jueves, 24 de septiembre de 2009

La indiferencia (Antonio Gramsci).

La indiferencia es en realidad el más poderoso resorte de la historia. Pero al revés. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto de valor general puede engendrar, no se debe enteramente a la iniciativa de los pocos que actúan, sino también a la indiferencia, al absentismo de muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunos quieren que se produzca, cuanto porque la masa de los ciudadanos abdica de su voluntad y deja hacer, deja que se agrupen los nudos que luego solamente la espada podrá cortar; deja que lleguen al poder unos hombres que luego sólo un levantamiento podrá derribar.

La fatalidad que parece dominar la historia es precisamente la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Hay hechos que maduran en la sombra porque unas manos no vigiladas por ningún control tejen la tela de la vida colectiva y la masa permanece en la ignorancia. Los destinos de una época son manipulados según visiones limitadas y según los fines inmediatos de pequeños grupos activos, y la masa de los ciudadanos lo ignora. Pero los hechos que han madurado salen a la luz, la tela tejida en la sombra llega a término, y entonces parece que la fatalidad lo domine todo y a todos, que la historia no es más que un enorme fenómeno natural, una erupción volcánica, un terremoto del que todos son víctimas: el que ha querido y el que no ha querido, el que sabía y el que no sabía, el que se había mostrado activo y el que había permanecido indiferente. Y este último se irrita; quisiera sustraerse a las consecuencias, que se viera claramente que él no ha querido, que es irresponsable. Algunos lloriquean piadosamente; otros blsfeman obscenamente, pero ninguno, o pocos, se pregunta: si hubiera cumplido yo tambien con mi deber de hombre, si hubiera tratado de hacer oír mi voz, mi opinión, mi voluntad, ¿no habría pasado lo que ha pasado?

Nadie, o muy pocos, se atribuyen la culpa de su indiferencia, de su escepticismo, de no haber dado su apoyo material y moral a los grupos políticos y económicos a los que combatían precisamente para evitar aquel mal, por no procurar el bien que se proponían. Otros prefieren, en cambio, hablar de fracaso de las ideas, de programas hundidos definitivamente y de otras amenidades parecidas. Continúan en su indiferencia, en su escepticismo. Mañana reanudarán su vida de absentismo de toda responsabilidad directa o indirecta. Y no puede decirse que no vean claras las cosas, que no sean capaces de dibujar hermosísimas soluciones para los problemas más inmediatamente urgentes, o para los que requieren mayor preparación, más tiempo, pero que son igualmente urgentes. Pero estas soluciones permanecen hermosamente infecundas, y esta aportación a la vida colectiva no está animada por luz moral aguna; es consecuencia de cierta curiosidad intelectual, no de un agudo sentido de la responsabilidad histórica que exige atodos que sean activos en la vida, en la acción, y que no admite agnosticismos ni indiferencias de ninguna clase. Por esto es necesario educar esta nueva sensibilidad: hay que acabar con los lloriqueos inconcluyentes de los eternos inocentes. Hay que pedir cuentas a todo el mundo de cómo ha cumplido la tarea que la vida le ha señalado y le señala cotidianamente, de lo que ha hecho y especialmente de lo que no ha hecho. Es preciso que la cadena social no pese solamente sobre unos pocos, que todo lo que sucede no parezca debido al azar, a la fatalidad, sino que sea obra inteligente de los hombres. Y por esto es necesario que desaparezcan los indiferentes, los escépticos, los que usufructúan el escaso bien que procura la actividad de unos pocos, y que no quieren cargar con la responsabilidad del mucho mal que su ausencia de la lucha deja que se prepare y se produzca.



Antonio Gramsci, 26 de agosto de 1916. Extraído del libro "Bajo la mole. Fragmentos de civilización".

domingo, 20 de septiembre de 2009

La corrupción de la política.

El otro día volvía a utilizar la cabeza para pensar, corriendo el riesgo de convertirme en un ciudadano "políticamente incorrecto". Estaba leyendo con interés "Bajo la mole", una recopilación de artículos escritos por Antonio Gramsci entre 1916 y 1920 en (y sobre) Turín. A las pocas páginas me percaté de que muchas de las críticas más incisivas se dirigen hacia la gestión de las distintas autoridades locales. Sin embargo, la inmensa mayoría de estas reprobaciones resultan perfectamente extrapolables a otras ciudades, países e incluso momentos históricos. Una de las conclusiones que podemos extraer inmediatamente de sus artículos es que los capitalistas no han sabido gestionar la economía... y mucho menos la política. Pero esta idea realmente no es nueva.

