jueves, 23 de abril de 2009

La construcción nacional

¿Qué es una nación? ¿Cual es su origen? No cabe duda que el nacionalismo es y ha sido una de las ideas que más ha movilizado a los pueblos a lo largo del globo, capaz de generar lazos muy intensos entre personas que no se conocen. Sin embargo parece que realmente sabemos poco acerca del tema. Es muy común, por ejemplo, encontrarse con gente que confunde el concepto de nación con el de Estado. Es lógico, hasta las instituciones públicas nos inducen al error: la Organización de Naciones Unidas no es otra cosa que una organización de Estados no demasiado unidos.

Tratemos de definir, escuetamente, el término "nación" (que es bastante complejo y confuso) para poder discutir acerca de él. Lo primero que quiero destacar es que en principio la nación no existe. Se trata de algo artificial, construido por el ser humano. El concepto de nación crea una clara diferenciación entre un grupo (el propio) y el resto de seres. Crea vínculos horizontales en una sociedad, al margen de las estructuras jerárquicas que la dominen en un momento concreto de su historia (como pueden ser las económicas, las políticas o las religiosas). Como ya he dicho, genera intensos lazos, pero también es intensamente excluyente.

Pero ¿qué criterios definen a una nación? Muchos autores han intentado dotar al concepto de características objetivas (como puede ser un territorio, una lengua común, la raza...), lo cual resulta imposible salvo que se considere apropiado dejar a la mitad de las naciones fuera de la definición. Otros han tratado de definir la nación en base a unos criterios subjetivos, refiriéndose al sentimiento de pertenencia a una comunidad que desarrollen sus miembros. Actualmente podemos hablar de voluntarismo y organicismo. La postura organicista defendería que la nación "es", existe independientemente de si la vemos o no, o de si nos sentimos identificados con ella o todo lo contrario. Se trata de una realidad previa. El voluntarismo, por contra, entiende que la nación solo existe si así lo perciben las personas, no existe al margen del ser humano ni antes de él.

Por mi parte, coincido con Anderson cuando habla de "comunidades imaginadas" refiriéndose a cualquier otro colectivo al margen de la familia directa (aunque opino que la familia también se trata de una comunidad imaginada). Hobsbawm nos recuerda que el pasado histórico compartido es inventado y no es neutro, responde a posiciones ideológicas. Las tradiciones y el discurso nacional, dice Hobsbawm, tienen tras objetivos: la cohesión social, la reproducción de los sistemas de poder y la socialización en torno a un sistema de creencias y valores concreto.Aunque quizá este autor peca de un exceso de voluntarismo: llega a afirmar que todas las tradiciones son inventadas. Esto es bastante discutible, si asumimos esto como cierto no podríamos explicar la rapidísima difusión que tiene el nacionalismo (en sus distintas formas) por todo el mundo. Sin embargo Hobsbawm si que tiene parte de razón porque, si bien las tradiciones que recogen los nacionalismos no son todas inventadas (algunas sí), desde luego sí están seleccionadas: el pasado es selectivo, está construido desde el presente.

Se trata de un debate que no parece se vaya a resolver nunca. No obstante, cabe recordar la importancia de la guerra por la palabra, que la lucha por las definiciones es una de las luchas políticas más importantes y que toda definición tiene sus consecuencias (si definimos una nación en base a una raza, por ejemplo, todo el que no comparta una serie de rasgos genéticos nunca podrá formar parte de la comunidad).

Existen muchos tipos distintos de nación, pero podemos agruparlos principalmente en dos categorías: naciones culturales y naciones políticas. Las primeras son aquellas que se centran en elementos étnicos, lingüísticos, culturales... Busca que los límites culturales también se correspondan con los de la nación. Por otro lado, la nación política no parte de una cultura, una etnia o una religión compartidas, ni si quiera una lengua común. Se trata de naciones construidas sobre elementos simbólicos y abstractos, como pueden ser la constitución, la bandera, un sistema político... En principio la segunda sería más incluyente, mientras que la primera categoría corre más riesgo de devenir en "religión política" o simple racismo (lo que no quita que también pueda ocurrir en las naciones políticas). Pese a que en la realidad todas las naciones combinan elementos de ambos tipos de nacionalismo y se muestran de forma híbrida, siempre predomina una de las dos categorías. El mejor ejemplo de nación cultural lo encontramos en Alemania: el nacionalismo alemán encuentra sus raíces en el romanticismo y en parte surge como rechazo a la violenta expansión de la ilustración francesa (recordemos que el momento en el que surge el nacionalismo alemán es en plena convulsión por la revolución francesa y la expansión de Napoleón). Autores como Fichte hablan de abandonar las influencias francesas y recobrar una autenticidad perdida, la esencia primigenia que ha sido pervertida. Se trata de una arqueotopía, es decir, como una utopía pero situada en el pasado. La retórica de este tipo de nacionalismo tiende a ser ruralista (el campesino es el que más esencias ha guardado, el que más se parece al pasado), lo cual resulta algo paradójico ya que la construcción nacional proviene esencialmente de las urbes. La nación alemana no surge en un Estado preexistente, como es el caso francés, el español, el inglés... sino que es la propia identidad cultural la que construye esa unidad, reclamando una especifidad que choca de lleno con la "universalidad" de los principios franceses y su modelo ideal de nación. El mejor ejemplo del caso contrario, de nación política, es quizá Estados Unidos. Aunque esta construcción nacional ha coqueteado desde el principio con la idea religiosa de ser los elegido entre los elegidos y del destino manifiesto, las características políticas parece que priman frente a las demás (siempre y cuando nos olvidemos un poco del galopante racismo del que todavía quedan algunos vestigios, véase la película "El surgimiento de una nación"). Estados Unidos es una de las naciones que más apela a los elementos abstractos para constituir su unidad, para establecer el marco que permita la integración de distintas etnias, religiones, culturas... En teoría, en este país se consigue disgregar la identidad étnica de la cultural, aunque en la actualidad esto es bastante discutible: muchas minorías están eligiendo, en lugar de aceptar el modelo de "melting pot" cultural, conservar su propia identidad e incluso su lengua en lugar de integrarse.

