jueves, 20 de febrero de 2014

Medios en Venezuela: el apocalipsis de la información

"La policía venezolana actúa sin miramientos. Esperan a la noche para reprimir dura e indiscriminadamente a los opositores"

Donde en España “los inmigrantes mueren” y la policía “se ve obligada a intervenir” debido a la mala fe de “los violentos antisistema”, en Venezuela la policía “asesina manifestantes” aunque de hecho no sean ellos los que les disparan.

Donde en España la policía un día desmiente sus crímenes y al siguiente los reconoce con total impunidad, donde puedes pasarte un par de noches en el calabozo acusado de “atentar contra la autoridad” por haber cruzado una calle sin vestir de etiqueta, en Venezuela la policía “masacra y reprime de manera indiscriminada” por expulsar de la calle a quien quiere retrotraer la democracia venezolana a los tiempos nada democráticos de la IV República y el Caracazo.

En España, dicen, “no existen las torturas”. Mientras, los policías grabados durante un claro abuso de poder son sistemáticamente indultados, hasta dos veces si es necesario. En Venezuela, por el contrario, “el gobierno viola los Derechos Humanos de los opositores”, siempre “pacíficos” por mucho que sean de gatillo fácil, y detiene “sin pruebas ni juicio” a sus líderes. Al parecer, las barricadas con neumáticos ardiendo son en realidad barbacoas populares, no como en España, donde son nada más y nada menos que “filoterrorismo”, el fruto de la acción de unos “ignorantes desalmados”.

Mientras al sur de los Pirineos desobedecer es “atentar contra la Marca España y contra el resto de ciudadanos” y pertenecer a determinadas organizaciones o partidos es “terrorismo”, allá en Venezuela, precisamente ahora que manda el pueblo y no los corruptos representantes del capital, desobedecer es un síntoma de “la voluntad de libertad” y la necesidad de “acabar con un régimen dictatorial”.

Aquí las vallas con cuchillas destinadas a impedir el paso de seres humanos parecen ser en realidad “concertinas aprobadas por la UE que proporcionan seguridad y evitan la alarma social” y desplazar la frontera mientras se dispara a gente que se ahoga es “una cuestión de Estado”. En Venezuela la policía “hostiga los barrios más acomodados de Caracas” y “reprime brutalmente a su pueblo”, pese a que los muertos son fundamentalmente chavistas (detalle del que se olvidan de informar) y no han sido presa de la policía, sino de los “luchadores por la libertad”.

Allí donde los banqueros amasan mayores fortunas vendiendo derechos a sus amigotes y filiales se habla de “síntoma de recuperación” y de “pura necesidad porque no hay alternativa”, critican que allá se utilice a los antidisturbios no contra quienes defienden los derechos (como en España) sino contra quienes los atacan para salvaguardar su condición de privilegiados.

Desde donde “nunca se negocia con terroristas”, se exige a gobierno y pueblo venezolano que se sienten a negociar los privilegios de unos peces gordos que carecen de legitimidad y cuya única fuerza (no es poca) es fabricar cadáveres. Al parecer, esto está justificado porque los fuertes “tienen derecho a defender sus intereses” frente y sobre los débiles.

En España los medios de comunicación no retransmiten las cargas policiales en directo para “no herir sensibilidades” ni “poner en peligro la seguridad”. El gobierno español también quiere impedir que los ciudadanos puedan grabar a quien les agrede, lo que recibe el nombre de "Ley de seguridad ciudadana". En Venezuela que el gobierno ordene que no se retransmitan imágenes de los cadáveres (la mayoría chavistas) es “censura de la peor clase”, “digno de una república bananera”. Obama (mito de la televisión) habla de “reclamaciones legítimas de los venezolanos”, pero curiosamente no se refiere a las llamadas a la paz del chavismo, sino a los opositores, es decir, a quienes buscan el retorno a la economía de casino, la ley del más fuerte, la democracia como puro procedimiento de selección de élites que pertenecen al mismo bando. Y que lo hacen, además, de forma violenta, cometiendo asesinatos políticos.

El 15M, Occupy Wall Street, las calles de Grecia... son movimientos populares bautizados como “peligro de orden público”, reunión de “perro-flautas, piojos y garrapatas” y "germen del totalitarismo”, una “minoría ruidosa en oposición a la mayoría silenciosa que apoya al gobierno”. En Venezuela, las concentraciones violentas de un puñado de miles, movimiento mucho más aislado que los de EEUU y el sur de Europa y sin continuidad más allá de ser otra estrategia para destruir las conquistas alcanzadas por las clases subalternas, esas turbas que matan personas y andan destrozando, por lo visto se llaman “multitudinarias marchas pacíficas contra el gobierno de Maduro”, “cantos a la libertad”, o simplemente “gran movilización social”.

Las protestas en España son contra la deriva oligárquica del régimen del 78, contra el estrechamiento de la democracia, lo que se ha traducido como “protestas inútiles” promovidas y financiadas por “grupos vinculados con ETA”. En Venezuela son contra un gobierno que “compra votos con subsidios del paro, casas y comida”, que es la forma en que traducen “justicia” cuando no son ellos los que dan las órdenes, cuando no pueden violar el término.

Los medios de propaganda masivos de nuevo se vuelcan para tratar de eliminar un gobierno que “atenta contra sus intereses” (y, al parecer, por extensión contra los intereses de todos los demás) de la forma que más les asusta: con más democracia, más conciencia política, más participación directa de la ciudadanía. Para nuestros medios, el gobierno de la Troika, del poder financiero, del capital, es “libertad y democracia”. Sin embargo, lo que antes se entendía por “democracia”, es decir, el gobierno del pueblo, recibe el juicioso nombre de “dictadura”. La diferencia entre España y Venezuela es quién manda, para quién trabaja la policía, qué se defiende desde las instituciones. Para los que dictan los contenidos de telediarios y tertulias, la democracia es intolerable cuando sus servo-representantes son legítimamente expulsados del aparato de control de las instituciones políticas. Le tienen miedo a la democracia. Y cada vez más, porque si algo nos enseñan países como Venezuela es que podemos acabar con este infierno al que llaman “Marca España”. Y si podemos, debemos.

A cabalgar hasta enterrarlos en el mar.