lunes, 30 de marzo de 2009

Invitación a la bomba (de Santiago Alba Rico)

Teníamos que haber reservado un poco de ingenuidad para esta ocasión. Los últimos años nos han ofrecido un repertorio tal de horrores que se nos ha constipado la conciencia. España se estremeció con el derribo de las Torres gemelas y sus 3000 muertos; se estremeció con las bombas de la estación de Atocha y sus 200 sencillos peatones despedazados; se estremeció incluso con los misiles sobre Bagdad y las torturas de Abu-Gharaib y se ha estremecido con las escenas de la Nueva Orleans volteada por el agua y abandonada por su gobierno. Y sin embargo mucho más impresionante que todo esto -como interpelación y como imagen- es el tratamiento zoológico dispensado a los africanos en el telón de acero de Melilla. El tiroteo, deportación y enjaulamiento de miles de personas que pedían ayuda, eso que llaman "política migratoria" como Hitler llamaba "política demográfica" al traslado a Auschwitz de los judíos europeos, impugna de hecho, ante los ojos del mundo, la legitimidad, viabilidad y justicia del orden político y económico vigente. Al mismo tiempo, la reacción de nuestros políticos, nuestros medios de comunicación y nuestra opinión pública impugna nuestro derecho a la riqueza, nuestro derecho a instituciones democráticas y, sobre todo, nuestro derecho presente y futuro a sentirnos buenos. Después de todo, el dolor del 11-S y el del 11-M pueden atribuirse a "malvados terroristas"; y el dolor de los niños de Bagdad cabe atribuirlo a "malvados imperialistas". Pero en el caso de Melilla no hay duda: hemos fotografíado el sistema mismo, hemos fijado para siempre la imagen de un orden que tiene que tirotear al que pide ayuda, que no puede dejar de tratar como animales a los que tienen hambre, que no puede permitirse siquiera la hospitalidad. Que los africanos vengan a pedir socorro a los mismos que les roban demuestra su desesperación; que los que les roban reciban su demanda de socorro con balas y palos demuestra la irrevocable ignominia del capitalismo. Podemos hacer guerras lejanas, imponer programas de ajuste estructural, firmar en un despacho un acuerdo comercial y destruir diez países sin violar en apariencia ningún mandamiento. Pero si llaman a nuestra puerta unos hombres que tienen hambre y sed, entonces no nos queda más remedio que romperles la cabeza, dispararles y abandonarlos en el desierto. Se crea o no en Dios, esto es un pecado y un pecado tan vergonzoso, tan sucio, tan abyecto, tan despreciable, que no es raro que hagamos un esfuerzo tan grande por ocultarlo, olvidarlo o justificarlo. Zapatero ha mandado al ejército español a asesinar a un mendigo que extendía la mano, como hacen las bandas de neonazis con los que duermen entre cartones, y España aplaude o calla. Carlos Fernández Liria nos reproducía en estas mismas páginas la broma de la católica COPE, celebrada por miles de oyentes, sobre la prueba olímpica de "salto a España"; José Daniel Fierro nos recordaba los delirios bellacos de Libertad-Digital sobre esta "invasión" que no se rechaza con la suficiente contundencia; y basta leer los titulares, noticias y comentarios de El País y de El Mundo para ver trocarse toda esta vergüenza indisimulable en eufemismos, perífrasis e hipérbatos tan complicados y frágiles como un churro de vidrio: "Melilla está viviendo de cerca el drama de la inmigración", como si fuesen los melillenses las víctimas y como si se tratase sencillamente de vivirlo de lejos; "doble perímetro de impermeabilización fronteriza", eufemismo siniestramente sanitario que encubre bajo un tecnicismo aséptico una valla erizada de pinchos y deshumaniza a los que intentan saltarla; "algunos han muerto en el intento y otros llevan en el cuerpo las secuelas de esta acción desesperada", como si se hubiesen herido solos en una prueba de alpinismo; "su situación pone en cuestión la moralidad del reino de Marruecos", porque el reino de España preferiría, en efecto, que los mataran por el camino, según lo acordado, dejando para los musulmanes un trabajo que los cristianos no pueden hacer sin que se resienta su sentido de la moral y se les atragante el polvorón de la democracia y los derechos humanos con que se llenan eternamente la boca.

Hay contradicciones que sólo pueden salvarse con un relleno de vacío; es decir, con más y más nihilismo armado. Si un soldado se dedica a torturar prisioneros y, al volver a casa por las tardes, quiere ser un ejemplo para sus hijos, esos prisioneros tienen que ser nada. Si una sociedad elige ininterrumpidamente la pobreza de África y tiene que contenerla a golpes cuando amenaza nuestro culpable bienestar y quiere, además, conservar sus valores y su superioridad moral, tiene que convencerse de que esos africanos se merecen su destino como nosotros nos merecemos nuestros supermercados y nuestros móviles. La valla de Melilla es tan natural como el mar Mediterráneo y tan justa como la luz del día.

Pero esa valla, que corta el mundo en dos sin umbrales ni transiciones, es también una pantalla donde se reflejan indisimulables dos contradicciones que es más fácil olvidar en otras partes. La primera tiene que ver con la dirección y posibilidad misma de los desplazamientos individuales en un espacio económico desigual en el que los Estados-Nación, formalmente homogéneos, tienen una capacidad desigual para imponer su soberanía. Convenciones internacionales y constituciones locales, con arreglo a los principios de la ONU, reconocen y exigen respetar el derecho individual de los ciudadanos a salir de sus países. Pero esas mismas convenciones y constituciones, con arreglo a los principios de la ONU, dejan en manos de los Estados el derecho de entrada. Salir es un derecho individual; entrar es un derecho de Estado. En un espacio económicamente desigual donde la soberanía está también desigualmente repartida, si los españoles parecen tener el derecho individual a entrar en Marruecos o en Indonesia es sólo porque el Estado español tiene la suficiente fuerza para debilitar o doblegar la soberanía marroquí o indonesia; si los senegaleses, los nigerianos o los propios marroquíes parecen, por el contrario, no tener el derecho a salir de África es sólo porque la soberanía española es lo suficientemente soberana para impedirles entrar en España. De hecho, los españoles pueden entrar en Marruecos o en Indonesia porque no son individuos sino manifestaciones impersonales de un Estado soberano; de hecho, los senegaleses no pueden salir de Africa porque son sólo individuos indefensos desprendidos de Estados sin soberanía. Paradójicamente y contra las apariencias, la libertad de movimientos sólo está prohibida a los individuos.

