La Élite de Poder de América aprendió dos lecciones importantes durante la guerra. La primera, que la explosión económica de los años cuarenta podía suponer elevados beneficios, pero también un virtual pleno empleo, y esto daba al mundo laboral ventaja en sus relaciones con el capital, elevaba las demandas de los trabajadores, reforzaba la posición de los sindicatos durante la negociación colectiva y convertía la huelga en un arma extremadamente efectiva en manos de los empleados. Desde entonces, los patronos de América y del resto del mundo habían descubierto una fórmula infinitamente más ventajosa para ellos, que era mantener una casi permanente crisis económica que, bien manejada, combinara los elevados beneficios con los altos niveles de desempleo, o con contratos a tiempo parcial y/o de corto plazo, pobremente remunerados. En tales situaciones el poder de negociación está solamente del lado de los patronos, los sindicatos pierden influencia, la huelga no se contempla y los trabajadores pueden considerarse afortunados si son capaces de encontrar durante unos meses un trabajo a tiempo parcial, volteando hamburguesas, por suspuesto con un salario mínimo y sin ningún beneficio social. [...]
A causa de su experiencia durante la guerra, las élites económicas no son partidarias de los elevados niveles de empleo. Esto se refleja en el comportamiento de los inversores americanos (y del resto del mundo) de hoy: cuando el nivel de desempleo decrece se ponen nerviosos y en Wall Street las cotizaciones bajan; por el contrario, el termómetro del Dow Jones tiende a subir cuando el nivel de desempleo aumenta, porque esto último es más ventajoso para los negocios. (Un razonamiento que se cita con frecuencia es que el empleo creciente crea presión para elevar los salarios. Algo que se supone que es perjudicial para "la economía" porque es "inflacionario"; por otro lado los elevados beneficios nunca se perciben como "inflacionarios"). A la vista de esto puede comprenderse que el gobierno americano, cuya primera razón de ser es defender los intereses de los empresarios, haga que apoya el pleno empleo como un ideal teórico, pero nunca apoye este ideal como práctica política.
En esta generalmente ignorada lucha de clases que sacudió el frente interno norteamericano en los años cuarenta, la Élite de Poder aprendió otra lección trascendental: que la huelga y otras acciones colectivas constituían el arma más efectiva disponible para los trabajadores. Precisamente por esto las películas de Hollywood sugieren una y otra vez que los problemas se resuelven mejor mediante heroicas acciones individuales, en contraste con la supuesta apatía e ineficacia de las masas; en las llamadas "películas de acción" todo se centra siempre en acciones individuales, nunca en accines colectivas. De esta forma se busca ir minando, entre los que podrían beneficiarse de ello, el interés y la confianza en las acciones colectivas, que causaron fuertes dolores de cabeza a la Elite del Poder durante la guerra.
También se lanzó una ofensiva contra la acción colectiva a nivel intelectual. En un influyente libro publicado por la prestigiosa editorial de la Universidad de Harvard en 1965, el economista Mancur Olson asocia la acción colectiva de los sindicatos con la coacción y la violencia, refiriéndose especialmente al crecimiento de los sindicatos y al éxito de las huelgas y otras formas de acción colectiva durante la Segunda Guerra Mundial. El libro de Olson continúa estudiándose hoy día en las universidades americanas y es un texto recomendado en os cursos de administración de empresas, de ciencias políticas y de teorías de la organización. [...]
Extraído de "El mito de la guerra buena. EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial", de Jacques R. Pauwels.