Con siglos de antelación, Aristóteles definió tres formas de gobierno básicas en función de quién gobierna: la monarquía (el gobierno de uno), la aristocracia (el gobierno de pocos, de los mejores) y la politeia (el gobierno de los ciudadanos). Sin embargo, para Aristóteles la clave del gobierno no residía exclusivamente en el número de personas que ejerciesen el poder. Además de la cuestión de quién gobierna se plantea cómo, y esta es la base para diferenciar el buen gobierno, las formas puras de gobernar, de las formas impuras, las malas formas de gobierno. Y el elemento esencial para distinguir entre un buen gobierno y un mal gobierno es si se toma en cuenta el interés común o el individual. De esta forma, a las tres formas buenas de gobierno, les corrresponden tras formas malas, corruptas: la opuesta a la monarquía sería la tiranía (el gobierno de uno al servicio de sus intereses), la opuesta a la aristocracia sería la oligarquía (el gobierno de unos pocos al servicio de sus intereses) y la opuesta a la politeia sería la democracia (el desgobierno de muchos porque todos buscan su propio interés).

El problema fundamental para cualquier gobierno no es el número de gobernantes, según Aristóteles, sino al servicio de qué intereses actúa ese gobierno. Si trabaja para conseguir el bien común será un buen gobierno, si se convierte en un instrumento para alcanzar metas individuales o de grupos concretos será un mal gobierno. Por tanto, el mayor peligro al que se enfrenta cualquier forma de gobierno será que sus propios dirigentes confundan el interés privado con el interés común. Esta es la principal fuente de corrupción. Hoy podríamos añadir que el capitalismo (un sistema en el que prima el beneficio y el interés privado sobre todo lo demás) y las formas de gobierno puras en el sentido aristotélico son por tanto incompatibles.

Por otro lado, también es cierto que en la época de Aristóteles ni las mujeres, ni los extranjeros, ni los esclavos... eran considerados ciudadanos. Las decisiones las tomaba la Asamblea, pero el quórum (el porcentaje de ciudadanos que necesariamente han de estar presentes en el proceso deliberativo para que se pueda tomar una decisión) apenas abarcaba al 10% de la población de Atenas. Hoy se dice que son el liberalismo y el capitalismo los que han traído consigo la extensión de la ciudadanía. Sin embargo la realidad es más bien la contraria.

Siglos después de la caída de las polis griegas, sería la Revolución Francesa la que diese el pistoletazo de salida a la lucha por la universalización de la ciudadanía. Sin embargo, cuando parecía que estábamos más cerca de conquistar ese espacio público que Carlos Fernández Liria describe como "vacío" en contraposición a los espacios públicos ocupados por un trono o un templo, aparece el capitalismo. El capitalismo impone el mercado allí donde antes se colocaban los templos y los tronos, con lo que el ciudadano queda impedido para ocupar ese espacio y ya no participa en lo público de forma independiente. En lugar de decidir libremente, en lugar de participar activamente, el ciudadano se ve sometido a la dictadura del mercado de trabajo, que en último término obliga a decidir (si es que se tiene tiempo y acceso al espacio público) no como ciudadano, sino como asalariado, como empresario, como sindicalista... El espacio público deja de ser el espacio común, el lugar de encuentro y deliberación, para transformarse en un lugar de desencuentro, el escenario donde tienen lugar las pugnas de intereses entre distintos grupos o individuos. Ya no aparece vacío y dispuesto a ser utilizado por los ciudadanos, sino parcelado en función del peso de los distintos intereses en liza.