Esta contradicción, en cualquier caso, permite a los Estados occidentales -mientras no se les obligue a disparar contra las vallas- escandalizarse moralmente por las restricciones impuestas en otro tiempo en la Unión Soviética o en la RDA a los que querían salir de su país y al mismo tiempo suspender de facto ese derecho, sin violar ningún mandamiento ni conmoverse en sus valores, impidiendo la entrada, por todos los medios, legales y/o violentos, a los que salen individualmente de sus naciones intervenidas y deshilachadas (convertidas en verdaderos "contenedores" mediante acuerdos bilaterales con gobiernos más que dudosamente democráticos). Pero esta contradicción determina también, y es la condición, de un doble desplazamiento en el espacio, en direcciones contrarias, ascendente y descendente, que coincide con esas figuras activamente políticas que llamamos respectivamente turista e inmigrante. Millones de turistas occidentales entran libremente todos los años, como depositarios abstractos de un poder superior, en Egipto, Bali, Marruecos, Túnez, mientras millones de inmigrantes latinoamericanos y africanos son rechazados, como puros individuos desamparados, en las fronteras de EEUU y de Europa. De hecho, y en términos estructurales, los inmigrantes lo son desde su nacimiento, ahora y siempre, en su propio país, aunque no salgan de sus fronteras, como lo demuestra el hecho de que los turistas, por su parte, viajan provistos, e imponen allí donde van, sus vallas melillenses: hoteles blindados con fuertes medidas de seguridad, playas privadas, circuitos cerrados protegidos de los nativos, los cuales sólo pueden penetrar agachados y clandestinamente y a los que siempre se juzga importunos, molestos o sospechosos. Pero de esta manera, en el contexto aceptado por todos de una desigualdad de soberanías que veta los desplazamientos individuales -y sólo éstos- y que enfrenta a turistas e inmigrantes con independencia de dónde estén, las bombas de Bali, Egipto o Kenia son sólo el equivalente, a escala menos dañina, de las medidas "migratorias" occidentales que, únicamente en el Estrecho de Gibraltar y en la frontera de México con EEUU, han matado en los últimos diez años a 35.000 personas. La lógica de Libertad-Digital, de la COPE, de El Mundo y de El País, de nuestros políticos y de la opinión pública española, obliga a considerar los atentados terroristas contra turistas occidentales como legítimos dispositivos de soberanía restrictora, a igual título que los telones de acero, los disparos y las deportaciones contra los subsaharianos en Melilla. La valla de Melilla es, pues, una invitación a la bomba y una legitimación de sus efectos.

La segunda contradicción de la Valla es una prolongación de la primera y tiene que ver con la ya conocida paradoja de los Derechos Humanos. Contra los principios universales de la Revolución francesa, el reaccionario Joseph de Maistre recordaba que en el mundo no había nada que pudiésemos llamar hombres sino sólo españoles, franceses, ingleses e incluso persas (si es que se aceptaba el testimonio de Montesquieu, que había escrito sobre ellos). Esta burla certera desnudó, siglo y medio después, las consecuencias absurdas y trágicas de pretender defender los derechos humanos en un espacio económico desigual regido formalmente por el Estado-Nación. Ya Hannah Arendt llamó la atención sobre el hecho de que, una vez desprovistos de patria, de familia, de dinero, reducidos a su pura condición humana, los apátridas y refugiados de la Segunda Guerra Mundial quedaban por eso mismo al margen de todo derecho. Individuos puros, los hombres que saltan la valla de Melilla y destruyen su pasaporte para que no se les devuelva a sus naciones minusoberanas, privados por tanto de toda tutela, sin recursos y sin nacionalidad, se convierten en hombres, en hombres a secas, y no tienen más que su desnuda condición humana para resistir. Y precisamente a partir de ese momento y por eso mismo dejan de ser sujetos de derecho y su destino es el desierto. El reaccionario Joseph de Maistre tenía razón y quien se la da es el mismo neoliberalismo capitalista que, al mismo tiempo, sigue proclamando el carácter sagrado y universal de los derechos humanos. Los hombres, en cuanto que hombres, no tienen aquí y ahora ningún derecho y todo el que no sea algo más que hombre, todo el que no sea algo más que un individuo -español o millonario o mafioso o alguna combinación de estas tres cosas- sólo puede aspirar a que lo encarcelen o lo maten. Los españoles que se pasean ufanos y orgullosos por la plaza de Marrakesh en sí mismos no son nada; y su seguridad en sí mismos, y el desprecio de los otros, y su invulnerabilidad asumida, no es el resultado de nada que hayan hecho o merecido sino exclusivamente de la posesión de un pasaporte cuyo valor aleatorio puede, de pronto, desaparecer.

Los apaleamientos e insultos a los subsaharianos en Melilla son algo más radical y temible que el racismo; son la manifestación de un anti-humanismo beligerante y potencialmente homicida. Lo peor que se puede decir de alguien es que es sólo un hombre; lo peor que se puede hacer con alguien es tratarlo como si fuera un hombre. No hay nada más peligroso en este mundo que ser sencillamente un hombre. O quizás sí, quizás es aún peor ser... senegalés.

Propongo a la COPE que proponga a los organizadores del rally París-Dakar bonificar con algunos segundos de premio a los pilotos que, en su vertiginoso correr por el desierto, atropellen a un niño africano que así ya no podrá viajar a España en el futuro. Y propongo a Al-Zawahiri que proponga a Al-Qaida bonificar con unos segundos más de paraíso a los nativos que le rompan la pierna a un turista en una tienda de souvenirs de Bali o de El Cairo, para que no vuelva a estos países de vacaciones. El nihilismo de unos y de otros forma parte de la siniestra lógica de las cosas, aunque también la inocencia de las víctimas es desigual y al revés de lo que nos parece. La diferencia entre el integrismo occidental y el islamista, en cualquier caso, es que en Occidente el integrismo ya está en el poder y es seguido, votado y aplaudido por la mayor parte de la población, la cual, además, se pasea por todos los rincones del mundo, sin que nadie se lo impida, en pantalones cortos.


