Platón se lanza hacia lo desconocido. Ante sí un pasillo,
sumido en la oscuridad. A ciegas lo recorre, sube unos escalones y alcanza una
nueva puerta. Palpando, encuentra el picaporte y la abre.
- ¡Ay! ¡Amaranta! ¿Qué me sucede? No veo nada, pero es un no
ver distinto al de ahí abajo, este es blanco y duele.
- Es la luz, Platón. La primera vez que nos enfrentamos a
ella nos ciega, pero ten paciencia, poco a poco te acostumbrarás. Deja que te
guíe hasta la sombra de este árbol, te sentirás mejor.
- Llévame… Da vértigo andar por terreno desconocido sin ver
nada, incluso siendo guiado por alguien de confianza… ¡Mucho mejor! Aquí duele
menos y empiezo a distinguir formas. Esto que hay bajo mis pies, ¿es un árbol?
- Casi, Platón. Ciertamente te parecerá un árbol, pues hasta
ahora para ti la realidad no eran más que sombras. Pero me temo que no lo es,
tan solo es la sombra de un árbol. Cuando te recuperes un poco más, prueba a
mirar hacia allí.
Amaranta orienta a Platón hacia un lago. Poco a poco, Platón
comienza a ver y reconocer los reflejos del agua y, finalmente, sus ojos se han
acostumbrado lo suficiente como para atreverse a mirar por encima del nivel del
suelo.
- No tengo palabras, Amaranta, para describir la belleza de
lo que contemplo.
- Lo sé, Platón, yo tampoco las tuve, ni las tengo ahora. Es
extraño lo que nos ocurre cuando contemplamos lo sublime, lo Bello. Es como si
trascendiéramos el limitado campo de los “me gusta” y nos sumergiéramos en un
océano inexplorado. Quiero decir que al contemplar este paisaje una no puede
limitarse a decir que le agrada o que le apasiona. Sea cual sea el grado de
emoción que nos despierte, todas y cada una de las personas que han subido
hasta aquí han coincidido en algo: que sentirían exactamente lo mismo si fuesen
otra persona. Que sería de esperar que cualquiera, independientemente de que
sea alta o baja, hombre o mujer, rica o pobre, negra o blanca… sentiría algo
similar, si no equivalente.
- ¿Y eso qué significa, Amaranta? ¿Qué estamos ante un
paisaje único?
- Ciertamente, pero ya veremos por qué es único. Lo
importante ahora, Platón, es comprender que ante la contemplación de lo Bello
nos sentimos sintiendo lo mismo que todos los demás. La Belleza nos coloca a
todos y a todas en un lugar común, un lugar que es de todas las personas y de
nadie a la vez. Nos hace sentirnos como hermanos y hermanas.
- Hablas de fraternidad.
- En efecto.
- Y dime Amaranta, ahí abajo, en la sala, pude comprobar que
aquello que nos permitía ver las sombras que agotaban nuestro mundo eran unos
focos. Aquí no veo foco alguno, y sin embargo hay sombras, ¿se debe a esa bola
amarillenta que quema los ojos cuando se la mira?
- Aciertas de nuevo, Platón. Eso es el sol y es lo que hace
de este paisaje algo único.
- ¿Se trata de un foco gigante?
- No, de ninguna manera. Esa esfera que proyecta la luz
necesaria para que veamos las cosas está compuesta de algo muy distinto. Es, de
hecho, la perfecta combinación entre Verdad y Justicia, a la que llamaremos
Bien.
- ¿”Verdad, Justicia, Bien”, con mayúsculas? Me temo que
vuelvo a perderme, Amaranta.
- Es fácil perderse, pero encontrémonos, que este lugar
puede pesar demasiado si se recorre en solitario. ¿Cómo es posible que tú veas,
Platón? Ya sé que tienes ojos y funcionan. Sin embargo, esas son condiciones
imprescindibles, pero no suficientes.
- Cierto, porque durante la noche, cuando no hay ninguna
luz, uno no ve nada, como cuando apagaban la pantalla de las sombras. Entonces
todos los gatos son pardos. Luego, para ver, resulta imprescindible la luz.
