miércoles, 26 de mayo de 2010

¿Quienes y por qué atacan a Cuba desde España? La fe de los conversos. (Pedro de la Hoz)

El lenguaje es cavernario y falaz. "Cuba —dicen— está soportando una feroz y dolorosa dictadura que mantiene al país en la miseria". El maniqueísmo panfletario se hace ostensible: "La elección está, sencillamente, entre democracia o totalitarismo". El fariseísmo salta a la vista: "¡No los dejemos solos!"

Con tales gastados y menguados bemoles se presentó hace pocos días una llamada Plataforma de Españoles por la Democratización de Cuba. En una de las respuestas que desde este lado del mundo se dio a ese pronunciamiento se habló de cómo este responde a "una para nada casual concertación entre determinados medios de comunicación y distintas iniciativas neocoloniales e injerencistas".

Tampoco es casual el contexto en el que apareció: las jornadas previas a la Cumbre Unión Europea–América Latina y Caribe, efectuada en Madrid, y cuando se acerca la recta final de la presencia de España a la cabeza de la Presidencia rotativa de la UE, un marco en el que el gobierno de la Moncloa ha mostrado la intención de promover una nueva política del bloque hacia Cuba, que deje atrás la obsoleta y desacreditada "posición común", impuesta a Europa por Aznar para rendir obsecuente pleitesía a sus idolatrados yankis.

Ante la alharaca de varios de los más influyentes medios y agencias de noticias españoles, que desde inicios de este año han recrudecido sus dicterios contra la isla, y sabiendo cómo funcionan muchas veces estas convocatorias —el reclutamiento telefónico intempestivo, el cuerdazo emocional, y el alineamiento automático de quienes responden a los intereses de las mismas corporaciones de la industria cultural—, es muy posible que algunos se hayan visto arrastrados a refrendar un documento carente del más mínimo argumento.

Concediéndoles el beneficio de la duda, Silvio Rodríguez, escribió este juicio en un artículo que remitió a la dirección del diario madrileño El País, la cual, en el acuse de recibo, le recordó que "están en su derecho de cambiar y reducir artículos no solicitados". Dijo Silvio: "Nuestra larga experiencia en ‘propuestas’ foráneas nos dice que esta acción no es más que un nuevo artilugio para obligarnos a hacer lo que otros consideran que debemos hacer. Partiendo de que se trata de personas bien intencionadas, no sé cómo no entienden la ofensa de pretender que nos volvamos como ellos, con las reservas que despiertan esas democracias de banqueros ladrones y ejércitos ocupantes. (...) Es triste ver lo poco que les interesa profundizar en la realidad cubana, cuando sus conclusiones son las mismas que las de los peores enemigos de nuestra dignidad".

Sin embargo, a ciertos personajes los conocemos de memoria. Hay quienes alientan la campaña anticubana con plena conciencia y no se perderían por nada del mundo la oportunidad de figurar a la cabeza de una causa innoble. Ahí está el inefable Mario Vargas Llosa, que un buen día se descubrió a sí mismo como vocero del neoliberalismo, después de haber coqueteado con la izquierda, y otro día se descubrió como español después de haber sido rechazado en las urnas por la mayoría de los ciudadanos peruanos.

Tiene razón el escritor chileno Arturo Alejandro Muñoz cuando recuerda, en el caso de Vargas Llosa, cómo "toda persona reconvertida a una nueva fe, resulta ser definitivamente más dura e intransigente en la defensa de su nuevo estado que los propios mentores que le llevaron a él". De ahí que no sea de extrañar que emborrone decenas de cuartillas al año para atacar a Chávez, Correa y Evo. Resulta totalmente incongruente que alguien capaz de haber escrito novelas como La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo defienda a capa y espada una frase acuñada por un economista norteamericano de filiación fascista: "El subdesarrollo es una enfermedad mental".

Idéntico y triste sayo viste Jorge Semprún, novelista español que escribe en francés y que lleva sobre sí el peso de ser un ex. Ex luchador de la resistencia antifascista francesa, ex prisionero del campo de concentración de Buchenwald, ex dirigente del Partido Comunista Español, ex ministro de Cultura, desde hace décadas sufre de regresión histórica y amnesia ideológica.