(Artículo de Santiago Alba Rico, extraído de Rebelión.org)

domingo, 29 de marzo de 2009

El desarrollo del capitalismo en América Latina

A continuación un pequeño resumen sobre el libro "El desarrollo del capitalismo en América Latina" de Agustín Cueva:

El desarrollo del capitalismo en América Latina y el Caribe estuvo y está determinado por las condiciones históricas concretas en las que se desenvuelve. La fase de acumulación originaria (el establecimiento del divorcio entre el productor directo y los medios de producción) comenzó aquí, América Latina, una vez el capitalismo central había entrado en su fase imperialista. Este hecho, sumado a la incapacidad de imponer el capitalismo mediante una revolución democrático-burguesa que destruyera de manera efectiva los cimientos del antiguo orden, determinará el complejo proceso de transición hacia una sociedad capitalista donde prevalezca un modo de producción concreto: la vía oligárquica o reaccionaria dependiente de desarrollo del capitalismo. La principal particularidad de esta es que no consigue transformar por completo las estructuras precapitalistas, sino que las subordina al capital, manteniendo una heterogeneidad estructural visible en los diversos modos de producción que conviven, asentando su evolución en la pauperización de los productores directos y los trabajadores. El resultado son economías “híbridas”, cuyo grado de “hibridez” determinará el ritmo del desarrollo. Insertas en la división internacional del trabajo que les reservaba el puesto de economías primario-exportadoras complementarias del capitalismo industrial del capital central, incluso el naciente capital industrial de los países latinoamericanos estará sometido a los vaivenes de la actividad primario-exportadora, sujeta a su vez a los avatares del capitalismo imperial y sus ciclos económicos. Los efectos que se desprenden de esta situación son principalmente tres: la desnacionalización de las economías dependientes, la aplicación “extremista” de las contradicciones y desigualdades del capitalismo y el desarrollo basado en las necesidades de las economías metropolitanas (no las propias).
El Estado liberal-oligárquico resultante, expresión superestructural del proceso de implantación del capitalismo, será de carácter no democrático, autoritario (pese ser teóricamente liberal), como el proceso que lo generó. Consecuentemente, en un primer momento y hasta bien avanzado el siglo XX las luchas sociales estarán encaminadas (y limitadas) a conseguir una democracia, una transformación efectiva de la estructura agraria y a impulsar medidas nacionalistas en oposición a la dominación imperial. Mientras, el Estado oligárquico se encarga de supeditar a los elementos de poder precapitalistas y de eliminar cualquier alternativa progresista de desarrollo del capitalismo. Los grandes comerciantes exportadores e importadores junto al capital monolítico extranjero sellan la alianza que conformará al nuevo bloque dominante, eje fundamental del desarrollo reaccionario del capitalismo. El nuevo Estado aparece como el instrumento de esta nueva oligarquía. La coacción extraeconómica se hace necesaria. El carácter reaccionario del desarrollo del capitalismo era incompatible, evidentemente, con las vías democráticas: hasta las capas medias se veían marginadas del proceso y sometidas a una inestabilidad permanente.
El fin de este Estado oligárquico y el cambio de fase hacia una simplemente burguesa dependerá de cada matriz estructural, de la relación que cada país guarda con el exterior y de la correlación de fuerzas sociales y la orientación que va adquiriendo la lucha de clases. La revolución democrático-burguesa no es más que una alternativa histórica que no tiene por qué darse para que se desarrolle una economía capitalista. En el caso latinoamericano, donde la principal vía de acumulación de capital fue el sector primario exportador, el sector industrial nunca se atrevió a llevar a cabo una transformación profunda, se detuvo en el mero reformismo. La gran acumulación de contradicciones que se originan determina el sentido de la lucha de clases, cuya primera expresión significativa será la rebeldía del campesinado en proceso de proletarización. Estos movimientos, aunque lograron grandes gestas, serán incapaces de estructurar un proyecto global de reordenamiento de la sociedad. La propia estructura desigual y heterogénea del subdesarrollo determina una gran variedad de situaciones. Incluso el proletariado propiamente dicho encontrará dificultades para insertarse en la estructura de la sociedad y no desarrollará una conciencia propiamente proletaria hasta la fase post-oligárquica, cuando las estructuras de clases adquieren un carácter más capitalista. Estas clases proletarias lucharán en un primer momento por una democracia, pero dada la índole de estos grupos, esta lucha incluirá muchas medidas sociales que van más allá de la simple democracia liberal.

domingo, 22 de marzo de 2009

¿Gobierno del pueblo?