Casi un siglo después, Marx trató de rescatar el proyecto ilustrado. Comprobó y demostró cómo el capitalismo, al basarse en la propiedad privada de los medios de producción, ha conseguido imponer su ideología y dominar la esfera política de forma que ambas sirvan a sus intereses. Pero también supo ver una salida, una vía de acceso al sueño de "libertad, igualdad y fraternidad" rescatando la política del yugo de los economistas capitalistas: en el Manifiesto Comunista concibe el poder político como "el poder organizado de una clase para someter a otra" y la historia como una constante lucha entre el explotador y el explotado que cobra distintas formas. Por tanto, si el proletariado (la clase explotada resultante de las relaciones de producción capitalistas), "en su lucha con la burguesía, se une necesariamente como clase, se hace clase dominante por medio de la revolución y suprime por la fuerza, como clase dominante, las viejas relaciones de producción, suprime, con esas relaciones de producción, las condiciones de existencia de esos antagonismos de clase, suprime las clases como tales y, con ello, su propio dominio en cuanto a clase. En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y oposición de las mismas, aparece una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición de libre desarrollo de todos".

Lo que Marx viene a plantear es la definitiva expulsión del mercado del espacio público para que vuelva a ser un lugar de encuentro donde los ciudadanos (esta vez toda la población en condiciones de efectiva igualdad, sin explotadores ni explotados) puedan discutir, no como empresarios, asalariados, mineros, barrenderos o médicos... que luchan por sus propios intereses y en base a sus necesidades, sino como personas libres, que tratan de satisfacer el interés general por encima de su situación personal. Es decir, Marx pretende sustituir al eterno adolscente que es hoy un ciudadano en el sistema capitalista por uno capaz de autodeterminarse junto con su comunidad política, libre del miedo al desempleo o a que baje la tasa de beneficios.

Sin embargo, del mismo modo que los templos y tronos que ocupaban la plaza púbica lucharon hasta su muerte por conservar su posición privilegiada, las clases capitalistas no van a abandonar el poder por pura filantropía. Mediante la pedagogía del voto (véase "La pedagogía del millón de muertos" de Santiago Alba Rico), la hegemonía de su discurso, la manipulación mediática, utilizando mercenarios del Talón de Hierro que trabajan en ejércitos, universidades, gobiernos e instituciones públicas, etc, los grandes capitalistas reproducen las condiciones que les mantienen donde están y exterminan cualquier intento serio de cambio. Como parte de la batalla por la opinión pública, actúan como si estuviesen sorprendidos cada vez que un arrebato de cólera e impotencia lleva a unos manifestantes a voltear un coche o prender fuego a una papelera o un cajero.

Nos hacen creer que violar una propiedad privada capitalista es igual o peor que violar a una persona. Cada vez que (por ejemplo) hay una manifestación antiglobalización o que un gobierno se atreve a alzar la voz contra el capitalismo, nos llaman "perros rabiosos", "populistas" y "dictadores" desde los medios de la derecha y "extremistas radicales", "terroristas callejeros" o "fascistas abertzales" desde esa supuesta izquierda que se alinea con el pensamiento único; por contra, son héroes los hombres y mujeres que matan con aviones y tanques, los que matan con salarios bajos, los que destruyen el planeta mediante la contaminación..., en definitiva los que asesinan mediante o en nombre del libre mercado.

En la esfera política del mundo capitalista "cualquier matón puede pasar por un gran hombre, cualquier hedor de vertedero se convierte en un hecho político de primer orden. No existe contención, no existe la crítica. Existe el bombo, la adulación más llana y empalagosa [...]", decía Gramsci en 1916. "Nosotros, los perros rabiosos, nos hallamos dentro de este corral de pavos hinchados y altaneros y, como los humanos apenas nos respetan y no nos dejamos deslumbrar por el brillo de las plumas, ahuyentamos a no poca gente y nos ganamos un montón de improperios y maldiciones. ¡Vaya! ¡Cuanto cacareo por unas personas que no importarían y que sólo hablan para los proletarios! Evidentemente, entienden que nuestras dentelladas no son casuales y que nuestra rabia tiene un propósito claro. [...] Nos llaman 'perros rabiosos': ¡muy bien! Son los perros rabiosos los que, recorriendo las calles de la ciudad bajo el flagelo de la canícula, obligan a las señoritas de las aceras a correr, a levantar sus falditas y a mostrar sus repugnantes calzones."

viernes, 11 de septiembre de 2009

El fin de la información.

