Hace unos meses, un grupo de personas presentaba un proyecto
de toma ciudadana de las instituciones: Podemos. En el acto de presentación se
escucharon muchas razones y muchos motivos por los que un movimiento político
como este es necesario: políticas,sociales, éticas, económicas… la existencia de
Podemos se puede justificar desde cualquier ámbito y desde cualquier nivel.
Ahora bien, la tremenda importancia de Podemos, el motivo
por el que después de obtener cinco eurodiputados se ha generado tal terremoto político en
nuestro país, va más allá de las críticas al sistema vigente y las propuestas
de futuro. Lo que atemoriza de verdad a la casta político-económica es que
Podemos ha pulsado una tecla clave: ha generado anhelo de mar. Decía uno de los
miembros fundadores que, si se quiere navegar, no se puede empezar por
construir barcos, comprar cañones o fijar el destino. Lo primero que hay que
hacer si se quiere surcar las aguas es crear ansia de mar.
España es un país que estaba muy mal acostumbrado a votar
con la cabeza gacha, a prestar votos a unos desgraciados para que no gobernasen
otros desgraciados, un Estado acostumbrado a votar sin ilusión, casi con
vergüenza, de manera protocolaria, sabiendo que el resultado solo podía ser
malo o peor. Sin embargo, irrumpe en el tranquilo panorama político una fuerza
que no solo supera las peores expectativas del régimen y sus mercenarios de los
medios de comunicación, sino que con la ilusión que genera empieza a ensanchar
las grietas que el 15M había horadado en el muro. El régimen no teme a los
cinco eurodiputados, tiembla ante la posibilidad de que una fuerza política no
afín, un movimiento que desborda los límites de la política tradicional “setentayochista”,
genere en la ciudadanía anhelo de mar. Solo por eso, Podemos ya merece la pena.
¿Cómo responde un régimen herido de muerte ante esta
desacostumbrada e imprevista situación? Cerrando filas, apelando a todo su
arsenal mediático para influenciar en la medida de lo posible a la opinión
pública, para tratar de vincular a Podemos con todo aquello que cierto sector
de la población considera como el Mal absoluto, irreconciliable, destinado a
desaparecer y nunca a reconciliarse. Una de las últimas en apuntarse al carro del juego electoralista
ha sido Esperanza Aguirre, que, convencida de que todavía valen los viejos
clichés del lenguaje político del régimen del 78, ha asegurado, totalmente
convencida de sí misma, que “Podemos está con el chavismo, el castrismo y ETA,
lo demás es palabrería”. Para decir esto se basa en los titulares de diversos
periódicos que han decidido vincular su futuro al del régimen mediante la más
burda manipulación, cumpliendo así su labor de herramienta política a cambio de renunciar al deber de informar.
Mucho se puede decir del PP y del PSOE, de UPyD y de todos
los medios y grupos que colaboran activamente en esta campaña. Pero resulta de lo más interesante lo que en el fondo nos están ofreciendo estos personajes, el anhelo que están generando. Podemos
irrumpió en la escena política generando ganas de participar, de ganar, de
cambiar. La casta y sus socios subordinados nos ofrece algo completamente
distinto. No quieren generar ilusión, sino miedo. Lo que busca la casta con
este tipo de planteamientos mentirosos es generar anhelo de pastor, anhelo de
garrote, anhelo de tiempos de excepcionalidad donde todo está permitido para
acabar con el enemigo.
No pretendo discutirlo ahora, pero tengo la convicción de
que toda teoría política se basa, al final, en una concepción concreta del ser
humano y su forma de relacionarse. Si esto es cierto, reflexionemos
profundamente sobre a qué tipo de sociedad, a qué tipo de sistema político nos
conducen las dos corrientes enfrentadas: aquella que confía en la ciudadanía y
basa su estrategia en ilusionar, en hacer partícipe a todos y todas de los
asuntos públicos, en mandar obedeciendo; y aquella que propone salvadores ante
casos de emergencia, que utiliza el miedo y la mentira como herramienta electoralista, que
desconfía de la democracia. Es hora de elegir entre quienes consideran que hacer cumplir la ley a los ricos y sus políticos no es
una utopía comunista sino un deber, o quienes consideran que todo aquello que afecte negativamente a los poderes fácticos, que trastoque sus planes y privilegios, es terrorismo, bolivarianismo, totalitarismo, etc. Es hora
de elegir entre un sistema político que confía en la ciudadanía o uno que
desconfía profundamente de ella. ¿Es hora?
Una de las muchas lecciones políticas que podemos extraer de
la serie Juego de Tronos es que un monarca que tiene que andar justificando que
es rey no es verdaderamente un rey, sino un aspirante o un destronado. De la
misma forma, una tiranía que tiene que recurrir a la mentira para tratar de
mantenerse a flote está herida de muerte, aunque todavía controle las
instituciones, los medios y los cuerpos que aplican la violencia “legítima”. Podemos es la
guillotina del régimen del 78. La casta lo sabe, pero se ha dado cuenta
demasiado tarde: si bien nunca habíamos visto semejante campaña mediática (en
la que Podemos pasó de no existir a convertirse en la representación de todo
mal), la respuesta popular no ha sido menor, está a la altura. Los viejos
miedos ya no asustan. Porque el miedo ha cambiado de bando.