El reciente artículo sobre el sistema electoral español me ha obigado a reflexionar, entre otras cosas, acerca de qué define realmente a nuestra democracia: ¿se trata verdaderamente del gobierno del pueblo? ¿O se trata más bien del gobierno de los políticos?
Para poder comprender mejor esta pregunta, acudamos a dos ejemplos clásicos y enfrentados de modelos políticos: Atenas y Esparta. En la democracia clásica ateniense la Asamblea es la que dirige la ciudad-estado. Está compuesta por todos los ciudadanos, los cuales toman las decisiones directamente, sin representantes. Por otra parte, existían algunas instituciones "representativas" donde un ciudadano actuaba en nombre de la Asamblea, si bien sus miembros eran elegidos por sorteo y por períodos que no superaban el año. No existen ni hacen falta, según esta concepción de la democracia, ni los partidos políticos (no hacen falta representantes porque los ciudadanos ejercen el poder directamente), ni la división de poderes (todos dependen de la Asamblea) ni elecciones. Estamos hablando de uno de los más claros ejemplos de gobierno del pueblo, de "democracia" en sentido clásico, pero no incluye en su definición como sistema político muchos de los elementos que hoy se consideran indispensables para hablar de democracia. Cabe destacar, no obstante, algunas limitaciones como el hecho de que la ciudadanía era muy reducida en comparación con el total de la población de la ciudad, y solo era miembro de la Asamblea el ciudadano, de tal forma que en la época de máxima expansión de Atenas, apenas un 10% de la sociedad era suficiente para que hubiese quorum en la Asamblea. La mujer, los esclavos, los extranjeros... no eran ciudadanos y por lo tanto no participaban en la toma de decisiones. Sin embargo, no conviene olvidar que una cosa es la idea de la democracia como autogobierno colectivo y otra muy distinta sus manifestaciones históricas concretas.
No muy lejos y en la misma época, nos encontramos con Esparta, a la que tradicionalmente se relaciona con la tiranía como forma de gobierno. Esto no era exactamente así: el poder de Esparta estaba, efectivamente, en manos de una reducida élite, pero los miembros de este Consejo de la ciudad eran elegidos medante un sistema bastante peculiar. Los candidatos desfilaban ante los ciudadanos reunidos en asamblea y estos los vivaban o no en función de sus preferencias. En un recinto adyacente, evaluadores imparciales registraban la intensidad de los aplausos y gritos y determinaban cuales eran los ganadores. Este es un claro ejemplo de gobierno de los políticos y, en mi opinión, el gérmen de lo que más tarde conoceremos como democracia representativa.
Mucho más próxima a nuestra época es la visión de Schumpeter sobre la democracia. Este autor, en su obra "Capitalismo, socialismo y democracia", concibe la democracia simplemente como un procedimiento, un método, no como un fin en sí misma. Argumenta que el gobierno del pueblo rara vez se ha dado en la historia, lo habitual es lo contrario: los líderes se organizan en partidos que reclutan militantes y que elaboran plataformas que después proponen al electorado. Y a este sólo se le convoca para optar entre las opciones dadas. El elemento central es la competencia entre las élites, la que determina entre otras cosas que se vean obligadas a adecuar sus programas a las preferencias de los votantes. Los partidos actúan como empresas que ofrecen productos al ciudadano-consumidor, que en lugar de dinero dispone de votos. Se distinguen unos de otros mediante la ideología, la cual utilizan como "marca" del "producto" (la política). No existe una voluntad general porque hay demasiados intereses en liza, contrapuestos y las diferencias son tales que resulta imposible hablar de un bien común. La voluntad del pueblon es un producto, está fabricada por la propaganda, no es la impulsora del proceso político.
El modelo que propone Schumpeter como ideal de democracia resulta ser una falsa democracia, absolutamente dirigida por unas elites que se comportan como déspotas al excluir al pueblo de toda toma de decisiones (bien sea impidiendo el acceso al poder, bien manipulando su voluntad). Lamentablemente, me temo que este es el modelo que definitivamente se ha impuesto, amparado y patrocinado por las grandes empresas y los grandes capitales. La democracia ha quedado reducida a mero procedimiento de legitimación de las decisiones de unas elites políticas que no representan prácticamente nadie más que a ellos mismos y a aquellos forofos que les siguen incondicionalmente como si de un equipo de fútbol se tratase. Los que no pertenecemos a esas elites nos vemos limitados a ser consumidores, robots alegres, conformistas. Tanto PSOE como PP participan de este juego, se nutren de él. La política y la democracia se reducen, para estos dos grandes aspiradores del voto, en un proceso para lograr acuerdos que garanticen la gobernabilidad del Estado. Su práctica se basa en principios de eficiencia, queda de lado cualquier principio ético o realmente democrático. Se trata de despolitizar la política, eliminar el conflicto, alejar la posibilidad de futuros alternativos.
¿Gobierno del pueblo? Creo que no. ¿Democracia? Creo que tampoco, salvo que entendamos la democracia como lo hacía Schumpeter. Lo que hoy en día tenemos es un sistema representativo, quizá con algún matiz democrático. Queda bastante demostrado, y en esto coincide hasta Schumpeter, que unas elecciones no garantizan, ni mucho menos, un sistema democrático. Lo que sí garantiza es una construcción imaginaria de la realidad donde se compartimenta el conflicto hasta el punto de negarlo, donde las elites se blindan contra las decisiones emanadas directamente del pueblo, que están "libremente" obligados a ceder su voluntad y capacidad política a unos elementos profesionalizados hasta tal punto que han adquirido espíritu corporativo. ¿Cómo si no se puede explicar que estén absolutamente prohibidos elementos constitutivos de una democracia directa como puede ser la revocación de mandatos o el mandato imperativo? Ante un mapa político como el actual en España donde sólo dos partidos que comparten más de lo que les diferencia (aunque aparenten otra cosa) pueden obtener la victoria gracias a un sistema electoral que les garantiza el trono (con perdón de su majestad), ¿cómo se puede cambiar la situación? ¿De donde tiene que venir el cambio? ¿Pueden unas elecciones en España revertir esta situación?

jueves, 19 de marzo de 2009

El sistema electoral en España

El eclecticismo del sistema educativo español resulta casi enternecedor. Aun me recuerdo, recién salido del colegio, un ciudadano de pleno derecho que sabía que la antracita es un tipo de carbón, pero con un desconocimiento absoluto del sistema electoral en el que iba a participar a partir de entonces. En mis primeras elecciones, unas autonómicas, voté por inercia: es la democracia, es lo que se hace. Se vota. Y voté, sin saber muy bien cómo, ni por qué, pero voté... Si en este foro vamos a discutir acerca del concepto de democracia, primero debemos conocer cuál es el contenido del mismo en el caso español.

Pero antes, y sin entrar en detalle, debemos aclarar una cuestión esencial. Según se desprende de los art. 2 y 137 de la Constitución (CE), el Estado español es un Estado autonómico. Esto implica que en España coexisten tres niveles de Administración Pública: la Administración General del Estado (dirigida por el Gobierno nacional), la Administración de las Comunidades Autónomas (dirigidos por los respectivos Gobiernos o Consejos autonómicos), y la Administración Local (básicamente, municipios y provincias, dirigidos por los Ayuntamientos y las Diputaciones provinciales, respectivamente). Lo más notable del modelo autonómico es que los distintos niveles de Administración no se relacionan con base en el principio de jerarquía, sino con base en el de competencia. Es decir, que Estado, CCAA y Administraciones locales disponen de unas competencias propias, y a veces exclusivas, para gestionar sus respectivos intereses. O dicho de otra forma, Ruiz Gallardón (Alcalde de Madrid), no depende jerárquicamente de Esperanza Aguirre (Presidenta de la CA de Madrid), ni ésta de Zapatero (Presidente del Gobierno). O aun más claro: el Alcalde de Manzaneda de Abajo tiene competencias en una serie de materias (transporte urbano, policía municipal, urbanismo…) en las que no puede entrar ni Zapatero, ni el Presidente de la CA correspondiente. De ahí que existan tres sistemas electorales distintos, estatal, autonómico y local (sin contar las elecciones al Parlamento Europeo…). Y de ahí también la importancia de todos ellos.