- Eso es, querido amigo. Sin embargo, ¿los ojos y la luz son
suficientes para, por ejemplo, intercambiar con acierto dos ovejas por dos
cabras?
- No, ya dijimos que el “saber” que proporcionan los ojos es
cualquier cosa menos fiable. Gracias a los ojos podemos apartarnos de un camión
que nos va a atropellar, pero estaremos lejísimos de entender qué es un camión.
Es más, si no entendemos qué es un camión, aunque lo veamos venir, igual ni nos
apartamos, como les sucede a los niños pequeños o a los gatos.
- Muy bien. Pero cuando hablamos de comprender lo que es un
camión, ¿de qué estamos hablando si no es de la información que aportan los
ojos y los oídos?
- Un camión es mucho más que esos datos confusos y
cambiantes, Amaranta. De eso se trata, ¿no? Pongamos un ejemplo más sencillo:
un caballo. Un caballo no es lo que vemos, oímos y sentimos al acercarnos a un
caballo concreto. Sabemos que es un caballo aquello a lo que nos estamos
acercando porque hay algo previo, un conocimiento de lo que es un caballo
independientemente de las particularidades del caso concreto que tenemos
delante. Vale, lo que intentas decirme, Amaranta, es que el sol es el
equivalente, en el pensamiento, de lo que es la luz a la vista.
- Brillante, Platón. La Verdad es siempre algo más complejo
que lo que vemos. La Verdad, de hecho, no se puede captar por los sentidos.
Imagina que estás en un estadio y ves cómo un trozo esférico de cuero pasa
entre tres palos y una raya pintada en el suelo. Si eres un marciano, para ti
eso no significará nada, pero si eres un humano que ha sido bombardeado por la
cultura de masas, entenderás que eso ha sido un gol y la importancia que tiene
para el resultado final. Por tanto, la verdad del gol no está en su realidad
visible. Volviendo a lo que nos acontece, lo que ilumina este sol no sólo es la
cosa en sí, de tal manera que podamos contemplarla; ilumina también, para que
podamos “verla” en su totalidad, aquello que estructura la realidad, aquello
que hace que las cosas sean lo que son.
- Entiendo. Es lo que creía: la luz de los focos es a lo
visible lo que la luz del sol a lo pensable. Dicho de otra forma, con los ojos
apenas vemos una pequeña porción de lo real y, si no están preparados por el
intelecto, no harán más que engañarnos; para contemplar la Verdad, para
conocer, no nos basta con los sentidos, necesitamos a la razón. Pero no una
razón ciega, sino una que se deje iluminar por la verdad, una que busque la
verdad. Incluso podríamos ir más allá y decir que un auténtico comportamiento
racional es tan solo aquel que parte de esta premisa, que solo sometiéndose a
las exigencias de la verdad uno actúa de modo racional.
- Y ahí entramos en la otra parte de nuestro compuesto al
que hemos llamado Bien: la Justicia. Dime, Platón, qué opinas del lema de unos
conocidos revolucionarios, que rezaba así: “la verdad os hará libres”.
- Sin tiempo para pensarlo demasiado, diría que es cierta.
Hoy, pese a que no sé nada, me siento mucho más libre que ayer, puesto que he
aprendido que la verdad es algo más que la apariencia, que hay que buscarla con
otros ojos. Es más, ayer ni sabía que estaba encadenado a mis pasiones y
costumbres, sin embargo ahora puedo retozar por este hermoso campo.
- ¿Y tú dirías que eres parte de la norma o de la excepción,
querido Platón?
- Sin duda tendría que reconocer que de la excepción: allí
abajo están ocupadas casi todas las butacas y aquí arriba solo te veo a ti.
Pero yo no me considero ni más listo ni más apto que los demás para aprender,
¿por qué soy una excepción?
- Precisamente porque hace falta algo más que la verdad para
hablar de emancipación, de libertad. Verás, una vez me encontré aquí con otro
hombre, Aristófanes se llamaba. Encantada por la posibilidad de compañía, me
acerqué a él. Hablamos largo rato y cuando tuvo la suficiente confianza de que
yo no haría lo mismo, confesó sus planes: “la Verdad es maravillosa, es hermosa,
pero sobre todo es rentable”. Este hombre sube una y otra vez aquí, no para
aprender, no para comprender, no para compartir y ayudar, sino para explotar lo
que contempla, para obtener beneficio de ello.
