martes, 12 de noviembre de 2013

Música y ciencias sociales (V): mujeres y manzanas. The Meas, "Ponte Wapa"

Trabaja como un tío y cobra mucho menos.
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa) 
Cuida de todo el mundo, enfermera gratuita. 
(Ponte guapa, ponte guapa)
Un hombre esta en el paro, una mujer en casa. 
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa)
Quedate con los hijos que a mi me da la risa. 
(Ponte guapa, ponte guapa)
Emigra a otro país y buscate la vida. 

Ser pobre, esposa y madre, 
es tu deber como mujer. 

No tienes derecho a tener placer.
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa) 
Siempre embarazada tienes que parir. 
(Ponte guapa, ponte guapa)
Tápate que eres mía desde que te compré. 
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa)
Mujeres con estudios menudo desperdicio. 
(Ponte guapa, ponte guapa)
Te doy una paliza, mañana te mataré. 

Ser pobre, esposa y madre, 
es tu deber como mujer. 

¡¡Ponte guapa, y arréglate!! 


A nadie debería sorprenderle que Evaristo sea coherente con su forma de pensar y, consecuentemente, arremeta contra las distintas formas de desigualdad, injusticia y discriminación. No sería lógico, por ejemplo, declararse anticapitalista y luego olvidar que existen fenómenos como el patriarcado y el machismo: desde una perspectiva emancipatoria es imposible justificar el ser solo “medio-revolucionario”, no se puede admitir la contradicción que supone tratar de liberarnos colectivamente de unas cadenas mientras nos atamos más firmemente a otras. Esto es así porque el rechazo al capitalismo, al racismo, al machismo, etc., vienen del mismo lugar: la razón y sus exigencias. Por eso Evaristo no puede olvidarse de que existen otras formas de dominación que, si bien no son ajenas al sistema socio-económico en el que vivimos, no son la misma cosa y por tanto requieren una denuncia y un quehacer específicos.

Trabaja como un tío y cobra mucho menos.
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa) 

Lo primero con lo que nos tropezamos es con la desigualdad salarial entre hombres y mujeres. Un liberal que piensa que se ha superado el machismo podría entender que esta diferencia salarial se debe a un mal comportamiento de los empresarios, que individualmente deciden pagar lo mínimo posible en salarios y aprovechan que las mujeres (individualmente) aceptan peores condiciones laborales por realizar la misma tarea que los hombres. El problema estaría, entonces, en una serie de decisiones individuales sin relación alguna entre sí. Ahora bien, una explicación como esta, además de pecar de la interesada ingenuidad liberal que considera que los trabajadores y trabajadoras son libres para elegir en qué trabajan y las condiciones en las que lo hacen, deja demasiadas cosas en el aire: ¿por qué se repite el mismo fenómeno a escala nacional e internacional? ¿No será que detrás hay algo más que una coincidencia entre decisiones individuales? ¿Qué implica cobrar mucho menos por realizar el mismo trabajo que un hombre?

En una sociedad capitalista, el dinero, el capital para la minoría o el salario para la mayoría, es la fuente principal de la autonomía económica. Es decir, a mayor fuente de ingresos, más decisiones puedes tomar en el mercado, lo que puede traducirse en poder elegir entre fresa o chocolate, pero también puede significar tener casa propia (en propiedad o alquiler) o depender de la familia o algún benévolo amigo para dormir bajo techo. En nuestro sistema político-económico un menor salario se traduce, pues, en una menor autonomía. Quizá no haga falta recordar que quienes poseen capital tienen, por tanto, mucha más capacidad de decisión y de influir en las vidas de los demás que quien no tiene más que su fuerza de trabajo que además tiene que malvender por un salario. Pues ocurre exactamente lo mismo cuando hablamos de las diferencias salariales: una estructura capitalista patriarcal como la nuestra, aunque ha cambiado mucho a lo largo del tiempo (progreso) y se ha visto obligada a ceder en determinados campos al menos temporalmente, sigue primando la autonomía monetaria de los varones sobre las mujeres. La dependencia que afecta a todos los asalariados de un sistema como este se agrava en el caso de las mujeres y eso no responde exclusivamente a los intereses del capital, también a intereses patriarcales. La desigualdad salarial no es mera “diferencia salarial”. Una diferencia nos puede parecer mejor o peor, más o menos interesante, pero en un principio escapa a la discusión política. La desigualdad alude, sin embargo, a la falta de justicia y por tanto a problemas que son de índole colectiva y no individual.

