jueves, 19 de noviembre de 2009

Repetir Lenin (Slavoj Zizek)

La primera reacción pública ante la idea de reactualizar Lenin es, claro, un ataque de risa sarcástica: Marx vale; hoy en día incluso en Wall Street hay gente que le adora - Marx, el poeta de las mercancías; Marx, el que proporcionó perfectas descripciones de la dinámica capitalista; Marx, el que retrató la alienación y reificación de nuestras vidas cotidianas -, pero Lenin, no, ¡no puedes ir en serio! ¿No representa Lenin precisamente el FRACASO a la hora de poner en práctica el marxismo, la gran catástrofe que dejó huella en la política mundial de todo el siglo XX, el experimento de socialismo real que culminó en una dictadura económicamente ineficaz?

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¿En qué punto estamos entonces hoy , de acuerdo con los criterios de Lenin? En la era de lo que Habermas designó como "die neue Undurchsichtlichkeit" ["la nueva opacidad"], nuestra experiencia cotidiana es más mistificadora que nunca: la propia modernización genera nuevos oscurantismos, la reducción de libertad se nos presenta como la llegada de nuevas libertades. La percepción de que vivimos en una sociedad de elecciones libres,en la que tenemos que elegir hasta nuestros rasgos más "naturales" (la identidad étnica o sexual), es la forma de aparición de su exacto contrario, de la AUSENCIA de verdaderas opciones. [...]

En estas circunstancias, habría que poner especial cuidado en no confundir la ideología dominante con la ideología que PARECE imperar. Más que nunca habría que tener en cuenta la advertencia de Walter Benjamin de que no basta con preguntar cómo una teoría (o arte) declara situarse respecto a las luchas sociales; habría que preguntar también cómo funciona efectivamente EN estas propias luchas. En el sexo, la actitud de hecho hegemónica no es la represión patriarcal, sino la promiscuidad libre; [...]

En la actualidad, si uno sigue una llamada directa a actuar, esta acción no se realizará en un espacio vacío, será una acción INSCRITA en las coordenadas ideológicas hegemónicas: los que "realmente quieren hacer algo para ayudar a la gente" se meten en aventuras (sin duda honorables) como Médicas sin Fronteras, Greenpeace, campañas feministas y antirracistas, que no sólo se toleran sin excepción, sino que incluso reciben el apoyo de los medios de comunicación de masas, aun cuando entren aparentemente en territorio económico (por ejemplo, denunciando y boicoteando empresas que no respetan las condiciones ecológicas o que utilizan mano de obra infantil): se las tolera y apoya siempre que no se acerquen demasiado a determinado límite. Este tipo de actividad proporciona el ejemplo perfecto de interpasividad: de las cosas que se hacen no para conseguir algo, sino para IMPEDIR que suceda realmente algo, que cambie realmente algo. Toda la actividad humanitaria frenética, políticamente correcta, etc., encaja con la fórmula de "¡sigamos cambiando algo todo el tiempo para que, globalmente, las cosas permanezcan igual!". Si los Estudios Culturales predominantes critican el capitalismo, lo hacen de la forma codificada ejemplar de la paranoia liberal de Hollywood: el enemigo es "el sistema", "la organización" oculta, la "conspiración" antidemocrática, NO simplemente el capitalismo y los aparatos estatales. [...] Lo que habría que aceptar es que no hace falta ninguna "organización (secreta) dentro de la organización": la "conspiración" está ya en la organización "visible" como tal, en el sistema capitalista, en el modo en que funcionan el espacio político y los aparatos del Estado.

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Desde luego que aquí hay que establecer una diferencia tajante entre el auténtico compromiso social en beneficio de las minorías explotadas (pongamos, organizar a los trabajadores de campo chicanos empleados ilegalmente en California) y los planteles multiculturalistas/poscoloniales de rebelión intachable, sin riesgos y despachada en seguida que prosperan en los ámbitos universitarios "radicales" estadounidenses. Sin embargo, si, a diferencia de lo que hace el "multiculturalismo corporativo", definimos el "multiculturalismo crítico" como una estrategia que señala que "hay fuerzas comunes de opresión, estrategias comunes de exclusión, estereotipación y estigmatización de los grupos oprimidos y, por consiguiente, enemigos comunes y objetivos comunes de ataque", no veo lo apropiado de seguir usando el término "multiculturalismo", cuando el acento en este caso se desplaza hacia la lucha COMÚN. En su significado habitual, el multiculturalismo se adecua perfectamente a la lógica del mercado global.

Recientemente, los hindúes organizaron en India manifestacones multitudinarias contra la empresa McDonald's, después de que se supiera que, antes de congelar las patatas fritas, McDonald's las freía en aceite extraído de grasa animal (de vacuno); una vez que la empresa hubo cedido en este punto, garantizando que todas las patatas fritas que se vendieran en India no se freirían más que en aceite vegetal, los hindúes, satisfechos, volvieron alegremente a atiborrarse de patatas fritas. Lejos de socavar la globalización, esta protesta cntra McDonald's y la rápida respuesta de la empresa señalaron la perfecta integración de los hindúes en el orden global diversificado.