- ¿Cómo?
- Muy sencillo: convirtiendo lo que aquí aprende en figuras
y sombras, en focos más potentes, en una pantalla más grande, en mejores
grilletes.
- ¡Eso es indignante! Deberíamos volver abajo no para
convertir lo que nos muestra el Bien en un instrumento para granjearse
privilegios, sino para ayudar a las demás personas a subir aquí.
- ¿Ves, Platón, cómo hace falta algo más que la Verdad para
liberarnos?
- Tenías razón, Amaranta. Es necesaria, además, una correcta
idea de justicia. Si la razón teórica, la que nos permite comprender, debe
estar siempre iluminada y orientada por la verdad, la razón práctica, la que
nos permite obrar de una forma u otra, debe estar iluminada y orientada por la
idea de Justicia.
- Así es. Suprimimos la Verdad si decidimos ignorarla a ella
y sus exigencias, o si nos limitamos a aprovecharnos de lo que muestra para
lucrarnos a expensas de los demás. Que el pensamiento sea útil y benéfico
depende de su orientación. La brújula que nos impide perdernos es la idea de
Justicia. De modo que tenemos una aparente paradoja: cuanto más claro ve la
gente que no entiende (porque no puede o no quiere) lo que es justo, más
perversa es. El pensamiento es una potencia que, a falta de orientación, sirve
a tanto a buenos como a malos fines. Aristófanes ha subido hasta aquí, pero si
pudiésemos ver a través de sus ojos cuando contempla este paisaje,
comprobaríamos que para él todo está cubierto por un manto de niebla que le
hace confundir la verdad con la oportunidad de negocio. Él no ve bien, ni le
interesa, ve lo que quiere ver. Es otro esclavo más de sus particularidades:
cree que será más libre en la medida que consiga más dinero, no se da cuenta de
que quiere más dinero porque no es libre, porque está atrapado por él.
- ¿Y qué hay del resto de personas? Porque igual Aristófanes
es la excepción y nosotros la norma, solo que aún no hemos podido comprobarlo.
- Respóndeme, Platón, ¿estás mejor aquí que atado a tu
butaca?
- Por supuesto.
- ¿Y por qué crees que los demás van a ser distintos? Y si
son iguales que tú, ¿por qué motivo no están todos y todas ya aquí, disfrutando
del Bien y la Belleza? ¿Olvidas que esas personas han sido educadas
precisamente para lo contrario, para desear, en el mejor de los casos, una
mejor butaca, sombras de alta definición y un espectacular sonido digital?
- Es cierto, pero si bien es admisible que han sido
condicionadas, de ninguna manera podríamos explicar nuestra presencia aquí si
asumimos que esas personas han sido definitivamente determinadas. No, es un
hecho que se puede salir de allí abajo, de esa caverna. La clave es, por tanto,
cómo se hace. A mi modo de ver, se nos presentan dos posibilidades: por la
fuerza o convenciendo. Lo primero es imposible, porque no tenemos con qué
romper las cadenas y además está la seguridad de la sala, que va fuertemente
armada y están muy bien organizada. Es mediante la persuasión, pues, que hay
que sacarlos de allí.
- Resultas enternecedor, Platón, pero así solo conseguirás
que te maten.
- ¿Que me maten?