Cuida de todo el mundo, enfermera gratuita. 
(Ponte guapa, ponte guapa)

Quedate con los hijos que a mi me da la risa. 
(Ponte guapa, ponte guapa)

La división sexual del trabajo está íntimamente relacionada con la desigualdad salarial. No por casualidad, ambas referencias aparecen seguidas en la canción. La división sexual del trabajo es la forma que el capitalismo incipiente adoptó para organizar el trabajo de los asalariados y que, de una manera u otra, hemos arrastrado hasta la actualidad. Consiste en asignar a mujeres y hombres tareas diferenciadas en función de su sexo, es decir, en función de si una persona ha nacido con pene o con vagina. Pero además, este reparto de tareas no tiene nada de neutral, porque le han acompañado otros dos procesos: por un lado la jerarquización de la masculino y lo femenino, privilegiando y elevando lo primero sobre lo segundo; por otro la exclusión del trabajo femenino de las relaciones mercantiles y, por tanto, del salario. De esta forma se establecieron los roles de género (el conjunto de valores, creencias y expectativas sociales sobre lo que es ser un hombre o una mujer “de verdad”) que en cierta manera hoy perviven y que permitió la naturalización de las mujeres y su trabajo: ellas deben ocuparse de las labores del hogar, las tareas reproductivas y el cuidado de niños y ancianos. A tiempo completo. Y sin cobrar, de manera gratuita. Porque de la misma forma que la naturaleza no cobra por el trabajo de darnos una manzana, las mujeres tampoco deben cobrar por realizar un trabajo que, no obstante, es absolutamente necesario para la supervivencia y la reproducción de la especie. Ese trabajo es lo que naturalmente corresponde hacer a una mujer y por tanto quedan excluidas de las relaciones de mercado. Apelar a la naturaleza o al orden divino es una cuestión de necesidad: de ninguna otra manera se puede intentar justificar tal injusticia, resulta inevitable cuando se pretende convencer a las propias mujeres de que acepten de buen grado esa posición social.

 Un hombre esta en el paro, una mujer en casa. 
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa)

Si el machismo ha sido o es hegemónico, no es por casualidad ni porque los hombres o las mujeres somos así por naturaleza. Para imponerse ha sido muy necesaria la violencia, por supuesto, pero también el consenso. De lo contrario no se podría explicar su supervivencia pese a los cambios habidos entre el siglo XIV y la actualidad. La conquista del sentido común, el arte de transformar en normalidad cualquier cosa, es imprescindible a largo plazo. No basta con pagar a las mujeres la mitad y encargarle a la policía que se ocupe de los disturbios que esa situación va a generar. Tarde o temprano, la policía no podría controlar el descontento que genera una situación de injusticia. Para que esa situación continúe y se reproduzca de generación en generación se requiere del consentimiento de los afectados (hombres y mujeres), al menos de la mayoría. A la vez como síntoma y a la vez como causa de esa asunción de lo que es normal, aparecen toda una serie de medidores sociales encargados, en este caso, de invisibilizar la precaria situación en la que se encuentran muchísimas mujeres: “un hombre está en el paro, una mujer en casa”. Un hombre expulsado del mercado laboral es un damnificado, una mujer responde al llamamiento de la naturaleza, está en casa, en el ámbito privado, está donde tiene que estar. Se hace girar toda la economía de la inmensa mayoría en torno al salario y luego se naturaliza la exclusión de la mitad de la población: a eso se le llama sistema de dominación. El hecho de que tras luchas centenarias y sangrientas hayamos logrado atemperar este fenómeno no significa que deje de tener lugar: un ama de casa que ahora tenga contrato y pueda cotizar a la seguridad social ha mejorado su situación, pero entre otras cosas no se han eliminado las condiciones que “feminizan” el trabajo en el hogar y que a nivel social esté menos valorado que cualquier trabajo masculinizado. Han cambiado las leyes, pero si no cambian las estructuras que posibilitan, fomentan y justifican las injusticias, estas se abren camino, encuentran nuevas formas de volver y disciplinar a los y las disidentes.

No tienes derecho a tener placer.
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa) 
Siempre embarazada tienes que parir. 
(Ponte guapa, ponte guapa)