En este caso nos centraremos en el sistema electoral estatal. En estas elecciones se elige, no al Presidente del Gobierno ni al Gobierno, sino a una serie de representantes en el Congreso (diputados) y en el Senado (senadores). Una vez constituidas las dos Cámaras, el Congreso otorga su confianza a un candidato (el cabeza de partido con más representantes en el Congreso), que será nombrado Presidente del Gobierno por el Rey (Jefe del Estado español, vitalicio, por cierto). Después el Presidente elige a sus Ministros libremente, y son nombrados por el Rey. El Presidente y sus Ministros forman el Gobierno o Consejo de Ministros (en España, son dos nombres para el mismo órgano).

De forma que el sistema electoral español es el método a través del cual se elige, directamente, a los miembros del Congreso y del Senado, y solo indirectamente, al Presidente del Gobierno. Al Jefe del Estado (el Rey) no se le elige, nace como tal. La regulación del sistema electoral, para el que sea curioso, está en los art. 68 y 69 CE, desarrollados por la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG).


Sistema electoral para el Congreso
Según la LOREG, el Congreso está formado por 350 diputados. La circunscripción electoral, dice el art. 68 CE, será la provincia. Esto implica que en cada provincia se elige a una serie de diputados: dos en cada provincia, uno en Ceuta y otro en Melilla. Dado que en España hay 50 provincias, así se distribuye 102 escaños. El resto (los 248 que faltan para hacer 350) se distribuye en función de la población de cada provincia. Así, por ejemplo, en Madrid se elige muchos más diputados que en Soria.

Una vez que se ha determinado el número de escaños por Provincia, los partidos políticos presentan una lista de candidatos, con tantos nombres como escaños a repartir en la provincia concreta (ej. Si en Madrid se eligen, pongamos, 35 diputados, PSOE, PP, IU… crean una lista de 35 diputados cada una). Cada lista será distinta en cada provincia, de forma que en Madrid no se eligen los mismos nombres que en Guadalajara o Castellón. Zapatero y Rajoy, por ejemplo, fueron los cabezas de lista por Madrid para PSOE y PP respectivamente, pero María Teresa Fernández de la Vega (Vicepresidenta del Gobierno), fue cabeza de lista en Valencia para el PSOE.

Cada ciudadano da su voto a una lista presentada por un partido. El ciudadano vota, insistimos, a candidatos a diputado del Congreso. Es importante resaltar que esa lista es cerrada y bloqueada, es decir, que no se puede cambiar ni los nombres propuestos por el partido, ni el orden de la lista.
Pero, ¿cómo se reparten los escaños entre los partidos en función de los votos? A través de la fórmula electoral, que en España, es el sistema D´Hondt. Para explicar lo que viene a continuación, mejor con un ejemplo: en la provincia de Toledo se eligen, pongamos, 5 diputados. El PSOE obtiene 5500 votos, el PP 4500, IU 2000, y UPyD 1000. Con estos resultados se elabora una tabla así:
Es decir, en la columna izquierda se pone del 1 al número de escaños a repartir (cinco en este caso). Luego, se divide el número de votos de cada partido por 1, 2, 3..., y así hasta el número total de diputados a repartir. Pues bien, si se reparten 5 escaños en Toledo, los escaños se atribuyen a los 5 cocientes más altos (5500, 4500, 2000, 2750, 2250, subrayados). De forma que en Toledo, el PSOE obtiene dos diputados (que serán el número uno y el número dos de la lista votada por el ciudadano), el PP otros dos, e IU un solo diputado. ¿Y los votos a UPyD? ¿acaso no valen nada? No. Esto explica que un partido que, como IU o UPyD, se presentan en todas las Provincias y obtienen miles de votos, tengan respectivamente, 2 y 1 diputado en el actual Congreso. Por otra parte, explica que partidos como CiU o PNV, que se presentan solo en las Provincias de Cataluña y País Vasco, habiendo obtenido menos votos totales, tengan muchos más escaños.

Y así, sumando los escaños de cada partido en cada Provincia, se determina cuántos diputados tiene en total cada partido.


Sistema electoral para el Senado
Lo primero, ¿qué es el Senado? Es la Cámara de representación territorial, y participa en la elaboración de leyes, oponiendo vetos o enmiendas a los proyectos de ley que provienen del Congreso (que siempre tramita primero los proyectos y proposiciones de ley), pero sus vetos o enmiendas pueden superarse fácilmente por el Congreso. ¿Para qué sirve, entonces? Ahora mismo, para casi nada, por eso la propuesta de reformar el Senado ha sido una constante en los programas políticos, pero nunca se ha realizado (porque implicaría reformar la CE).

El proceso de elección de los senadores es más sencillo. En cada provincia se elige a 4 senadores, 3 en las islas mayores, 2 en las menores, uno en Ceuta y otro en Melilla. Cada partido presenta una lista con 4, 3, 2 ó 1 candidato, en función de si es Provincia, isla o Ciudad autónoma (Ceuta y Melilla). Cada ciudadano puede elegir 3, 2 ó 1 candidato de los propuestos por los partidos, libremente (es decir, no puede dar su voto a todos, excepto en Ceuta y Melilla). Los 4 (ó 3 ó 2 ó 1, en función de la circunscripción de la que se trate) candidatos que obtengan más votos obtienen los escaños de senador.

Además, cada CCAA, a través de su Asamblea legislativa o Parlamento respectivo (sí, cada CCAA tiene un parlamento que puede elaborar normas con rango de Ley, iguales que las del Estado, pero restringidas a sus competencias propias y a su ámbito territorial concreto), eligen a otro senador, y a otro más, por cada millón de habitantes en la CCAA correspondiente.

