que protegen al pez pequeño para que no sea inevitablemente deglutido por el grande. El ser humano se quiere organizar en torno a ideas como la justicia, asunto puramente humano, pero nunca la naturaleza (el reinado de los leones y las hienas). Dicho esto, pretender una especie de retorno a lo salvaje, a lo natural, es lo mismo que pretender dejar de ser racionales y dejarnos llevar por la corriente biológica: no solo es el fin de la razón, también de la libertad. Si decide la naturaleza, no decido yo. Si tengo que hacer caso de mis genes necesariamente (habría que ver qué dicen), no hay espacio para la reflexión ni para la decisión. Una cigüeña no decide actuar como cigüeña y migrar todos los años, simplemente se mueve cuando sus instintos se lo mandan. ¿Debemos los humanos hacer lo mismo?
2. Las familias humanas no son manadas: ni se organizan a partir de leyes naturales ni cumplen la misma función. No es función natural de la familia o del padre de familia proteger a los infantes, ni al resto de los miembros que la forman, ese es el deber de la sociedad. Es por esto que no nos organizamos en familias atomizadas, sino en sociedades. Otra cosa es lo que de hecho suceda en las sociedades capitalistas, que son, dicho sea de paso, las que más se parecen a ese estado de naturaleza en el que el pez grande tiene derecho a comerse al pequeño por el hecho de ser más fuerte.
3. El origen de la familia no es el matrimonio. Es más, éste es un contrato exclusivamente humano: no existe en la naturaleza ni se basa en ella. ¿Qué organización natural se parece al matrimonio? ¿Existe alguna institución política “natural”, fuera del mundo humano? Los ejemplos que suelen usarse son la prueba de ello: en las manadas tanto de leones como de chimpancés (mencionadas en muy a menudo por algún motivo) no existe nada parecido al matrimonio. En muchas especies animales, de hecho, existe un macho alfa, que es quien tiene el contacto sexual reproductivo con las hembras. Uno gana. Los demás quedan excluidos. No encontramos ningún parecido con la especie humana... o quizá sí, porque otras tantas especies no sólo practican el sexo para reproducirse, sino por puro placer y en muchos casos entre miembros del mismo sexo.
4. Esto nos lleva a una necesaria crítica sobre la visión que mucha gente tiene del sexo y de la orientación sexual (conceptos que, por cierto, se confunden una y otra vez). No se mantienen relaciones sexuales sólo para procrear, ni en las relaciones humanas ni en las de otros animales. De la misma manera, y esto sí es parte de la organización humana, no nos emparejamos ni casamos para tener hijos. Afirmar que el matrimonio o las relaciones sexuales existen sólo para tener hijos es negar posibilidades como la planificación familiar, fenómeno exclusivamente humano por lo racional, por la capacidad de decidir que otros animales no tienen.
5. Otra característica propia del matrimonio que no se conoce en la naturaleza es el hecho de ser un contrato vitalicio, o con pretensión de serlo. Este no es un hecho determinado por nuestra naturaleza (ni genes ni instintos intervienen en el proceso), es un fenómeno genuinamente social. De la misma manera, no existe ninguna ley natural que imponga una forma de entender las relaciones, el sexo o con quién tienes que pasar el resto de tu vida.
6. El matrimonio no es patrimonio de la Iglesia ni de la cultura cristiana, obviar los cambios y distintos modelos de familia que se han sucedido a lo largo de la historia es tan inútil como interesado.
7. La comparación entre los matrimonios homosexuales y una posible unión entre distintas especies o miembros de una misma familia es tan absurda como añeja. Ya se utilizó en su día para criticar las parejas entre blancos y negros. Detrás de ese discurso subyace siempre la idea de aberración, de comportamiento contra natura. Es muy propio de los discursos heteropatriarcales (y racistas, o cualquier discurso que trate de naturalizar las injusticias sociales). Por otra parte, resulta muy interesante cómo quien defiende que el matrimonio homosexual es antinatural no aplica el mismo criterio a la medicina: la naturaleza nos da una esperanza de vida muy corta en comparación con lo que la medicina, ciencia humana, nos proporciona gracias al progreso de la razón.
8. El motivo por la que las uniones entre homosexuales y heterosexuales deben llamarse de la misma manera es sencilla: se está firmando exactamente el mismo contrato. Hay parejas heterosexuales que no tienen hijos, o que ni siquiera se casan, y parejas homosexuales (no pocas) que los tienen. Siguiendo los argumentos expuestos, cabría esperar que las personas que defienden la supuesta pureza del concepto “matrimonio” luchasen por la legalización de las uniones homosexuales para que estas parejas puedan “proteger” a sus hijos, de la misma manera que dos personas de distintos sexos que quieren unirse y no tener hijos no deberían llamar a ese contrato “matrimonio”. Los mismos derechos (no más, ni menos) exigen la misma categoría legal.
9. Pero, ¿por qué este empeño en el concepto de “matrimonio homosexual”? ¿Qué es lo que se quiere proteger realmente? ¿Acaso muchos españoles han sufrido un repentino ataque de pasión por la “corrección” lingüística en general... o solo para algún tema? ¿En un mundo donde “maricón” es un insulto, ser afeminado es negativo y en lugar de lesbiana eres bollera, de verdad lo más importante es impedir que el concepto de “matrimonio” cristiano europeo sufra modificación alguna en un intento de extender los derechos a toda la población? Una unión homosexual no es distinta a una unión heterosexual. No podemos pretender que una de ellas sea especial o buena respecto a las demás sin más argumento que el de la descendencia, la tradición o la naturaleza. Detrás de esto subyace, entre otros, nada menos que el dogma católico: sólo una de las uniones se fundamenta en el amor y la interpretación del sexo como un acto para procrear; la otra es lujuriosa, sexual, basada en el disfrute carnal, sucia... pecaminosa, al fin y al cabo. Darles el mismo nombre mancharía la inmaculada pureza de la primera... y pondría al mismo nivel a homosexuales y heterosexuales, al menos ante la ley. ¿Será esto lo que tanto molesta? ¿Es esta una nueva versión del “yo no soy machista, pero...”?