- ¿Recuerdas a aquel anciano que creíste haber escuchado
alguna vez? Se llamaba Sócrates y fue el que me enseñó a mí, el que me ayudó a
liberarme de mis cadenas. Convencido de que debía persuadir a cuantos pudiera
para que le acompañasen en su misión de ampliar el conocimiento y desbancar del
poder a la opinión, ensayó mil formas distintas de debates, discusiones,
exposiciones… Al final, se dio cuenta de que lo más efectivo para romper el
ritmo y las rimas de los poetas, de quienes no paraban de hablar de nada
haciéndose pasar por sabios de todo, eran las preguntas. El adormecedor hechizo
de las palabras que otros ponen en nosotros queda fulminado ante las buenas
preguntas: de repente, el que parecía ducho en una materia se demuestra un
ignorante. Hasta tal punto entendió Sócrates que ese era el camino, que incluso
se paseaba entre la muchedumbre preguntando qué era un zapato, trataba
tozudamente de rescatar a la gente de la opinión que todo lo disuelve y mezcla,
tratando de sustituir dogmas por conocimientos y voluntad de verdad. El
resultado me estrangula el corazón: la propia gente, en asamblea, decidió matar
a Sócrates para poder seguir viendo la pantalla con tranquilidad. No es
simplemente una cuestión de persuasión y por tanto de voluntad, es también una
cuestión de educación. Y resulta mucho más difícil y peligroso tratar de educar
a quien cree que sabe que a quien tiene claro que no sabe. Ahí abajo, Platón,
apenas encontrarás amigos, pero sí muchos enemigos. Las creencias y las
opiniones, desligadas del saber, son todas miserables y, las mejores, son
irremediablemente ciegas. Y además son osadas: no hay como la seguridad que da
la ignorancia. Recuerda, ignorante no es quien hace preguntas porque todavía no
sabe, sino quien no las hace porque cree que sabe. Es mucho más cómodo dejarse
llevar por la corriente que nadar contra ella, y allí abajo la corriente es
claramente adversa, es el reino de las sombras. Ay de aquel que trate de
decirle al súbdito de la apariencia que abandone la tranquilidad de la
ignorancia y se aventure, como ser libre, en el terrorífico mundo de lo desconocido.
Como el conejo que creció en una jaula durante toda su vida, la multitud
tiembla ante la ausencia de barrotes.
- Pero bueno Amaranta, todo esto que me acabas de decir
sobre la gente de las butacas y Sócrates, ¿acaso no nos convierte en locos?
Quiero decir, ¿qué derecho tenemos a proponer a esa gente un cambio de vida?
¿Acaso no es justo lo que democráticamente decidan que es justo, como matar a
Sócrates por andar molestando a la gente?
- Si así fuese, Platón, no podríamos hablar de nada en
general. Si lo que es justo, lo que es verdad, lo que es bello o lo que es
bueno dependiera de lo que opina la gente, ¿no sería lo mismo que decir que lo
bueno, lo justo, lo bello y lo verdadero equivalen a la opinión del que más
habla, del que con más soltura lo hace o de quien controla los medios de
comunicación? No habría conocimiento entonces, solo opiniones más o menos
compartidas, mentiras consensuadas, experiencia práctica y, alguna que otra
vez, acierto por obra del azar. No, aquí no se trata de defender un concepto de
justicia que nos venga bien porque somos los mandatarios, o que nos reporte
beneficios porque somos empresarios ambiciosos, sino una idea de justicia que
valga tanto ahora como dentro de cien años. Que le valga a un gallego tanto
como a un espartano. La razón nos habla a nosotras de la misma manera que
hablará a las personas en el futuro y de la misma manera que hablaba a las del
pasado. Nadie tiene derecho a decir que si hubiese nacido dos siglos después no
hubiese sido racista, o machista. Respecto al racismo y al machismo, la razón
siempre ha dicho lo mismo. Si vemos el mundo con los ojos de la razón, a la luz
de la verdad y la justicia, y no con nuestros ojos particulares atravesados de
nuestros dogmas y prejuicios, machismo y racismo resultan intolerables. Ayer,
hoy y mañana.
- Y sin embargo, mucha gente sigue siendo racista y
machista.
- Sin duda, Platón, pero ya no como antes. Antaño uno podía
defender públicamente que era racista y machista, pero hoy, gracias al progreso
forzado por movimientos antirracistas y feministas, sólo pueden hacerlo contra
la razón, a contrapelo. Cuando la razón, la verdad y la justicia se pronuncian
y germinan en la historia, esta difícilmente puede mirar para otro lado. Eso no
significa que no se pueda restablecer la esclavitud o distintos modelos
patriarcales, pero el hecho de que la mayoría sea machista, o de que vuelva a
instaurarse la esclavitud con otro nombre, no impugna la idea de que no se
puede tolerar, no impugna lo que nos dicta la razón. Hay cosas que son reales
pero que son imposibles moralmente, inadmisibles. También cosas no reales (por
ahora) que sin embargo son necesarias en términos morales. Y como somos seres
libres, es decir, algo más que un mero efecto de nuestro ser hombres o mujeres,
altos o bajos, empresarios o trabajadores…, podemos decir que no hay derecho a
que las cosas sean como son. Independientemente de que, hasta donde conocemos,
siempre hayan sido así.