El respeto "liberal" por los indios resulta, por consiguiente, condescendiente sin remedio, al igual que nuestra actitud habitual hacia los niños pequeños: aunque no les tomamos en serio, "respetamos" sus costumbres inofensivas para no hacer añicos su mundo ilusorio. Cuando un visitante llega a un pueblo local con costumbres propias, ¿hay algo más racista que sus torpes intentos de demostrar hasta que punto "entiende" las costumbres locales y es capaz de seguirlas?

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Además, ¿qué pasa con prácticas como la quema de mujeres después de la muerte de su marido, que forma parte de la MISMA tradición hindú que las vacas sagradas? ¿Deberíamos (nosotros, los multiculturalistas occidentales tolerantes) respetar también estas prácticas? En este caso, el multiculturalismo tolerante se ve obligado a recurrir a una distinción profundamente eurocéntrica, una distinción por completo ajena al hinduismo: toleramos al otro con respecto a las costumbres que no dañan a nadie y en cuanto tocamos alguna dimensión (para nosotros) traumática, la tolerancia se acaba. En suma, la tolerancia es tolerancia al Otro en la medida que este Otro no sea un "fundamentalista intolerante", lo cual no quiere decir más que en la mediad en que no sea el verdadero Otro. La tolerancia es "tolerancia cero" para los verdaderos Otros [...]. Podemos ver cómo esta tolerancia liberal reproduce la operación "posmoderna" elemental de un acceso al objeto desprovisto de sus sustancia: podemos disfrutar café sin cafeína, cerveza sin alcohol, sexo sin contacto corporal directo [...]

La intolerancia es intolerancia hacia lo Real de una creencia. De hecho, el liberal multiculturalista se comporta como el marido proverbial que en principio admite que su mujer tenga un amante, sólo que no ESE tío, es decir, al final, cualquier amante particular resulta inaceptable: el liberal tolerante en principio admite el hecho a creer, al mismo tiempo que rechaza cualquier creencia determinada por "fundamentalista". [...]

Esto nos conduce a otra pregunta más radical: ¿constituye realmente el respeto por la creencia del otro (pongamos, por la creencia en el carácter sagrado de las vacas) el máximo horizonte ético? ¿No es más bien el horizonte máximo de la ética posmoderna, en la que, dado que la referencia a cualquier forma de verdad universal está descalificada como una forma de violencia cultural, lo único que importa en última instancia es el respeto por la fantasía del otro? O por expresarlo de un modo más directo si cabe: VALE, se puede sostener que mentir a los hindúes sobre la grasa de vacuno es algo cuestionable desde un punto de vista ético; sin embargo, ¿significa esto que no cabe argumentar públicamente que su creencia (en el carácter sagrado de las vacas) es ya de por sí una mentira, una flasa creencia?

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por consiguiente, el primer elemento del legado de Lenin que habría que reinventar en la actualidad es la política de la verdad, hipotecada tanto por la democracia política liberal como por el "totalitarismo". La democracia, por supuesto, es el reino de los sofistas: sólo hay opiniones, cualquier referencia por parte de un agente político a alguna verdad definitiva se denuncia como "totalitaria". Sin embargo, lo que imponen los regímenes del "totalitarismo" es también una mera apariencia de verdad: una Enseñanza arbitraria cuya función no es más que la de legitimar las decisiones pragmáticas de los Gobernantes. [...] En lugar de la verdad universal, tenemos una multitud de perspectivas o, como está en boga decir hoy en día, de "narrativas"; [...]

Lo que se pierde en este narrativismo es sencillamente la dimensión de verdad: NO la "verdad objetiva", como idea de la realidad construida desde un punto de vista que de algún modo flota por encima de la multitud de narrativas particulares. Sin la referencia a esta dimensión universal de la verdad, ninguno de nosotros dejamos de ser "monos de un frío Dios" (tal y como lo expresara Marx en un poema en 1841) [...]. El envite de Lenin -hoy en día, en nuestra época de relativismo posmoderno, más actal que nunca- consiste en decir que la verdad universal y el partidismo, el gesto de tomar partido, no sólo so son mutuamente excluyentes, sino que se condicionan de manera recíproca: la verdad UNIVERSAL de una situación concreta sólo se puede articular desde una postura por completo PARTIDISTA: la verdad es, por definición, unilateral. [...] La respuesta leninista al "derecho a narrar" multiculturalista posmoderno debería ser, por lo tanto, una afirmación sin tapujos del derecho a la verdad.




Extraído de "Repetir Lenin", de Slavoj Zizek.

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