domingo, 20 de septiembre de 2009

La corrupción de la política.

El otro día volvía a utilizar la cabeza para pensar, corriendo el riesgo de convertirme en un ciudadano "políticamente incorrecto". Estaba leyendo con interés "Bajo la mole", una recopilación de artículos escritos por Antonio Gramsci entre 1916 y 1920 en (y sobre) Turín. A las pocas páginas me percaté de que muchas de las críticas más incisivas se dirigen hacia la gestión de las distintas autoridades locales. Sin embargo, la inmensa mayoría de estas reprobaciones resultan perfectamente extrapolables a otras ciudades, países e incluso momentos históricos. Una de las conclusiones que podemos extraer inmediatamente de sus artículos es que los capitalistas no han sabido gestionar la economía... y mucho menos la política. Pero esta idea realmente no es nueva.

Con siglos de antelación, Aristóteles definió tres formas de gobierno básicas en función de quién gobierna: la monarquía (el gobierno de uno), la aristocracia (el gobierno de pocos, de los mejores) y la politeia (el gobierno de los ciudadanos). Sin embargo, para Aristóteles la clave del gobierno no residía exclusivamente en el número de personas que ejerciesen el poder. Además de la cuestión de quién gobierna se plantea cómo, y esta es la base para diferenciar el buen gobierno, las formas puras de gobernar, de las formas impuras, las malas formas de gobierno. Y el elemento esencial para distinguir entre un buen gobierno y un mal gobierno es si se toma en cuenta el interés común o el individual. De esta forma, a las tres formas buenas de gobierno, les corrresponden tras formas malas, corruptas: la opuesta a la monarquía sería la tiranía (el gobierno de uno al servicio de sus intereses), la opuesta a la aristocracia sería la oligarquía (el gobierno de unos pocos al servicio de sus intereses) y la opuesta a la politeia sería la democracia (el desgobierno de muchos porque todos buscan su propio interés).

El problema fundamental para cualquier gobierno no es el número de gobernantes, según Aristóteles, sino al servicio de qué intereses actúa ese gobierno. Si trabaja para conseguir el bien común será un buen gobierno, si se convierte en un instrumento para alcanzar metas individuales o de grupos concretos será un mal gobierno. Por tanto, el mayor peligro al que se enfrenta cualquier forma de gobierno será que sus propios dirigentes confundan el interés privado con el interés común. Esta es la principal fuente de corrupción. Hoy podríamos añadir que el capitalismo (un sistema en el que prima el beneficio y el interés privado sobre todo lo demás) y las formas de gobierno puras en el sentido aristotélico son por tanto incompatibles.

Por otro lado, también es cierto que en la época de Aristóteles ni las mujeres, ni los extranjeros, ni los esclavos... eran considerados ciudadanos. Las decisiones las tomaba la Asamblea, pero el quórum (el porcentaje de ciudadanos que necesariamente han de estar presentes en el proceso deliberativo para que se pueda tomar una decisión) apenas abarcaba al 10% de la población de Atenas. Hoy se dice que son el liberalismo y el capitalismo los que han traído consigo la extensión de la ciudadanía. Sin embargo la realidad es más bien la contraria.

Siglos después de la caída de las polis griegas, sería la Revolución Francesa la que diese el pistoletazo de salida a la lucha por la universalización de la ciudadanía. Sin embargo, cuando parecía que estábamos más cerca de conquistar ese espacio público que Carlos Fernández Liria describe como "vacío" en contraposición a los espacios públicos ocupados por un trono o un templo, aparece el capitalismo. El capitalismo impone el mercado allí donde antes se colocaban los templos y los tronos, con lo que el ciudadano queda impedido para ocupar ese espacio y ya no participa en lo público de forma independiente. En lugar de decidir libremente, en lugar de participar activamente, el ciudadano se ve sometido a la dictadura del mercado de trabajo, que en último término obliga a decidir (si es que se tiene tiempo y acceso al espacio público) no como ciudadano, sino como asalariado, como empresario, como sindicalista... El espacio público deja de ser el espacio común, el lugar de encuentro y deliberación, para transformarse en un lugar de desencuentro, el escenario donde tienen lugar las pugnas de intereses entre distintos grupos o individuos. Ya no aparece vacío y dispuesto a ser utilizado por los ciudadanos, sino parcelado en función del peso de los distintos intereses en liza.

