jueves, 11 de junio de 2009

¿Democracia? Una reflexión sobre las elecciones europeas.

De nuevo nuestro Partido Único ha superado con éxito otras elecciones donde no ha votado ni la mitad de la población con derecho a voto. PSOE y PP han obtenido casi todos los diputados que España manda al órgano de menos poder, el más insignificante en cuanto a la toma de decisiones dentro de la Unión Europea. Los medios de comunicación, más que cómplices, son absolutamente responsables de permitir que nuestra clase dirigente se comporte de manera tan vergonzante. Los periodistas, salvo honrosas excepciones que deberían constituir la normalidad y no la excepción, se han limitado a glorificar un bando y criminalizar al otro en función de los intereses de los grupos empresariales que les contratan.

La democracia parece consistir en votar cada tantos años. Y da igual cuanta gente vote y a quien, siempre que voten a algún grupo perteneciente al partido único. Los debates se convierten en anuncios de un producto, los anuncios en técnicas de marketing y manipulación que anulan cualquier principio de debate... Es el sueño de Schumpeter, la pesadilla de los pueblos. Las diferencias entre los partidos que tienen posibilidades de obtener la victoria son mínimas y/o se trata de cuestiones técnicas. Se protegen los unos a los otros: nadie tira de la manta porque el contrario puede tirar también y dejar al aire las vergüenzas que han acumulado en poco más de 30 años de supuesta democracia.

Nuestro sistema político y económico es fruto de la continuidad, un regalo del régimen franquista después de aplicar durante 40 años la "pedagogía del voto": se tortura, elimina, atemoriza, amenaza... a la izquierda hasta que la población aprende a quién debe votar y a quién no. Cuando constataron que la izquierda ya no podía vencer, nos regalaron el voto. Pero no fue lo único. También hemos heredado su cultura política. Y gracias al capitalismo y a la Unión Europea la hemos llevado al extremo.

Los votantes no somos más que consumidores, la política es el producto que consumen y los partidos políticos la marca que diferencia un producto de otro. Somos consumidores vigilados por nuestra propia seguridad. Nixon advirtió, refiriéndose a la victoria de Allende en Chile: "no podemos permitir que un pueblo caiga bajo las garras del marxismo por su propia incompetencia". Un ejemplo clarísimo de en qué consiste verdaderamente la democracia. Pinochet apuntilló esta idea al asegurar (en 1989) “estoy dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones, con tal de que no gane ninguna opción de izquierdas”.

Pero la democracia, al menos en teoría, no la hacen solo los políticos. La democracia se supone que es una construcción diaria donde el pueblo se gobierna a sí mismo. Pero ¿cómo se va a autodeterminar un pueblo cuando han asumido que el gobierno no es suyo, sino de los políticos? El votante medio considera ir a votar como un puro trámite. Y no por casualidad, también considera que ese trámite agota de forma efectiva la democracia. Y la concepción del voto es absolutamente individualista: yo voto en función de mis intereses y si son los de la mayoría, ganamos. La idea de que los grupos no son más que la suma de individuos ha penetrado en lugares insospechados.

Los votantes constituyen hoy por hoy un grupo de gente q no puede diferenciar entre una conversación sobre fútbol, una sobre muñecas y peluqueros y una sobre política. Para ellos la democracia consiste en una jodienda que de vez en cuando, el día del señor, te obliga (o no) a moverte de casa pese a la resaca. Lo más normal del mundo (una normalidad criminal) es no hablar de política antes de unas elecciones. Normal es sentarse a ver Antena 3 y luego, si hay tiempo y ganas, discutir sobre las sandeces que transmiten los ("mercenarios,muñidores, sicofantes, criminales
blandos...") periodistas. Quizá soy demasiado osado al pedir unos minutitos de reflexión, aunque sea después de que se celebre tan bochornoso acontecimiento cuyo único mérito es recordarnos lo poco democrático que es nuestro mundo occidental (aunque los medios de comunicación se empeñen en enterrar la alta abstención -más de la mitad de los votantes- o la interpreten para robarle cualquier intención de protesta).

Si la política versa sobre el ámbito colectivo pero este no es más que un reflejo de la falsa sensación de comunidad que da la televisión -todos vemos lo mismo sin ser vistos desde esa falsa ventana que ha reordenado la distribución de los muebles y los espacios dentro de la casa-, nos encaminamos hacia un mundo donde necesariamente el "Hola" (o alguna de sus versiones audio-visuales o escritas) se convertirá en el centro del debate cada vez q haya elecciones o iniciemos una guerra. Nihilismo y sentimentalismo dirigido, poderosa combinación: sentimos lástima de la pobre Leonor pese a verla corretear feliz cual hijo de monarca, pero cuando vemos un bombardeo por televisión...