Resulta tan repulsivo como previsible: Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, realiza una visita oficial al Reino de España y ya todos los mal llamados "medios de comunicación" capitalistas se lanzan como una jauría de perros contra su presa. Otra vez, y antes de que ponga un pie en nuestro reino, escuchamos en Radio Nacional de España a Juan Ramón Lucas, todólogo matutino, perder los papeles. Pero esta vez no son solo los tertulianos aduladores los que se dejan arrastrar hacia la ignominia, la mentira y la falta de sentido común. Esta vez son distintos corresponsales, desde América Latina, Moscú y Roma, los que se constituyen como soporte de las calumnias en las que se revuelca con gran alegría nuestro querido Juan Ramón.

Hombres como Fran Sevilla, que incluso han merecido aparecer en algún cuento mágico de Eduardo Galeano, se reducen hasta el nivel de putas de la oligarquía mediático-capitalista. Pagado con los impuestos de todos los españoles, el esclavo Fran Sevilla nos informa como corresponsal de América Latina sobre la visión que se tiene allí de Chávez. Como un auténtico profesional del periodismo de hoy que es, pasa a comportarse como vocero de la oposición venezolana, es decir, comienza a proferir barbaridades con un agradable tono de voz escudándose en que no es él quien lo dice, claro, él solo lo transmite. Aquellos que defendemos un mundo mejor quedamos reducidos a lo mismo que los agentes, conscientes o inconscientes, del capital (o reducidos a menos, porque mientras que a la oposición se la tilda de "democrática" y se pone el argumento de la democracia en sus bocas constantemente, a los partidarios de Chávez nos corresponde no ser demócratas según ese lenguaje dicotómico que tan bien son capaces de usar): "son tantos los que odian a Chávez como los que le aman, lo cierto es que no deja a nadie indiferente". Es decir, desde la visión superior, objetiva, neutral del periodista aquí lo que pasa es similar a lo que ocurre en un campo de fútbol: a unos les gusta un equipo y a otros otro, no hay un debate profundo detrás, no hay un complejo proceso revolucionario protagonizado por el pueblo pobre enfrentado a una oligarquía que disfruta de todas las ventajas y lujos pero no está dispuesta a compartir nada, según Fran Sevilla se trata de una discusión estéril entre iguales. El objetivo, entre otros, de frases como esta es confundir a Chávez con el movimiento social revolucionario que le ha empujado y le mantiene donde está, de tal forma que desvirtuando, ensuciando y machacando la imagen de Chávez se trata de acabar con el movimiento entero, con la Revolución Bolivariana, con el Socialismo del siglo XXI.

Los periodistas, tertulianos, corresponsales, todólogos y demás sicofantes y muñidores, sabiéndolo o sin saberlo, participan en la elaboración de la propaganda al manejar nuestras memorias a su antojo de tal forma que lo que recuerdan es más importante que la noticia en sí. De esta forma, la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile en 2007, donde los líderes latinoamericanos, entre otras cosas, recordaron al presidente español (y a su rey) el nefasto y criminal comportamiento de las grandes empresas españolas en sus respectivos países, se convierte en "la famosa reunion donde el Rey mandó callar a Chávez", lo que viene seguido de la grabación del momento, repetida en todos los medios hasta la saciedad. Los comentarios que siguen este "flashback" son tan científicos, objetivos, neutrales e informativos como "pero Chávez no se calla nunca", "no para de hablar", "da discursos interminables, de varias horas". Y se atreven a llamarlo culto a la personalidad, mientras que cuando el esclavo Cristiano Ronaldo junta a 10.000 histéricas para decir nada y hacer nada se trata de un momento histórico. Claro que por otra parte, toda conversación de más de un minuto que no de un titular aceptable es tiempo perdido para un siervo de la oligarquía. Y esta actitud es comprensible en parte, porque no hay quien escuche dos horas seguidas a Zapatero, Aznar, Zaplana, Rubalcaba o Pepe Blanco, gente acostumbrada a no decir nada durante el rato que haga falta, arañando un voto aquí o allá. No estamos acostumbrados a que un político tenga cosas que decir y por eso cuando Chávez o Fidel dan un discurso de varias horas ante el pueblo, haciéndo política en directo, razonando, argumentando, explicando, nosotros los europeos creemos que es culto a la personalidad. De hecho a la poca gente que dice cosas interesantes en España se les nadifica o se les criminaliza, como el reciente caso de Alfonso Sastre, que decidió combinar el uso de la pluma con la participación en la política, lo que le valió una renovada condena del pensamiento único y sus secuaces, por supuesto acomapañada de todo tipo de ataques que quedarán impunes.

