viernes, 5 de marzo de 2010

Mercantilización del saber

En 1994, los países desarrollados dieron un nuevo paso hacia la mercantilización absoluta de las relaciones sociales. La privatización generalizada del mundo (desde los bienes y servicios a la violencia, desde el conocimiento a los genes) conduce a convertirlo todo, incluida la fuerza de trabajo humana, en una mercancía destinada a la venta: la Ronda Uruguay (de donde surgió la Organización Mundial del Comercio) supuso, entre otras cosas, el respeto y el reconocimiento mundial a las patentes. Anteriormente, más de 50 países se negaban a reconocer la patente sobre cualquier sustancia y solo aceptaban la posibilidad de patentar el procedimiento de fabricación.

Desde los años 70 del siglo pasado, asistimos al proceso mediante el cual las grandes multinacionales se van apropiando del conocimiento y de cualquier producción intelectual y artística en general. La información pasa a convertirse en una nueva forma de capital, crece el número de patentes presentadas cada año: en 2007, sólo Monsanto, Bayer y BASF presentaron 532 patentes sobre los genes de resistencia a la sequía que han manipulado.

Se pone precio a cualquier idea que sea susceptible de generar una actividad económica. Es otra carrera cuya meta es la apropiación, las ganancias, la destrucción, privatización o mercantilización de las solidaridades tradicionales (ayer la familia, hoy los sistemas de protección social). Ya no se comparte conocimiento ni arte, se captura, se secuestra, se trafica con él. Si las cosas siguen así vendrá el tiempo en que será imposible decir cualquier frase sin descubrir que ya ha sido debidamente patentada y sometida al derecho de propiedad.

Primero se autorizó la propiedad de variedades de plantas cultivadas o animales de crianza para luego autorizar la propiedad sobre las sustancias de los seres vivos, abriendo el camino al pillaje neoimperialista: el problema no es que un Dios todopoderoso vaya a enfadarse por manipular y privatizar su obra, el ADN por ejemplo, sino que hemos atravesado la frontera que separa los fenómenos naturales del derecho a la propiedad. Si Lavoisier hubiese contado con nuestro sistema legal y de valores, no hubiese dudado en patentar el oxígeno nada más descubrirlo. Lo mismo hubiese podido hacer Einstein con la teoría de la relatividad, confundiendo lo que es un descubrimiento con un invento-mercancía. Sin embargo no lo hicieron, al contrario, divulgaron sus descubrimientos favoreciendo revoluciones técnicas y científicas.

Hoy el mapa de la propiedad intelectual y la patente sobre el conocimiento es mucho más sombrío que entonces. La privatización de las innovaciones contradice el propio discurso liberal sobre los beneficios de la competencia y supone, más que nunca, una traba tanto para la libre competencia como para la libre cooperación. Asistimos como espectadores al proceso mediante el cual el capitalismo, a través de sus agentes más poderosos (las multinacionales) colonizan el ser a través del saber.

Desde 1994 este expolio espurio del conocimiento y del arte, además de chocar frontalmente con el ideal individualista de los liberales, pone de manifiesto una de las contradicciones inherentes a la expansión del capitalismo: poco a poco van desapareciendo los países colonizadores y van quedando sólo colonias, sometidas al nuevo poder imperial-colonizador: las trasnacionales. Cuando la información, el conocimiento científico, el arte y el entretenimiento están controlados por un puñado de personas nada neutrales empeñadas en convertir los inventos, descubrimientos, telediarios, películas, canciones, cuadros, ensayos, novelas y estudios en plataformas para la publicidad, en fuentes de beneficio y transmisión de la cultura del consumo, poco importa cada cuantos años se vote. De nada sirve empeñarnos en sostener la imagen democrática de nuestras sociedades capitalistas cuando el propio acto reflexivo se ve condicionado, incluso determinado, por las leyes del mercado.

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