Ahí está el no menos inefable J.J. Armas Marcelo, periodista y escritor español largamente obsesionado con una Cuba a la que imagina como un enclave neocolonial a la medida de sus deseos.

Está también, no faltara más, la periodista y escritora Rosa Montero, a quien la onda anticubana no le viene de ahora, sino desde hace varios años. Por ejemplo, en el 2008 se mostró orgullosa de compartir una tribuna contra la Revolución cubana con el terrorista Carlos Alberto Montaner, la política del Partido Popular, Esperanza Aguirre y un representante de la Embajada de Estados Unidos en Madrid.

Desde aquí sabemos que esas voces no representan a España. Los jóvenes escritores y artistas cubanos reconocieron "el esencial aporte de la cultura de los pueblos de España" y asumieron "la ética de la España republicana y antifascista". Fue emocionante escuchar a Aitana Alberti, la hija del gran Rafael, leer el mensaje del Festival Internacional de Poesía de La Habana en el que se dice: "Cuba no es sólo un nombre bajo el dedo acusador. Cuba es una cultura, una ética, una historia, una identidad resistente, una mística nacida de la poesía y de la imaginación. Esta que algunos pretenden que nos agreda, no es la España que hemos querido y admirado siempre: La España de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado y de León Felipe; la de Federico García Lorca, Rafael Alberti y Miguel Hernández; la de María Teresa León y María Zambrano, la de Pablo Casals y Pablo Picasso, la España de intelectuales y artistas contemporáneos siempre fraternos, la de innumerables amigos que nos acompañan día a día con su solidaridad".

Estos promotores de una "plataforma" condenada al hundimiento no harán variar ni un ápice la defensa de nuestros principios ni la irreductible voluntad de la sociedad cubana de perfeccionar nuestro socialismo.


Pedro de la Hoz

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2010/n471_05/471_49.html

jueves, 20 de mayo de 2010

La condición post-letrada (Santiago Alba Rico)

Lo he dicho otras veces: el capitalismo va tan deprisa que ha dejado atrás al hombre mismo, el cual corre sin aliento, siempre rezagado, para acomodar su paso a una historia que ya no puede ser la suya. Un invento muy reciente, extraordinariamente poderoso, está a punto de desaparecer o quedar marginado sin haber agotado todas sus posibilidades internas: la escritura. Nació hace poco más de 4.000 años en Oriente Medio, Egipto y China y recibió un impulso decisivo hacia el año 900 a. de C. en Grecia, cuyo alfabeto preciso, elegante y ligero ayudó a engendrar una mente nueva al mismo tiempo que un mundo susceptible -por vez primera- de orden y consenso. El alfabeto se convirtió en el umbral de lo que llamaré la condición letrada, un molde de percepción -maldito y venturoso- inseparable de todos esos hallazgos que identificamos con la historia misma del hombre: la objetividad, la división verdad/error, la ciencia y el derecho, el cuestionamiento de la fuerza y la autoridad personal, el carácter público de las leyes, el tiempo narrativo, la posibilidad misma de pensar de dentro afuera, al margen de las tradiciones colectivas y las inercias tribales. Hace poco más de 500 años la condición letrada encontró un potente vehículo de expansión en la imprenta de Gutenberg, gracias a la cual conseguimos robar la fabulosa técnica de Tot a los sacerdotes, gobernantes y burócratas para devolvérsela a los hombres.