En tanto que sistema de dominación, el patriarcado también ha conseguido algo tan complejo como es controlar la reproducción. A través del Estado, se ha expropiado a las mujeres del control sobre sus propios cuerpos. En otras palabras: amparándose en divinidades y demonios, en tradiciones y leyes arbitrarias o en la demanda del mercado laboral, príncipes, Papas, políticos y cabezas de familia se han dedicado metódicamente a la mayor labor de ingeniería social jamás vista, esto es, al control directo sobre el cuerpo de las mujeres y, por tanto, sobre la reproducción de la mano de obra. Curiosamente, es la transición del feudalismo al capitalismo la que trae consigo esa concepción de la familia que no es otra cosa que la traslación del feudo al ámbito privado, donde el padre es el señor feudal y mujer e hijos son algo así como siervos. Eliminar el derecho al aborto es el ejemplo más claro, en la actualidad, de cómo a través de las instituciones se sigue intentando condenar a las mujeres a ser madres. Dicho de otra forma, de cómo sigue existiendo un interés patriarcal en que la maternidad sea algo parecido a un trabajo forzado. El sexo, por tanto, debe tener una clara funcionalidad reproductiva, al menos para las mujeres (“no tienes derecho a tener placer”), que son las que al fin y al cabo se quedan embarazadas. De aquí a condenar la homosexualidad solo hay un pequeño paso. No obstante, gracias al progreso que han conquistado las luchas feministas (avances que, como bien demuestran gobiernos como el del PP , son reversibles en términos legales), las leyes de hoy no persiguen el aborto de manera sistemática como antes, pero eso no significa que se haya eliminado la discriminación de género que hay respecto a la sexualidad: una mujer que busque tanto placer sexual como un “hombre de verdad” es inmediatamente sancionada a nivel social, desde los insultos a la violación “porque se lo estaba buscando”.

Tápate que eres mía desde que te compré. 
(Ponte guapa, ponte guapa, ponte guapa)
Mujeres con estudios menudo desperdicio. 
(Ponte guapa, ponte guapa)
Te doy una paliza, mañana te mataré. 

El siguiente paso lógico en un esquema de pensamiento machista es llegar a la conclusión de que las mujeres son una especie de bien común del que cualquiera pude apropiarse, como si fuesen las manzanas de un manzano silvestre. Y la principal forma que conoce nuestra sociedad de llevar a cabo esa apropiación ha sido y es a través de la institución del matrimonio. Cuidado, la idea de matrimonio en el sentido de contrato entre iguales que deciden poner en común al menos parte de su vida no lleva inevitablemente a la dominación masculina. Es la normalidad machista la que convence a ellos y ellas de que el matrimonio implica alguna forma de relación de propiedad de los hombres sobre las mujeres. Y es esa lógica la que está en el fondo de quien se cree que las mujeres son como las Barbie y que el “usufructo” de una te da derecho hasta para elegir cómo deben vestir o con quién pueden ir. La violencia de género es la máxima expresión de esta concepción según la cual ella se convierte en un instrumento de placer, cuidados y reproducción para él. De la misma forma que no cabe que un martillo te desobedezca, una mujer desobediente necesita inmediatamente ser disciplinada, cuando no se trata simplemente de la necesidad del varón maltratador de reafirmar una posición de dominación o de inflar su ego.

Ser pobre, esposa y madre, 
es tu deber como mujer. 

En esta frase se resume el planteamiento de Evaristo: existe una relación entre ser pobre, ser esposa y ser madre, y que todo eso te corresponda por ser mujer. Empecemos por el final: todo lo dicho en la canción, nos dice Evaristo (cobrar menos cuando se cobra, trabajar en casa, ser cuidadora, etc.), se deduce del hecho de que eres mujer, esto es, de que has nacido con útero y ovarios. Pero no nos engañemos, las mujeres ni son inferiores ni son menos listas o más irracionales, luego ¿cómo es posible que hayan vivido siglos bajo la más férrea dominación masculina y sigamos ahora, en pleno siglo XXI, discutiendo muchas de las cosas que se discutían en el siglo XIV? Porque de la misma forma que del hecho de ser mujer no se puede deducir el cobrar la mitad que los hombres o el dedicarse a la limpieza del hogar, tampoco se puede deducir el feminismo.

Efectivamente, el machismo es un problema social y afecta tanto a hombres como a mujeres, ambos están igual de capacitados para interiorizarlo. En ese sentido, resulta muy interesante la estructura de la canción: si bien el imperativo de permanecer hermosas, guapas, lo da una voz masculina, las normas de comportamiento (machistas) para las mujeres las dicta una voz femenina. El machismo se reproduce tanto a través de los hombres como de las mujeres, aunque la posición social que les depara no sea, evidentemente, la misma. Sin embargo, el patriarcado capitalista no es simplemente el resultado de interiorizar unos prejuicios cualesquiera, este sistema se ha construido sobre una base material muy concreta. Dicho de otra forma, sin excluir a las mujeres del mercado laboral, sin invisibilizar en términos de mercado el trabajo que hacen en el ámbito privado (cuidados, reproducción, labores domésticas...), sin convertirlas en pobres que dependan bien de la caridad, bien de la vida familiar bajo la dominación del marido o el padre, difícilmente se habría podido construir no ya el capitalismo, sino esa normalidad que sobrevivió al capitalismo en la mayoría de los países donde se ensayaron otras vías. Es decir, además de los factores ideológicos o superestructurales, además del machismo, encontramos que hay una serie de condiciones materiales que apuntan en la misma dirección, por ejemplo la pobreza feminizada. Es decir, la nueva estructura capitalista que requería luchar contra determinadas imposiciones e injusticias feudales, no necesitaba acabar con el machismo y las formas patriarcales de dominación de la época feudal, sino que necesitaba explotarlas e incluso llevarlas al extremo, fueron parte esencial de la acumulación originaria.

