Los europeos, especialmente los hijos del cristianismo, tenemos una asombrosa capacidad para hacer resucitar, una y otra vez, los mayores despropósitos. Como una mala gripe, muchas de las injusticias que pudieran parecer superadas cambian de aspecto, mutan su forma para encajar en el nuevo contexto social en el que no son bien recibidas (al menos públicamente). Acompañadas de bonitas palabras e intenciones vacías, estas nuevas-viejas creencias asesinan la teoría para robarle la piel, para adoptar su aspecto e introducir el pensamiento mágico como dogma pseudocientífico. Como estas personas pretenden retrotraernos (sabiéndolo o no) a épocas muy remotas, qué mejor que discutir con los pensadores que consolidaron esas tiranías intelectuales, aunque vivieran hace milenios. Discutamos unos textos de Aristóteles, pues, para ver si conseguimos vacunarnos contra esta nueva oleada de insensateces irracionales, al menos de parte de ellas:
“El
hombre, salvo a algunas excepciones contrarias a la naturaleza, es el
llamado a mandar más bien que la mujer, así como el ser de más
edad y de mejores cualidades es el llamado a mandar al más joven y
aún incompleto.”
En
este texto hay tres puntos clave: que el hombre debe gobernar sobre
la mujer, que las mujeres son como menores de edad y que todo lo
dicho responde a un hecho natural. En la sociedad griega (hace 2.500 años) las mujeres
no tenían derecho a participar en los asuntos públicos (salvo
algunas excepciones): no podían actuar en el teatro, les estaba
impedido participar en los juegos atléticos, no podían discutir en
las asambleas, no podían votar a favor o en contra de las leyes ni
elegir candidatos... Y además no podían tener propiedades. Su
situación, tanto política como material, no se diferenciaba mucho
de la de un varón menor de edad. Y es así como muchos griegos (y
griegas) contemplaban a las mujeres: como seres incapaces de hablar
por sí mismas porque están sometidas a pasiones y emociones, porque
no saben lo que es bueno y lo que es malo, justo o injusto. No es de
extrañar, por tanto, que justificasen que el varón debe gobernar a
la hembra, puesto que el varón, al contrario que las mujeres,
representa la mayoría de edad, el ideal de vida completa y feliz de la época: la
posibilidad de ejercer como un buen ciudadano. Pero aún hay más,
porque Aristóteles también nos está diciendo que esto no es algo
que ocurra en una sociedad machista y por tanto injusta, sino que se
trata de un hecho natural ante el que no cabe discusión alguna: los
hechos naturales se dan al margen de concepciones humanas como la
justicia, un tornado que arrasa una ciudad no se comporta de forma
injusta, simplemente ha ocurrido, ha tenido lugar. De la misma forma,
al decir que es la naturaleza la que dictamina la sumisión de un
sexo al otro, lo que se está haciendo es construir un muro, una
barrera que impida el paso de la razón y por tanto de palabras como
dignidad, igualdad o justicia. Ante un hecho natural (como el hecho
de nacer con pene o con vagina) no cabe la decisión humana. Al
defender que las posiciones sociales que deben respetar hombres y
mujeres vienen dictaminadas por la naturaleza, se trata de impedir,
además de una consideración ética y filosófica (esa que nos
permite convertir el “hecho natural” en un problema social), la
voluntad y la posibilidad de cambiar dicha situación: todo lo que
vaya en contra de la sumisión de las mujeres a los hombres, dice
Aristóteles, va contra la naturaleza y es, por tanto, inútil tratar
de cambiarlo y perjudicial para la humanidad ignorarlo. No por
casualidad, también las tendencias homofóbicas así como las
racistas apelan constantemente a la naturaleza para tratar de
justificar su vergonzante comportamiento (y los privilegios que esa
minoría obtiene gracias a hacer pasar sus intereses particulares por
intereses generales, lo que viene a ser parte esencial de la
construcción de hegemonía).
“Reconozcamos,
pues, que todos los individuos de que acabamos de hablar, tienen su
parte de virtud moral, pero que el saber del hombre no es el de la
mujer, que el valor y la equidad no son los mismos en ambos, como lo
pensaba Sócrates, y que la fuerza del uno estriba en el mando y la
de la otra en la sumisión. Otro tanto digo de todas las demás
virtudes, pues si nos tomamos el trabajo de examinarlas al por menor,
se descubre tanto más esta verdad.