De la revolución francesa a la rusa, de las luchas anticoloniales al socialismo cubano, se comprendió enseguida que la condición letrada era de algún modo -valga la redundancia- la condición misma de la emancipación; es decir, de la igualdad, la democracia y la justicia o, lo que es lo mismo, de una auténtica condición humana. Para la izquierda fue siempre una cuestión de vida o muerte la alfabetización de esa mayoría planetaria sumergida en la miseria e intencionadamente separada de su propia conciencia, de manera que la escuela se convirtió -y sigue siendo- objetivo prioritario de todas las revoluciones victoriosas, tal y como recientemente hemos visto en Venezuela y Bolivia. Pero los progresos son lentos y allí donde se producen llegan demasiado tarde. Apenas 4.000 años después la condición letrada no sólo no se ha generalizado sino que retrocede en todo el mundo; antes de haber aprendido realmente a leer, se exige que nos adaptemos a un nuevo paradigma tecnológico y gnoseológico.

La insistencia socialista en la educación letrada era desesperadamente certera. El problema es que la técnica de Tot es muy difícil; y la paradoja es que es esta misma dificultad la que proporciona a la escritura una ventaja incomparable que ningún otro medio posee. La dificultad de las letras estriba en que integran orgánicamente actividad y pasividad: no se puede aprender a leer sin aprender al mismo tiempo a escribir y todos los lectores, por el simple hecho de serlo, son al mismo tiempo escritores. En realidad el solfeo, la programación informática o la manufacturación de imágenes -por citar algunas- son técnicas mucho más complicadas que la escritura. Pero, al contrario de lo que ocurre con la lectura, uno puede disfrutar de Beethoven sin saber armonía, contemplar y entender una película de Kurosawa sin aprender dirección cinematográfica y chatear y navegar por Internet sin estar familiarizado con la informática. La paradoja es que si hace falta promocionar heroicamente la lectura, si hay que dedicar dinero y esfuerzo a hacer campañas en favor de la condición letrada, si es tan difícil conquistar un nuevo lector -mientras la televisión y el ordenador se imponen solos- es justamente por su superior calidad democrática. Por decirlo con Pitágoras, los lectores son matemáticos -activos, productivos, creativos- mientras que los espectadores e internautas, a merced de opacos programadores, son sólo acusmáticos.

No sabemos aún qué son exactamente las nuevas tecnologías ni qué nueva mente están engendrando. No sabemos si Internet es una técnica como la escritura, una herramienta como la imprenta, un nuevo continente como América o un órgano como nuestro riñón derecho. Probablemente es todo eso al mismo tiempo. Lo que sí podemos decir es que nos introduce -nos está introduciendo ya- en una condición post-letrada; en una condición en la que lo decisivo, como nuevo marco de percepción, no es ya la letra pública ni, como a menudo se cree, el dígito oculto sino la pantalla encendida. La expresión no es elegante, pero a la espera de forjar una mejor podríamos hablar de condición pantállica.

El papel está condenado a desaparecer no porque sea ecológicamente insostenible o caro sino porque está muerto: recibe la luz de nuestros ojos y exige por lo tanto una atención intensa y disciplinada. Por eso la filosofía está orgánicamente atada a la madera y no sobrevivirá a su muerte. En su lugar, la pantalla está viva; emite su propia luz y, si resulta por ello más atractiva, demanda una atención mucho más débil y superficial; una atención dispersa, fugitiva, vaporizada, si se quiere, en la simultaneidad de las muchas pantallas abiertas al mismo tiempo ante nuestros ojos. Ningún cerebro finito estará jamás a la altura de la infinita potencia tecnológica de la red; ninguna razón finita podrá encontrar ahí la linealidad y sucesión que le proporcionan la frase y la hoja de papel -que sólo se puede pasar despacio.

Nunca fuimos realmente letrados; nunca llegamos a ser letrados, y ya no podremos serlo. La población mundial está cada vez más dividida entre analfabetos y post-letrados. La franja propiamente letrada se encoge cada vez más y con ella todas las posibilidades entrevistas hace 4.000 años y nunca desplegadas por completo. ¿También el socialismo? Frente al entusiasmo acrítico de tantos internautas, la izquierda debe atreverse quizás a reconocer que también tecnológicamente está perdiendo la partida. Enseñar a leer ya no sirve. Y es a partir de este hecho desnudo -la condición post-letrada y tal vez post-humana de la historia- que debe replantearse todas sus estrategias.


Santiago Alba Rico, fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105989