La voluntad de manejar nuestras memorias también se refleja desde Moscú: el corresponsal allí enviado nos recuerda que Chávez ha comprado armas a Rusia y trata de rescatar los fantasmas de la guerra fría, quitándole importancia al acuerdo energético al que han llegado ambos países. Por otra parte, se nos dice que Venezuela es la mayor potencia militar en América Latina, olvidándose no se si por descuido o por arte de dólar de lo que representa el ejército brasileño o el colombiano, este último armado y entrenado en gran medida por Estados Unidos, quien a su vez ha reactivado la flota dedicada a América Latina y se encuentra actualmente instalando más bases militares en Colombia. Además Venezuela resulta ser uno de los países de la zona que menos porcentaje de su PIB dedica a defensa y armamento.

Sigamos con Juan Ramón y las demás marionetas de Radio Nacional: no contentos con manipular (lo más habitual), mienten descaradamente (también habitual pero menos) al señalar que "Chávez ha cerrado 30 canales de television y unas 60 emisoras de radio", insinuando además que todas eran opositoras, con lo cual no parece que se esté obligando a respetar una ley que nada tiene de excepcional, sino que se insinúa que Chávez en persona (y no el órgano competente en base a la ley) es el que ha ordenado, arbitrariamente, el cierre de esos medios. La libertad de expresión viene garantizada por ley, no por derecho divino, y es en virtud de esa ley que el Estado está obligado a protegerla. Pero si los propios medios son los que no respetan la ley, el error sería dejar que ese dogmatismo pro libertad de expresión a la capitalista se impusiese sobre la ley misma, porque eso constituiría el fin definitivo de la libertad de expresión.

No nos engañemos, el Talón de Hierro ha sabido camuflarse muy bien, pero si cuesta respirar no es porque falte el aire, es porque nos oprime el pecho. El objetivo fianal de toda esta campaña manipuladora, falseadora y lobotomizante que ya dura años no es, como creía, manipular a la población para que odie a Chávez y así acabar con esa demostración tan horrible y contagiosa de que otro mundo es posible. El objetivo final somos toda la población de todos los países. Y el mensaje es claro: a quien se le ocurra moverse, le destruimos. Es de vital importancia para todo el planeta, para todos los pueblos que anhelan la verdadera realización del proyecto ilustrado hoy secuestrado por el capitalismo, que la República Bolivariana de Venezuela sobreviva al asedio del Imperio. No, es necesario todavía más: Venezuela necesita seguir profundizando, junto a Cuba, en su proyecto socialista sin dejarse mutilar ni corromper por las hordas y los ataques imperialistas. Porque Venezuela hoy es uno de los campos de batalla de una nueva guerra mundial, quizá la última, en la que todos los pueblos se ven implicados. Es la guerra del capital contra el ciudadano, de los grandes capitalistas, las grandes empresas trasnacionales y sus clientes contra los que no aceptan ser engranajes de esta máquina destructora.

Solo quedan dos caminos: la sumisión o la resistencia. Los principales agentes de la globalización, las grandes empresas trasnacionales y sus Estados clientes/siervos, lo saben muy bien y están dispuestos a acabar con la República Bolivariana. Han tomado posiciones y se han quitado la máscara: lo intentarán desde dentro y si fracasan como en 2002, lo intentarán desde fuera utilizando sus mejores armas: sociólogos, economistas, politólogos y creadores de opinión fieles al Talón de Hierro. La información y la comunicación han dejado de ser neutrales (si es que alguna vez lo fueron), se han convertido en armas peligrosas. Mientras tanto, Venezuela debe estar preparada y dispuesta a sufrir quizá tanto como Cuba, porque no hay proyecto socialista que pueda evitar el asedio del Imperio y sus agentes, menos en un mundo globalizado donde globalización significa en realidad "recolonización unipolar".