Según los mandamases y los "expertos"
de su cosecha, la educación en España es un desastre porque los
alumnos no saben enfrentarse a la "vida real". Eso se debe,
dicen, a que los profesores utilizan una metodología desfasada . Por
ejemplo: los alumnos españoles parece ser que no saben comprar bien
un billete de tren por Internet o en un cajero automático, no saben
programar un aparato de aire acondicionado, tampoco predecir el
comportamiento de un robot de limpieza. No contentos con ello,
aseguran que el hecho de que alumnos y alumnas no realicen
correctamente estas actividades (léase “la vida real”) es malo
porque la economía exige que sepan hacerlo.
Como profesor, asumo mi parte de culpa.
En clase de filosofía sistemáticamente recorto el futuro y niego
posibilidades a alumnos y alumnas: no vemos cómo funciona un robot ni aprendemos a
comprar billetes de tren. Al contrario, hacemos cosas “inútiles”
como aprender y discutir sobre qué es la ética, la diferencia entre
ser y deber ser, la libertad, la justicia, igualdad, el Estado de Derecho, la
felicidad, la lógica y las falacias, el conocimiento, el ser humano,
la discriminación y las desigualdades, la realidad, verdad y
apariencia... Sin embargo, nada de ello cuenta para la economía y
por extensión tampoco para “la vida real”. Una clase de
filosofía no se puede convertir en producto así como así y, si se
trata de una auténtica clase de filosofía y no de cualquier otra cosa,
choca frontal y violentamente con la mentalidad del consumismo
exacerbado, impulsivo e irreflexivo. Mientras el gobierno recorta
presupuestos, reduce horas de asignaturas inútiles y evalúa la
educación con criterios que no pertenecen al ámbito educativo sino
al económico, desplaza la responsabilidad del "desastre" sobre esos extraños sujetos que pese a su empeño, su esfuerzo y la
dedicación de la mayor parte de su tiempo, hunden el sistema
educativo con su incompetencia y sus anquilosada metodología: los profesores. No hay dinero para educación, dicen, por eso el poco que hay más vale destinarlo a pizarras digitales y no a becas ni profesores.
Al fracaso a la hora de programar
adecuadamente un aire acondicionado le llaman "suspender en la
vida real", y los culpables son los profesores, que no quieren
adaptarse a los tiempos que corren. Parece que también es
imprescindible que seamos capaces de predecir el comportamiento de un
robot de limpieza. En cierta medida es verdad, porque, no nos
engañemos, a quien lo compró no le hace falta saber cómo funciona
de la misma forma que quien compra un tostador no necesita conocer su
funcionamiento para utilizarlo; quien sí tiene que saber cómo
funciona es quien nunca tendrá dinero para comprarlo pero tendrá
fabricarlo o repararlo... Por eso gobiernos como los nuestros no acaban de eliminar del todo la educación pública, ¿por qué iban a hacerlo si para ellos "público" significa "gubernamental"? Controlar y orientar la educación de quien no tiene recursos es mucho más efectivo que eliminarla totalmente.
No contentos con ello, asumen que este
tipo de conocimientos prácticos que sirven exclusivamente a un fin
económico, que no nos ayudan a incorporar nuevos valores o a
revolucionar nuestras creencias y prejuicios irracionales, son
competencia del profesorado y no de los padres (por ejemplo) o del
propio alumno y su círculo fuera de la escuela. Para los que nos
malgobiernan la educación pública está para enseñarnos cómo
apretar un tornillo, pero nunca para que nos preguntemos por qué
atornillamos, para quién lo estamos haciendo, bajo qué condiciones
o si es posible hacer otra cosa. Las declaraciones de los “expertos”
así como las sucesivas leyes educativas que hemos sufrido,
especialmente la LOMCE, apuntan en esa dirección: ¿por qué no
quitarle horas a filosofía y dárselas a economía de la empresa?
¿Por qué no depurar la historia y aprovechar el tiempo “ganado a
la inutilidad” para aprender a manejar robots de limpieza? ¿Por
qué no eliminar literatura universal para introducir más religión,
altamente práctica para "la vida real"? ¿Por qué no
cargarse el arte, la ética y la música para enseñar a programar
aires acondicionados? Ganaremos en “competitividad”, dicen, la
economía funcionará mejor y habrá más empleos.
“Hace falta una transformación de
todo el sistema más acorde con el tipo de competencias actuales. Los
mercados laborales demandan pensamiento crítico, creatividad,
intuición, trabajo en grupo...” dice el analista de la OCDE. Este
es el discurso del horror, del fin del razonamiento, de su
sustitución por el mero cálculo en base a unos intereses que nada
tienen que ver con la educación. En sus bocas, “educación”
quiere decir “adoctrinamiento”, dictadura del mercado, aprender a
asumir el lugar que te corresponde en la sociedad, soñar toda la
vida con puestos, productos y riquezas inalcanzables para el 99% de
la población. Es un discurso cuasi-fascista: los "mercados"
no se comportan de manera democrática ni tienen los mismos intereses
que el ser humano, pero por algún motivo son quienes tienen que
decidir hasta qué tipo de educación recibimos e impartimos. Es Dios
(el capital) quien lo manda, desobedecer implica violar unas leyes
divinas (o naturales, o el pomposo nombre que se les ocurra) previas
a las leyes humanas. Pensar ya no es abrir el mundo ni abrirse a él,
no es abandonar la oscuridad donde todos los gatos son pardos, pensar
es perder el tiempo, regalar nichos del mercado a la competencia, ser
antieconómico. Programar aires acondicionados con eficacia y
eficiencia es, por contra, “pensamiento crítico”. Neolengua
orwelliana.
Los alumnos no están motivados, dicen.
En esto llevan razón y muchos profesores tienen su parte de culpa,
pero sería un error (muy conveniente para ellos) declarar a los
docentes culpables de la situación general: las leyes del PSOE y del
PP han provocado esta situación de desinterés universal. Y no solo
las leyes educativas... El imperio del utilitarismo economicista que
rige el devenir humano fuera de la escuela entra en las aulas a
través de los alumnos, lo llevan siempre en la mochila: somos todos
los profesores los que, cada día, tenemos que enfrentarnos a la
pregunta de “¿esto para que sirve?”. El profesor de economía lo
tiene claro, su asignatura sirve para ganar dinero, eso dice. Pero la
filosofía, ¿para qué sirve? La respuesta del mismo profesor de
economía, sorprendido porque el profesor de filosofía no quisiese
jugar a que lo único que vale es lo útil, lo que otros señores muy
lejos de las aulas definen como útil: “la filosofía como mínimo
sirve para ligar”.
Siembra cuervos y te engullirá el
lodo.