Así es como, en base a la situación de pobreza de las mujeres, es decir, en base a esa situación social de dependencia en la que les coloca un sistema político-económico muy concreto, surge la posibilidad de concebir el papel de la esposa y de la maternidad como se ha hecho hasta hace bien poco y cuyas secuelas pueden apreciarse hoy con absoluta claridad. No existe esa esposa devota de su marido, que trabaja 24 horas para él y sus hijos, que no se queja y es obediente, que le deja a él las decisiones importantes, que cree en la santidad del matrimonio aunque le peguen, etc, etc, si no se han creado las condiciones para que sea eso o la muerte por inanición, por ser puta o por ser bruja.

La orden que cruza toda la canción (“ponte guapa”) apunta a la concepción de que las mujeres son, en el fondo, un cuerpo. Hoy día, se utiliza el prototipo de mujer hermosa (la “Lolita”) como filtro, como cadena y como aspiración social: una mujer hermosa es permanentemente joven, con grandes pechos, labios carnosos, mezcla de ingenuidad y despreocupación juveniles... Se establecen cánones de belleza imposibles de alcanzar para la mayoría que se convierten en un motivo para mutilar el cuerpo en las mal llamadas clínicas de estética, para introducir venenos bajo la piel, para despreciarse a una misma, pero sobre todo como aspiración, como horizonte final, como deseo último. Este deseo de cumplir con los cánones de belleza lo atraviesa todo, como en la canción, es una cuestión transversal porque alude a esa “esencia” de lo que presuntamente es una mujer y que, bajo los quilos de maquillaje que implican las palabras bonitas (“ponte guapa, arréglate”, ¿quién puede estar en contra de esto, qué tendrá de malo?), existe una concepción de las mujeres según la cual lo que las caracteriza y a la vez determina es el cuerpo, su matriz, su naturaleza inevitable. Son cuerpo, son su sexo y por eso tienen un destino manifiesto: un conejo no puede evitar comportarse como un conejo de la misma forma que una mujer no puede evitar comportarse como lo que los machistas definen como mujer.

Patriarcado y capitalismo son dos estructuras de dominación que cohabitan y se nutren la una a la otra, pero no son la misma cosa. Ahora bien, el patriarcado no es una especie de sustancia invisible e inmutable que aparece con independencia de la organización material de una sociedad. Vivimos bajo una forma de patriarcado muy concreta, la capitalista, construida a base de sangre y fuego. Hemos progresado desde sus orígenes, pero de la misma forma que no hemos acabado con el capitalismo, tampoco lo hemos hecho con el patriarcado: este ha cambiado, ha mutado para adaptarse a nuevos tiempos, a una nueva normalidad que discute la hegemonía de los planteamientos machistas. Por eso, ayer y hoy, de distinta forma pero en la misma dirección, se sigue atacando todo lo que desborde los clásicos roles de género (ayer se quemaban mujeres bajo la acusación de ser “brujas”, hoy se llama “feminazi” a las mujeres y los hombres que representan un peligro para el patriarcado). La clave está, por tanto, en que esta serie de injusticias de las que habla la canción no surgieron de la nada ni se impusieron sin más: fue necesario construir un relato, un discurso machista (misoginia, demonización de las mujeres, del control de ellas sobre sus cuerpos, quema de brujas, separación entre lo que se considera de hombres y de mujeres, jerarquización de lo masculino sobre lo femenino, disciplinamiento desde el hogar y el Estado...) y fue necesario normalizarlo para que tanto hombres como mujeres aceptasen los roles de género y los prejuicios que los acompañan. Hoy, mucha gente percibe que estos son problemas del pasado (“ya no hay machismo o es cosa de extranjeros”) porque han desaparecido, se han atenuado o han cambiado algunos de los síntomas más llamativos del machismo. Pero esto es tanto como decir que ha desaparecido el capitalismo porque las condiciones en las que trabajan los mineros no son las mismas que las de hace cuatro siglos.