Pues esto es todo. Si es un buen sistema o no, que cada uno decida. Pero estos son datos objetivos: en Soria, un escaño vale muchos menos votos que en Madrid; IU, la tercera fuerza política más votada, con más votos que CiU, solo tiene 2 escaños, frente a los 11 de CiU; la mayor parte de los votos que se destinan a partidos que no son PSOE o PP son inútiles…

¿Por qué no se enseña esto en el colegio? No dudo que aprender los afluentes del Tajo sea importante, pero… ¿acaso no deberíamos conocer todos como funciona esto?

Un poco de Eduardo Galeano



Eduardo Galeano hace un genial aunque breve repaso de la situación del mundo.

Violencia y medios de comunicación

Ayer de madrugada, escuchaba en Radio Nacional, fueron desalojados los últimos estudiantes que ocupaban una facultad en Barcelona. Horas antes, el jefe de policía de la ciudad, había asegurado que no se expulsaría a los estudiantes a no ser que cometieran algún acto violento. La denuncia no tardaría en llegar, como por arte de magia. La carga policial no se hizo esperar. Y no sería la única, los medios de desinformación hablan de al menos tres cargas policiales por la ciudad. El conocido periodista Juan Ramón Lucas no ha podido evitar hablar de "bastante contundencia" a la hora de calificar la actuación policial. El resultado, cientos de heridos, incluidos niños. Testimonios no recogidos por estos medios nos dan cuenta de policías que "barren la calle" con la porra por delante, haciendo uso de la fuerza contra manifestantes y no manifestantes, simples transeuntes. "Cientos de heridos", dicen. No obstante, Radio Nacional no puede evitar posicionarse del lado de los policías con comentarios tan científicos como: "en la manifestación del otro día había más policías que manifestantes, por eso no hubo problemas".
Hace unas semanas, asistíamos a otro atentado de ETA sobre una sede del PSOE. No hubo víctimas. Sin embrago, a un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme, "víctima colateral" (por usar el vocabulario del gobierno) del atentado ya que su casa había sufrido daños (casa que según los medios llevaba "años reformando", lo que ya invita a posicionarnos sin conocer la noticia). Bien, este tipo, envalentonado por ideas del tipo "ojo por ojo" y posiblemente a sabiendas de la repercusión mediática que podía tener su pequeña fechoría, decidió destrozar un bar en respuesta a un atentado que le destrozó la casa. Los medios rápidamente transformaron este hecho en una pequeña cruzada de un hombre justo contra la injusticia y el miedo que le rodea. Un valiente, un ejemplo cuyo acto vandálico interpretan y por tanto transmiten como si de desobediencia civil se tratase, desmarcando este acto de otros que efectivamente sí constituyen violencia pese a que se trate también de "agredir" una propiedad, como los cajeros automáticos.
Este español de pura cepa, descendiente de Pelayo por lo menos, originó una serie de respuestas sociales a nivel mediático de lo más sorprendentes. Por un lado pudimos escuchar hasta al propio PP exculpar moral y éticamente a este bruto. "Nosotros no lo habríamos hecho, pero le entendemos perfectamente". Mientras, las televisiones recogían alguna que otra imagen de una maifestación en rechazo a lo sucedido, me refiero a los daños sufridos por el bar, a la venganza justiciera. En una maniobra que sigue la línea marcada por el oligopolio plutocrático que controla los medios de comunicación, el delincuente que destrozó el bar a mazazos se convierte en una víctima que ha de huir de su pueblo por miedo a los "violentos". Y los violentos son aquellos que se estaban manifestando con carteles en favor de la paz y del diálogo. Vimos alguna imagen, pero sus pancartas estaban en euskera y no se molestaron en traducirnoslas. Tampoco sus lemas.
Esta es una de las técnicas más habituales de los medios de comunicación para dar a luz y moldear al ciudadano del mañana: el "ciudadano prisa", o como diría Sartori, el "homo videns". La técnica es elegir un tema transversal, es decir, un tema en el que estamos casi todos de acuerdo, como puede ser el rechazo a la violencia en abstracto. Entonces, de forma sutil, se redefine el concepto para que encaje con el grupo al que se quiere criminalizar, es decir, en base a unos intereses muy concretos. Intereses a priori privados (como es obtener beneficio) que no podrían tener un mayor impacto social y público. Esta es la parte más laboriosa, más difícl y que implica más tiempo. Lo normal es que se lime, se esculpa un concepto (más que inventarse su significado) hasta que pierde su valor crítico, ético y científico. Hasta que arroja una visión tan simplificada de la realidad y tan parcial, que las conclusiones a las que lleva su utilización están encauzadas, dirigidas por una mano invisible que creemos nuestra, pero que no tardaremos en descubrir que no manejamos si tratamos de abrirnos a visiones alternativas y más complejas de la realidad.
Los medios de comunicación son monstruosos creadores de significantes cuyo poder no está sujeto a ninguna regla política. No responden ante nada ni ante nadie, pueden crear la realidad a su libre entender sin sentirse responsables de los efectos que provoquen, aunque siempre limitados por las leyes del mercado. Otro ejemplo ilustrativo: todos nos enteramos cuando el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela (al que asociamos con el mal, la dictadura y la violencia desde que desobedecen los dictados del FMI) compró unos cientos de miles de rifles y ametralladoras a Rusia, o cuando intentaron comprar cuatro cazas al gobierno español. Sin embargo, pocos son los que saben que otro líder de izquierdas latinoamericano y su gobierno, tienen planeado (desconozco si ya lo han acabado o lo están construyendo) contar con al menos un submarino nuclear. Se trata de Brasil. Pero la noticia carece de relevancia y de trasfondo "violento" porque Lula ya firmó (lo hizo antes de ser elegido, véase "Carta ao Povo Brasileiro") que iba a obedecer los caprichos del FMI, bajo la amenaza y la presión de repetir la experiencia argentina del "corralito". En los grandes medios de comunicación el término "violencia", como otras palabras que generan rechazo per se, son asociadas sin piedad ni vergüenza con aquellos elementos sociales que no encajan en el gran plan neoliberal. La realidad es una construcción social. Hoy este poder lo ejercen grandes corporaciones, grupos empresariales. Controlan esa "democracia virtual" a la que no tiene acceso el 90% de la población mundial. En reducidas reuniones de accionistas y consejos de dirección deciden y definen la realidad. Si estamos dispuestos a que un sector tan pequeño de la población disponga de tanto poder, ¿cómo aceptar que sean entes privados alejados de la decisión del pueblo? ¿Cómo aceptar que los escasos medios públicos participen en ese juego del lado del capital y sus aliados?