Casi un siglo después, Marx trató de rescatar el proyecto ilustrado. Comprobó y demostró cómo el capitalismo, al basarse en la propiedad privada de los medios de producción, ha conseguido imponer su ideología y dominar la esfera política de forma que ambas sirvan a sus intereses. Pero también supo ver una salida, una vía de acceso al sueño de "libertad, igualdad y fraternidad" rescatando la política del yugo de los economistas capitalistas: en el Manifiesto Comunista concibe el poder político como "el poder organizado de una clase para someter a otra" y la historia como una constante lucha entre el explotador y el explotado que cobra distintas formas. Por tanto, si el proletariado (la clase explotada resultante de las relaciones de producción capitalistas), "en su lucha con la burguesía, se une necesariamente como clase, se hace clase dominante por medio de la revolución y suprime por la fuerza, como clase dominante, las viejas relaciones de producción, suprime, con esas relaciones de producción, las condiciones de existencia de esos antagonismos de clase, suprime las clases como tales y, con ello, su propio dominio en cuanto a clase. En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y oposición de las mismas, aparece una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición de libre desarrollo de todos".

Lo que Marx viene a plantear es la definitiva expulsión del mercado del espacio público para que vuelva a ser un lugar de encuentro donde los ciudadanos (esta vez toda la población en condiciones de efectiva igualdad, sin explotadores ni explotados) puedan discutir, no como empresarios, asalariados, mineros, barrenderos o médicos... que luchan por sus propios intereses y en base a sus necesidades, sino como personas libres, que tratan de satisfacer el interés general por encima de su situación personal. Es decir, Marx pretende sustituir al eterno adolscente que es hoy un ciudadano en el sistema capitalista por uno capaz de autodeterminarse junto con su comunidad política, libre del miedo al desempleo o a que baje la tasa de beneficios.

Sin embargo, del mismo modo que los templos y tronos que ocupaban la plaza púbica lucharon hasta su muerte por conservar su posición privilegiada, las clases capitalistas no van a abandonar el poder por pura filantropía. Mediante la pedagogía del voto (véase "La pedagogía del millón de muertos" de Santiago Alba Rico), la hegemonía de su discurso, la manipulación mediática, utilizando mercenarios del Talón de Hierro que trabajan en ejércitos, universidades, gobiernos e instituciones públicas, etc, los grandes capitalistas reproducen las condiciones que les mantienen donde están y exterminan cualquier intento serio de cambio. Como parte de la batalla por la opinión pública, actúan como si estuviesen sorprendidos cada vez que un arrebato de cólera e impotencia lleva a unos manifestantes a voltear un coche o prender fuego a una papelera o un cajero.

Nos hacen creer que violar una propiedad privada capitalista es igual o peor que violar a una persona. Cada vez que (por ejemplo) hay una manifestación antiglobalización o que un gobierno se atreve a alzar la voz contra el capitalismo, nos llaman "perros rabiosos", "populistas" y "dictadores" desde los medios de la derecha y "extremistas radicales", "terroristas callejeros" o "fascistas abertzales" desde esa supuesta izquierda que se alinea con el pensamiento único; por contra, son héroes los hombres y mujeres que matan con aviones y tanques, los que matan con salarios bajos, los que destruyen el planeta mediante la contaminación..., en definitiva los que asesinan mediante o en nombre del libre mercado.

En la esfera política del mundo capitalista "cualquier matón puede pasar por un gran hombre, cualquier hedor de vertedero se convierte en un hecho político de primer orden. No existe contención, no existe la crítica. Existe el bombo, la adulación más llana y empalagosa [...]", decía Gramsci en 1916. "Nosotros, los perros rabiosos, nos hallamos dentro de este corral de pavos hinchados y altaneros y, como los humanos apenas nos respetan y no nos dejamos deslumbrar por el brillo de las plumas, ahuyentamos a no poca gente y nos ganamos un montón de improperios y maldiciones. ¡Vaya! ¡Cuanto cacareo por unas personas que no importarían y que sólo hablan para los proletarios! Evidentemente, entienden que nuestras dentelladas no son casuales y que nuestra rabia tiene un propósito claro. [...] Nos llaman 'perros rabiosos': ¡muy bien! Son los perros rabiosos los que, recorriendo las calles de la ciudad bajo el flagelo de la canícula, obligan a las señoritas de las aceras a correr, a levantar sus falditas y a mostrar sus repugnantes calzones."

1 comentario:

  1. El deber de cualquier ciudadano, es exigir que ese espacio vacío, siga vacío. Y no ocupado de multinacionales, banqueros y empresarios. Se exige una Gramática de la Libertad, no un Derecho impostor que encierra a la víctima y salva al agresor.
    Gracias por haberme hecho pensar....Yoda.

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