Tanto la nación cultural como la nación política comparten la construcción de un pasado común basado en intereses del presente. Pero comparten más. Toda construcción nacional recurre en algún momento de su evolución a una construcción simbólica muy fuerte: la proyección de la familia sobre la nación. Esta técnica, además de ser fácil de difundir, tiende a dotar a la nación de carácter natural, como lo puede ser la familia, por lo que desobedecer al padre de familia (el líder del gobierno) es no sólo éticamente reprobable, sino también antinatural. Las comunidades religiosas también practican habitualmente este tipo de simbolismo. Así mismo, el simbolismo religioso también ha penetrado el ámbito del nacionalismo. Pese a siglos de secularización, cuando un movimiento nacionalista se ve amenazado, no duda en acudir a la simbología religiosa, aunque no sea de forma explícita ni reconocida. Un ejemplo perfecto de ello son las quemas de banderas: en muchos países se considera prácticamente una blasfemia y se castiga en consecuencia. Estados Unidos utiliza la constitución como si se tratase de un texto sagrado, por no hablar de las promesas de paraíso que ofrece el "estilo de vida americano". Otro elemento común a todas las naciones es la construcción de mitos nacionales. Se trata de héroes de la construcción nacional, personas en las que nos podemos identificar y además constituyen modelos a imitar. Un ejemplo muy claro y reciente de esta glorificación de un individuo en el que se reconocen todas las virtudes de la nación a la que encarna es el caso de Mustafa Kemal "Atatürk" en Turquía. Al derribar los restos del ya vencido Imperio Otomano y someter al antiguo sultán, Atatürk se convierte mediante el ejército en el líder indiscutible de una nueva nación que no espera a su muerte para nombrarle "padre de los turcos" y estampar su imagen en estatuas, monumentos, billetes y monedas. Un nuevo dios para la nueva religión de Anatolia, que ya ha demostrado a armenios y kurdos lo que ocurre con los herejes. Del mismo modo hoy se consideran mitos "españoles" a los fanáticos cristianos que combatían contra los musulmanes en la península ibérica (como Pelayo o El Cid) y "reconquista" a cientos de guerras distintas que se prolongaron durante siglos por el control de un territorio en nombre de distintos monarcas y de la religión. Bolívar en Sudamérica, Martí en Cuba, Lincoln en Estados Unidos... los ejemplos son innumerables.

En cuanto al origen, descarto todas las teorías primordialistas que sitúan el origen de la nación en tiempos inmemoriales. En el caso español, una de estas teorías consideraba que más que hijos de Pelayo, somos descendientes de Noé. Un famoso historiador franquista recordaba en más de una ocasión que la primera contribución española al Arte fueron las pinturas de Atapuerca. Sin embargo, tampoco me convencen las tesis contrarias que defienden los modernistas. Para estos la nación es un producto de la modernidad que se manifiesta por primera vez con la revolución francesa de 1789. No existe, pues, nación anterior a esa fecha. Antes solo podemos hablar de monarquías y reinos, imperios, ciudades-estado... pero no de nación. En este sentido, comparto la postura de Anthony D. Smith que podríamos calificar de perennialista: si bien antes de la revolución francesa no podemos hablar de nación, sí que podemos hablar de "identidad nacional" anterior a 1789. Es decir, podemos establecer un vínculo entre el antiguo régimen y el estado-nación basado en el sentimiento de pertenencia a un grupo, de tal forma que evitamos la flaqueza teórica del modernismo, que no puede explicar, entre otras cosas, cómo ese sentimiento nacional se propaga tan rápido por todo el mundo generando vínculos tan fuertes si el origen está en la revolución francesa. La respuesta es lógica: ya existía una identidad nacional previa al nacimiento de la nación.

Marx aportó una perspectiva interesante acerca del tema, aunque pecó de funcionalismo: consideraba que la nación, como el Estado, era un instrumento burgués. Consideraba que el nacionalismo era una construcción ideológica de la clase dominante destinada a distraer y controlar a las masas e impedir el florecimiento de su auténtica identidad, la identidad de clase. Desde mi punto de vista, puede que la burguesía y las clases dominantes realmente utilizaran ese sentimiento nacional para controlar a las masas e impedir que se organicen para conquistar su emancipación, pero no podemos asegurar que fue así como surgió, ni con ese objetivo.

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