miércoles, 18 de marzo de 2009

Comprender Venezuela (Fernández Liria)

"[...] al mismo tiempo que aumenta la pluralidad de partidos que se alojan en el interior del proceso, la Oposición tiende cada vez más a reducir su peso electoral hasta hacerlo coincidir casi exactamente con los límites de la oligarquía en defensa de sus privilegios. Sin embargo, es cierto que la Oposición mantiene todavía un impresionante poder mediático capaz de influir de un modo determinante en capas de la población no pertenecientes a la élite económica. A este respecto tampoco es difícil encontrarse en Venezuela en situaciones verdaderamente ilustrativas: un día, por ejemplo, mientras hacía cola en el banco, la señora de delante decidió, al verme extranjero, sensibilizarme sobre la grave situacion venezolana. Con una postura muy decididamente antichavista, no paraba de repetir: "¡ay!, hijo ¿tu has visto cómo están los cerros?; ¿tu te has dado una vuelta por los cerros?, ¿has visto la miseria que hay, la cantidad de pobreza, el nivel de necesidad?; si lo vieras se te partiría el corazón y no podrías pensar bien de Chávez". Lo insólito es que (quizá sea yo demasiado ingenuo) la señora me estaba pareciendo honrada y su compasión, sincera. Lo que pasa es que esa señora no sabía que los pobres ya estaban antes de Chávez, o quizá si lo supiera, pero no los había visto (condición necesaria para que se te parta el corazón). Sencillamente antes de Chávez los pobres no salían por la televisión; era como si no existieran. Sin embargo, ahora los canales privados no paran de mostrar una gran sensibilidad sobre el asunto, achacando a Chávez, claro está, toda la responsabilidad. Esta señora, desde luego, no parecía millonaria, pero es sí, solo veía el mundo a través de la televisión (se daba la circunstancia de que vivía en el Parque Central, un gigantesco complejo diseñado en el centro de Caracas como una fortaleza con viviendas, comercios y todos los servicios para que no hiciese falta salir de ahí en ningún momento). Ni que decir tiene que, encontrándose el banco en cuestión en el municipio Libertador (y no en el municipio de Chacao, la zona residencial), en la misma cola había unos cuantos de esos pobres que no tardaron en intervenir para puntualizar que ellos, en efecto, ya existían antes de Chávez. De entre todos los que intervinieron, que fueron todos (de repente la sucursal del banco se convirtió en una especie de asamblea improvisada), me impresionó mucho un hombre de unos 40 años que me dijo: "no solo ahora tenemos médicos, escuelas y la alimentación garantizada, que antes no teníamos. Ahora además tenemos una Cosntitución y conocemos nuestros derechos: antes la policía te cogía sin motivo y no sabías cuando te iba a soltar (si es que te soltaba vivo); ahora la policía tiene que ponerte a disposición judicial en un máximo de 48 horas y, luego, la fiscalía tiene 48 horas para decidir si hay fundamento para iniciar un proceso o, si no, te tiene que dejar en libertad". Lo que me impresionó de este hombre es que, inmediatamente después de esta lección de derecho procesal, me mostró, con una extraña mezcla de vergüenza y orgullo, los trazos infantiles con que había rellenado el formulario de la ventanilla: "he aprendido a escribir hace solo un mes", dijo, "con una beca".


"Comprender Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales occidentales", Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero.

lunes, 16 de marzo de 2009

El pensamiento sistémico (Roitman)

"El conformismo social es un tipo de comportamiento cuyo rasgo más característico es la adopción de conductas inhibitorias de la conciencia en el proceso de construcción de la realidad. Se presenta como un rechazo hacia cualquier tipo de actitud que conlleve enfrentamiento o contradicción con el poder legalmente constituido. Su articulación social está determinada por la cración de valores y símbolos que tienden a justificar dicha inhibición en favor de un mejor proceso de adaptación al sistema-entorno al que se pertenece.
El conformismo social se manifiesta tanto en la dimensión colectiva como en la individual. [...] Lo podemos observar en las actitudes y las decisiones tomadas durante un día cualquiera. [...] Hacemos a la perfección todo lo que rechazamos en el fuero interno. Construimos una realidad social donde la renuncia al estado de conciencia se plantea como un objetivo por el cual luchar.
El continuo hacer en esta dirección transforma lenta pero eficazmente el comportamiento social. Los sujetos se sienten identificados en un orden donde se pierde la relación entre el hacer y el pensar, al extremo que pensar es considerado una resistencia a vencer. Actuar sin unir al acto el sentido y valor ético que posibilita resistir, criticar y, finalmente, rebelarse ante una orden construye un estado de sumisión colectiva donde todos se defienden a sí mismos y con ello defienden al otro. [...]
El conformismo social se edifica sobre estructuras mentales de carácter complaciente, mutando la condición humana y negando su naturaleza ética. [...] Al señalar que teje redes cuyo objetivo es atrapar a todo tipo de sujetos, independientemente de sus ideologías, sus formas de vida y de pensar, indicamos su elevado grado de cobertura. [...] El sistema, nuevo Leviatán, se apropia de la conciencia logrando que los individuos entreguen su voluntad de actuar y pensar al orden sistémico. El pacto social se fundamenta en inhibir conductas antisistémicas.
Las estructuras mentales del conformismo social modifican la conducta y alteran los significados sociales del comportamiento colectivo. El yo ético-consciente es reemplazado por "otro" yo, y un alter ego autocomplaciente. [...] Aparece un carácter prototípico del conformista social perfectamente habituado a desarrollar su comportamiento a partir de interiorizar las estructuras mentales del social-conformismo: un sujeto sin responsabilidades, llenos de culpas y sin confianza, salvo la derivada de los principios autorreferenciales que produce el pensamiento conformista. [...] Las estructuras mentales del conformismo social pretenden construir una acción y una relación social lo más simplificadora de la realidad posible. [...]
Queremos el bien, somos amantes de la democracia y respetamos la libertad del otro. Todo ello, siempre y cuando no implique la renuncia a ninguno de nuestros deseos e intereses. El esfuerzo por realizar el bien debe ser el mínimo posible y debe tener repercusión social , gozar del reconocimiento de los demás. No se trata de guardar el anonimato ni actuar por convicción. Realizamos obras por interés. Se actúa cuando se nos va a recompensar y sube nuestra cotización en el "mercado de valores humanos". [...]
La justificación permanente nos facilita el por qué de ella y damos cumplida cuenta por medio de largas explicaciones racionalmente construidas y finamente argumentadas. Con esta actitud queremos informar a los demás de la incapacidad por hacer cosas diferentes y contrarias al orden establecido. Queremos que todos hagan lo mismo, se conformen y sean autocomplacientes, pierdan su voluntad para evitar sufrir consecuencias no deseadas. [...]
Universalizar una razón cultural no es tarea fácil, requiere una gran capacidad para imponer una cosmovisión, unas razones y unos valores acordes a un proyecto de dominación política donde la letra y la música deben ir al mismo compás. No se puede desafinar, no es posible realizar ensayos. La contingencia y la incertidumbre constituyen parte del tiempo histórico imposibilitando la construcción de futuros apriorísiticamente definidos. para obtener el control de parte de los tempos de dicho proceso es obligatorio planear, diseñar y orientar los procesos de socialización y toma de decisiones, al mismo tiempo que dotar de sentido a las acciones sociales que van moldeando la realidad.
Las construcciones históricas son a posteriori, se edifican con ladrillos existentes. La historia de la civilización del capitalismo se construye utilizando los ladrillos que previamente han pasado el control de calidad, se busca asegurar su edificación. La calidad de los materiales es fundamental. Tampoco es ajeno a la construcción la formación de personal adecuado. El proceso de socialización educativa garantiza la continuidad del proyecto. En esta dimensión es imperativo contar con arquitectos, ingenieros, constructores, obreros, avalistas financieros, entre otros, que compartan e interioricen el objetivo y reproduzcan en sus comportamientos la razón cultural y la civilización material del capitalismo."