[…] Y
así, en resumen, lo que dice el poeta [Gorgias] de una de las
cualidades de la mujer («Un modesto silencio hace honor a la
mujer»), es igualmente exacto respecto a todas las demás; reserva
aquella que no sentaría bien en el hombre.”
Ahora
empezamos girando en torno a lo mismo que el texto anterior: la
naturaleza. Cuando Aristóteles defiende que “el saber del hombre
no es el de la mujer” nos está diciendo que por cuestión de sexo,
por una cuestión biológica, por nacer hombre o mujer, nuestros
conocimientos no versarán sobre lo mismo. Entiéndase bien a
Aristóteles: una mujer puede ser sabia, pero no lo será, según él,
en los mismos campos que un hombre. Esta idea podría ser aplicable de un individuo a otro, independientemente de que sea
hombre o mujer, pero de lo que el autor nos intenta convencer es de
que el hecho de nacer macho te habilita, por ejemplo, para ser un
sabio de la política, de la participación en la vida pública, un
conocedor del bien común; el hecho de nacer hembra, sin embargo, te
conduce por otros caminos: cocinar, coser, encargarse de la casa,
reproducción y cuidados de los niños y ancianos... Nacer con vagina
es, desde esta perspectiva, una tajante limitación ya que, como bien
sabemos, la vida mejor a la que puede aspirar un ser humano en su
polis es a la vida pública, la participación política (eso que
diferencia a seres humanos de otros animales), asunto que no es para
las mujeres, en tanto que su fuerza y su saber estriba en “la
sumisión” (no les sirve de nada saber cómo mandar bien porque lo
que tienen que saber es cómo obedecer bien, ahí reside su virtud).
Por otro lado, Aristóteles rescata al poeta Gorgias para añadir lo
que presuntamente es una virtud en las mujeres (y nunca en los
hombres, porque les convertiría, entre otras cosas, en “idiotas”):
el silencio. Las situaciones de injusticia no se ven con los ojos ni
se oyen con los oídos, es la razón la que nos permite decir si algo
es bueno o malo, justo o injusto. Y la razón se construye con
palabras: al negar la palabra a las mujeres, Aristóteles les está
condenando a la minoría de edad de nuevo, está asumiendo que ellas
no tienen nada que aportar más allá del trabajo que realizan
(labores “propias de mujer”), que la maldición de Eco (no tener
voz propia) es en realidad una virtud. El problema es que, como le
ocurre a Eco, cuando no puedes hablar, otros hablan por ti.
“La
mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades, y debemos
considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de una
imperfección natural.”
En
este caso, como en la mayor parte de la historia del machismo, se
define a las mujeres no en virtud de lo que son, sino a partir de lo
que no son. Así, lo que Aristóteles dice es que una mujer se define
porque le faltan cosas para llegar a ser un hombre. El hombre, por
tanto, además de ser hombre, encarna un universal: es a partir del
varón y las cualidades que se consideran propias de él que se
define a toda la humanidad. Los hombres representan tanto lo
universal como lo particular, mientras que las mujeres solo encarnan
el particular, uno muy específico, de hecho, ya que se basa en la
natural (de nuevo el tema de la naturaleza) ausencia de una serie de
cualidades y virtudes... que el hombre (a la vez sujeto y vara de
medir) sí posee.
Vivimos en un mundo mágico, muy similar ya al de "El mago de Oz", donde todo vale, donde los conceptos se han vaciado de significado y la rana puede convertirse en caballo sin dejar de ser rana, donde "el hombre es la medida de todas las cosas". En un mundo que ha decidido ignorar el "pienso, luego existo" que revolucionó los cinco continentes para resucitar el viejo y conocido "creo, luego existo" que lo amordazaba. Bien, pues en un mundo como este el primer y principal acto revolucionario es poner la razón en juego: sólo así caerán brujas y magos y el miedo que provocan, poderes sobrenaturales y destinos inevitables, circos y sociedades del espectáculo.