Cuando vemos por televisión explosiones y muertes que suceden en tierras lejanas -aunque quizá no sean tan lejanas como lo es una institución medieval- nuestra sensación no se distingue demasiado de la que sentíamos al ver reventar al famoso coyote de dibujos mientras trata de cazar al correcaminos. En realidad, podemos incluso llegar a afirmar ya (y en el futuro probablemente será peor) que la realidad política occidental no dista mucho de este planteamiento; en el circo del espectáculo mundial se ha reservado para las conciencias críticas -los que tratan de descodificar la realidad y no se limitan a sumar sus cuerpos vacíos a la avalancha de (consumidores) piedras rodantes- el lugar que ocupaba el coyote en la serie "El correcaminos": al coyote ni se le menciona en el título, se le nadifica respecto al avestruz, que se ve recompensada con el don del protagonismo por el mero hecho de frustrar al coyote. Por otra parte, el coyote está destinado a fracasar siempre, pero no sólo eso. Como en las tragedias griegas, está condenado a intentar capturar a la veloz ave una y otra vez, aún sabiendo que su fracaso es inevitable. El coyote representa el papel de malvado, pero un malvado inofensivo del que uno se puede compadecer -y compadecerse suele implicar una relación jerárquica de superioridad para el que compadece, de inferioridad para el objeto de la compasión- porque no se da cuenta de que si algún día alcanzase su meta, se liberase de la maldición griega y asase a fuego lento al pajarraco, su existencia dejaría de tener sentido, acabaría la serie.

Como ya he dicho, el coyote representaría en la realidad a las conciencias críticas (aquellas que tratan de descodificar la realidad y no se contentan con dejarse llevar por la corriente), mientras que el correcaminos reflejaría al modelo de hombre hegemónico hoy: una conciencia que se mueve de acuerdo con la velocidad que marca la
sociedad capitalista, es decir, constante renovación de mercancías, modas y tendencias destinadas a ser devoradas por el consumo. El único momento en el que el correcaminos se arriesga es cuando se detiene y frena con él esa ilusión de movimiento y avance perpetuos. Porque en ese momento el coyote puede alcanzarle, ponerse a su nivel. La velocidad, el cambio constante, el transformarlo todo en producto para el consumo, es lo que mantiene a salvo al capitalismo de cualquier crítica: intenta trasladarse fuera del tiempo -con gran ayuda de los medios de comunicación, que no paran de proclamar que este o aquel suceso es "histórico", como si no hubiese todo un contexto en el que enmarcarlo- convirtiendo hasta la historia (la memoria colectiva) en un objeto de consumo destinado a ser devorado por el hambre capitalista. Cuenta Galeano que una mano anónima escribió en una pared: "cuando sabíamos las respuestas nos cambiaron las preguntas".

Sin embargo, según marca el guión capitalista neoliberal, el coyote nunca llegará a atrapar al correcaminos, nunca podrá comérselo, nunca llegarán a formar una síntesis que combine a ambos y los supere. El papel reservado a aquellos que no se contentan con los castigos divinos del Olimpo (económico-político) será ejercer de ejemplo de fracaso para el resto de seres, asumir la función de condenados que viven de no poder conseguir sus objetivos, como si se tratase de un trabajo en el McDonald's. Se trata de convertir a los coyotes en el lubricante que permite aceptar, en definitiva, que no hay alternativa al sistema que produce cada vez más correcaminos sin frenos y menos coyotes pensantes. Su misión es permitir que se cumpla la pedagogía del voto, esa ilusión de libertad según la cual el coyote tiene derecho a participar en la lucha pero no a ganarla, derecho a participar en las elecciones pero no a obtener una victoria. Y el que se mueva, que asuma las consecuencias: no sale en la foto. No son pocos los que han decidido comulgar con estos planteamientos y se han dejado comprar por el miedo, los privilegios o el dinero. No en vano le llueven premios a la que debe ser la peor bloguera de Cuba, que hasta ve en los cortes de electricidad que sufre toda la población una trama para acabar con su insignificancia.

Un buen amigo vio claro el futuro: "ya ha pasado todo, podemos respirar hasta la próxima [elección], que se saldará con el mismo gesto inopinado: meto papeleta en sobre, meto sobre en urna. La democracia 'mola', porque se despacha rápido y luego puedes pasarte cuatro años pensando que eres libre. Pensando que eres libre pero sin ejercer la libertad y sin comprenderla. Si [los ciudadanos] piensan que ese gesto casi mecánico es la expresión de su libertad, estamos apañados. El voto solo vale algo si sabes por qué votas, y para saber por qué votas hay que haber ejercido una libertad que va algo más allá de el trámite de la urna. Por eso no son libres y por eso son felices".

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