Marcos Roitman, "El pensamiento sistémico, los orígenes del social conformismo", 2003.

martes, 10 de marzo de 2009

Conversación con Allende





Salvador Allende analiza el camino legal hacia el socialismo, los problemas previstos con la administración Nixon y la CIA, y cómo tenía previsto ocuparse de la oposición de la burguesía chilena. También habla de sus primeros días como médico, recordando cómo su carrera médica y el contacto con los pobres dirigió su conversión al socialismo.

La entrevista fue producida por Dove Films y dirigida por Saul Landau el 31 de enero de 1971.

viernes, 6 de marzo de 2009

La democracia (Roitman)

"La resistencia contra la explotación demuestra que la democracia no forma parte del capitalismo. Salvo que optemos por corromper el concepto. Neoliberalismo y democracia tampoco se complementan. Lograrlo es el objetivo de los defensores de la razón cultural de occidente. Para ello emplean todo tipo de estrategias. Es un proceso largo. No dejan nada al azar. En él participan especialistas: sociólogos, economistas, politólogos y publicistas. Tanques de pensamiento. Abren un frente y luego otro, hasta copar todo el campo de batalla: el estado de consciencia vivido con dignidad y valor ético.
El primer enfrentamiento se da en el campo del lenguaje. Si no tenemos capacidad para enunciar el mundo, otros imponen su dominio sobre la realidad. Dar un significado a la palabra democracia es parte de una guerra teórica y política por controlar el mundo. [...] El orden sistémico posee la capacidad de construir conceptos y ponerlos en circulación de forma rápida y eficiente. Es una fábrica de significantes. Cuenta con medios de comunicación y centros especializados de difusión. Si se trata de elaborar el concepto de democracia se presenta como si fuese un producto para el mercado, hay que generalizar su uso, y para ello debe estar en boca de millones de gentes, jadeando y pidiendo democracia, aunque no entiendan su significado. Tiene que ser una definición atractiva; pero al mismo tiempo fácil de digerir, no puede ser compleja. Desear la democracia supone un mensaje breve, corto, al alcance de todos, elemental: debe encajar con una sociedad de consumo, vivida en el marco del individualismo extremo. Hay que ajustar los términos. En lo estratégico, la palabra democracia será repetida una y otra vez, hasta calar en los huesos y, en contrapartida, el consumidor debe creer en la posibilidad de adquirirla. El oyente deseará vivir en el tipo de democracia que le ofrecen y la forma de vida que le proyectan. Se producirá un acoplamiento estructural. Lo que existe, su mundo de consumo, es democracia. El resto es quimera. No hay más democracia que la existente, esta verdad se transmite de boca en boca hasta la saciedad: todos la enuncian. Se consume en el discurso, está escrita, pero no constituye ninguna práctica social. [...] La fiesta de las elecciones. El ritual electoral donde se eligen elites gobernantes. Competencia para administrar eficazmente el Estado. Así, argumentan quienes aumen su discurso. Se vive en democracia cuando se compite por el control de las instituciones y existe alternancia en el poder. Por consiguiente, la democracia consiste en elegir gobernantes para crear, aplicar leyes y desarrollar normas por gobernantes elegidos. [...]
La democracia no identifica comportamientos humanos. Su definición se constriñe a una realidad virtual solo apta para satisfacer su enunciado. [...] Descartada la democracia como forma de vida, transmutan la noción de bien común que la acompaña. Ahora expresa una acción represiva en manos del poder político. El bien común debe entenderse ante todo como un acto de disciplina dentro del orden. Ya no existen ciudadanos, sino operadores sistémicos dentro de una economía de mercado. Consumidores recurrentes. [...]
En eso consiste la democracia representativa. Ese es su valor intrínseco. Técnica electoral. Un conjunto indeterminado de partes y técnicas capaces de aplicarse en cualquier parte y en cualquier condición. Se trata de un lenguaje, el de los votos nulos, blancos, la abstención, los partidos minoritarios, las mayorías, las listas abiertas, cerradas, o los sistemas proporcionales. [...]
Por consiguiente, un proyecto alternativo, consiste en rescatar el concepto y no permitir que el pensamiento neoliberal y el capitalismo se apropien de su definición. La lucha teórica es una lucha política y en ella la guerra por la palabra es fundamental."


Marcos Roitman, "Democracia sin demócratas y otras invenciones".