- Fascinante. Pero no creo que a todo el mundo le guste lo
que acabas de señalar. Especialmente a los defensores del relativismo. Ya puedo
imaginarlos vituperándote a ti y a cualquiera que comulgue con tus ideas.
Cuando vuelva allí abajo, lo más probable es que me encuentre solo. Porque si
lo que dices es cierto, Amaranta, nadie puede cambiar con simples lecciones de
moral un carácter fijado de antemano por las opiniones dominantes, por ese
rumor constante y cotidiano de infinito eco que, pese a aparentar
conflictividad, resulta ser del todo consensual. Si lo que estamos haciendo
aquí es “filosofía”, amar el saber, lo que se practica en la caverna sin duda
es filodoxia, amor por la opinión. Su lema, “soy libre de opinar cualquier
cosa”, es el enemigo de la filosofía. Ese “cualquier cosa” destroza la
naturaleza filosófica, es un puente que nos permite evitar el procedimiento
racional y nos habilita, a su vez, para ser todo lo incoherentes que nos dé la
gana, para huir siempre hacia delante sin pararnos a respetar ningún principio
de valor universal. Ahí abajo no se puede ni defender que dos más dos suman
cuatro sin que alguien te interrumpa diciendo que no está de acuerdo, que su
opinión difiere y que exige una votación para definir qué es cierto y qué no.
La verdad íntima les importa un rábano, no son más que sofistas y sicofantes.
- Cuidado Platón, porque si bien llevas razón, no debes
olvidar nunca que esa gente de ahí abajo es tu gente, y que son iguales a ti.
Por el motivo que sea tú estabas más predispuesto a aprender y a cambiar que la
mayoría, pero eso no quita que ellos y ellas se merezcan a alguien que les
muestre la puerta.
- Y tanto que lo merecen, que estén ahí abajo atados me
indigna, pero no me hace considerarlos enemigos. Antes al contrario: en la
guerra de la luz de la razón contra la oscuridad de la opinión, la gente es potencialmente
tanto aliada como enemiga. Dicho de otra forma: las cualidades que hacen al
filósofo, que habitan en todas las personas, se tornan en su contrario desde el
momento en que son cautivas de un medio podrido. Nuestro problema, el de toda
la humanidad, no es con esa gente, sino con una estructura social y de
pensamiento que permite que la opinión haga las veces de verdad. Esa es la
batalla fundamental.
- En efecto, Platón. Y es la primera y más esencial de las
batallas políticas: la lucha por el significado. Primera y esencial porque
aquello que estructura nuestro mundo, la semilla del conocimiento, de las leyes
y las instituciones, son los conceptos. Dependiendo de lo que entendamos por
verdad, por justicia, por ser humano, democracia, derecho, ley… diseñaremos un
sistema u otro, votaremos a unos u a otros, nos posicionaremos en un bando o en
el otro. ¿Qué creías, Platón? La filosofía es desinteresada, su única meta es
el saber, la verdad por la verdad. Pero hasta la verdad necesita de alguien que
la materialice, ella sola no se explica, no se habla, no se da a conocer ni se
hace respetar. Por otra parte, la Verdad no suele ser neutral… Sabiendo lo que
ahora sabemos, Platón, ¿te parece correcto o virtuoso que gobierne un líder de
opinión, es decir, aquel que ha convencido a la mayoría de que es el adecuado?
- De ninguna manera, pero que sepa a quién no quiero como
gobernante, no significa que tenga claro quién debe gobernar. ¿Todos y todas,
quizá?
- No vas desencaminado. Imagina, Platón, que el Estado es un
gran navío. En él encontramos carpinteros, marineros, cocineros, costureros… y
un timonel. Imagina ahora que ese timonel alberga, gracias a su experiencia
previa, algún débil conocimiento acerca de vientos, de mareas, de caladeros y
de estrellas. Más mal que bien, es capaz de llevar la nave a puerto, de la
misma manera que quien no sabe es capaz de acertar por casualidad. Pero,
lamentablemente, está quedándose cada vez más ciego: cree que ya sabe todo lo
que tiene que saber y confunde su opinión, basada en una mezcla de prejuicios y
experiencias, con la verdad. Vista su incompetencia, marineros, cocineros,
carpinteros y demás tripulantes comienzan a pelear entre sí para deponer al
timonel y ocupar su lugar. La opinión general es que no es necesario poseer más
conocimientos que los que ya se tienen para dirigir el barco. Es más, todos
acordaron que aquel marinero que gritaba y vociferaba más y más alto era el
mejor candidato a timonel. Pensaban que tener el consentimiento o el apoyo de
la mayoría era más que suficiente, inútil tener ideas y peligroso, motivo de
desconfianza, tener conocimientos. Así que una camarilla de marineros, la más
resuelta, definitivamente consigue expulsar al anterior timonel y poner a su
amigo en su lugar. El resultado no puede ser otro que el esperado, salvo que la
fortuna interceda, pero ningún gobernante sensato ha de depender de la fortuna
que no nace de sus propias virtudes e instituciones: el barco encalla y se
pierde la mercancía y la vida de muchos de los marineros. Ahora imagina que, en
medio de todo este caos, aparece un auténtico amante de los saberes, un
filósofo, un aspirante a capitán que cuenta con un buen conocimiento teórico y
cierta experiencia en la navegación, que sabe de corrientes, vientos y mapas de
las estrellas. ¿Cómo crees, Platón, que va a tratarle la camarilla de marineros
que se ha hecho con el timón, así como todos sus partidarios y aquellos que se
dejan llevar por la aparente mayoría? ¿Acaso no tacharán a nuestro filósofo de
dogmático, de populista, de arcaico e incluso de totalitario? ¿Acaso no
acabarán eliminándolo, al menos de la vida política?
- Ciertamente lo intentarán, Amaranta. Pero tiene algo de
sentido: ¿qué pinta un filósofo dirigiendo una nave?
- Puesto que la nave representa en este relato al Estado, la
pregunta más bien debería ser al revés: ¿qué pintan en su gobierno los que no
son filósofos? Cuidado: filósofo o filósofa es aquella persona que trata de
ofrecer explicaciones racionales, coherentes y ordenadas sobre el mundo y
aquello que lo estructura. Y esta pretensión, además, ha de estar guiada
siempre por el Bien, esto es, la combinación entre Verdad y Justicia. Dime,
Platón, ¿puede haber persona más capacitada para saber qué está bien y qué mal,
qué es correcto y qué incorrecto, qué es justo y qué injusto, y para obrar en
consecuencia, que un filósofo o una filósofa, según esta definición que hemos
dado?
- No, desde luego. Si filósofo o filósofa es quien piensa y
obra así, sin duda deberían ser quienes llevasen el timón.
- En efecto. Y ahora respóndeme a esto: si el filósofo debe
gobernar porque es quien tiene por guía la verdad y la justicia, porque es el
más capacitado para obrar acorde a estas Ideas, ¿al final, quién gobernaría?
- La Justicia, la Verdad, el Bien.
- En efecto, Platón. Sería el gobierno de todos y de nadie,
el gobierno de cualquiera, el gobierno de la razón. El único marco en el que
ese experimento llamado democracia podría funcionar: vaciaría de tronos y de
templos la plaza pública para que fuese la propia ciudadanía la que ocupase ese
espacio y así deliberar, en condiciones de igualdad, sobre cómo proceder, qué
leyes elaborar, qué instituciones levantar… Para formar lo que algunos llaman
la “voluntad general”, esto es, la voluntad que surge del cuerpo social cuando
este se reúne en condiciones de igualdad para, mediante la razón, decidir los
pasos a seguir.
- Es decir, Amaranta, que la idea final es simplemente poner
el mundo a la altura de tres conceptos, tres Ideas: Verdad, Justicia y Belleza.
O como les gusta decir a los modernos: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pues
para ese proyecto, cuenta conmigo.
- Bienvenido a la revolución, Platón.
Fuente: http://perseomadrid.blogspot.com.es/