jueves, 17 de octubre de 2013

Música y ciencias sociales (IV): ¿somos libres? Gatillazo, "Come libertad"

Tienes que comerte un trabajo asqueroso 
por esa mierda que te suelen pagar 
y en cuanto te pones algo revoltoso 
llega la madera y su amabilidad:
“separa los pies, levanta las manos, 
cierra la boquita y mira a la pared”

Toma democracia, come libertad. 
Come democracia, traga libertad.

Si esto es ser libre 
yo soy el Papa, 
menuda banda de macarras.

Toma democracia, come libertad. 
Come democracia, traga libertad.

Y un, dos, tres, cuatro, vuelve la moda militar, 
un, dos, tres, cuatro, el negocio de matar. 
Y uno, dos, tres, víctimas ensangrentadas 
la función del miedo sigue siendo vital. 

Toma democracia, come libertad. 
Come democracia, traga libertad.

Si esto es ser libre  -¿Me lo vas a decir? 
Yo soy el Papa  -¿O me lo vas a contar? 
Menuda banda de macarras. 
La democracia  -¿Me lo vas a contar? 
Y sus valores  -¿O me lo vas a decir? 
Valla cuadrilla de cabrones.

Tienes libertad para vivir encerrado 
en cuatro paredes que nunca pagarás. 
Tienes libertad para vivir endeudado, 
no apagues la tele o tendrás que pensar. 

Toma democracia, come libertad. 
Come democracia, traga libertad.

Si esto es ser libre  -¿Me lo vas a decir? 
Yo soy el papa  -¿O me lo vas a contar? 
Menuda banda de macarras.
La democracia  -¿Me lo vas a contar? 
Y sus valores  -¿O me lo vas a decir? 
Valla cuadrilla de cabrones, cabrones, cabrones, 
cabrones, cabrones... 

[Repite]

Toma democracia y trágatela. 




Hay quien podría entender, tras escuchar esta canción, que Evaristo considera que los conceptos de “democracia” y “libertad” son, además de conceptos vacíos, algo que va unido al capitalismo. Ambos conceptos, si aceptamos este punto de vista, nunca pasarían de ser más que una apariencia, una formalidad destinada a enmascarar (o asimilar en lo posible) la lucha de clases, el auténtico conflicto político, aquello que impide de hecho (más allá del plano formal) la libertad y la democracia para el 90% de la población. Esto encajaría muy bien con las tesis del marxismo ortodoxo, que consideran que hay que superar las formas y el derecho “burgués” para crear una sociedad justa donde nazca el “hombre nuevo”. Lo normal, aunque no lo parezca, es que los capitalistas estén de acuerdo: Evaristo no es más que un loco comunista y ya sabemos que el comunismo es totalitario, que tratando de “superar” la democracia y la libertad burguesas acabamos en el estalinismo. Con esta jugada dialéctica, un capitalista no solo mancha la imagen del comunismo para generar un rechazo automático a todo lo que se le pueda colgar la etiqueta. Lo más interesante es que por el camino se ha apropiado de los conceptos de democracia y libertad que la ortodoxia les ofrece en bandeja de plata.

La hipótesis de este artículo es que Evaristo no está rechazando ambos conceptos, no los regala, sino que los está reclamando: ha entablado una de las luchas políticas más importantes, esto es, la lucha por el significado, la guerra por la palabra. La canción es en sí una impugnación de lo que aparenta ser pero no es:

Si esto es ser libre 
yo soy el Papa, 
menuda banda de macarras.

Evaristo quiere hacernos dudar de una de las ideas más comunes de esta sociedad postfranquista, la creencia en que vivimos en libertad y bajo un régimen democrático. De hecho, la canción es en gran medida un listado de fenómenos que chocan drásticamente con la idea de que somos libres, trata de devolvernos constantemente a una realidad muy desagradable más allá de toda ensoñación libertina:

Tienes que comerte un trabajo asqueroso 
por esa mierda que te suelen pagar 
y en cuanto te pones algo revoltoso 
llega la madera y su amabilidad:
“separa los pies, levanta las manos, 
cierra la boquita y mira a la pared”.

Nos aprieta la crisis, nos aprietan los organismos económicos internacionales, nos aprietan los banqueros, despedazan nuestra salud y nuestra educación para venderla o regalarla, sustituyen bienestar por caridad, la mayor parte de los políticos solo representan los intereses particulares de unos pocos... Al final, no nos queda más remedio que aceptar trabajos que no queremos por salarios que nunca aceptaríamos y con unas condiciones laborales que no imaginábamos posibles. Pasamos la mayor parte del tiempo trabajando, o buscando trabajo, o pendientes de los horarios disparatados, o trabajando en casa, o trabajando sin cobrar, etc. Y cuando decidimos hacer algo más que lamentarnos en el sofá, cuando organizamos nuestro malestar individualizado y lo entendemos como una lucha política colectiva, entonces el régimen que teóricamente es democrático y nos trae la libertad, responde con la fuerza, con la desaparición de derechos, con el miedo:  

Y un, dos, tres, cuatro, vuelve la moda militar, 
un, dos, tres, cuatro, el negocio de matar. 
Y uno, dos, tres, víctimas ensangrentadas 
la función del miedo sigue siendo vital. 

¿Por qué? ¿Por qué la “función del miedo” sigue siendo vital? ¿Por qué, si no es posible que desaparezcan del todo, la violencia y el miedo no son al menos algo secundario, aislado? ¿Acaso no vivimos en condiciones de libertad y democracia? ¿No son esas ideas incompatibles con el uso sistemático de la violencia y el terror (físico y laboral) contra la mayor parte de la población? ¿A qué se debe que llamemos libertad a malvivir así? ¿Cómo es posible que cuando vemos a un policía agredir brutalmente a un manifestante sigamos pensando que hay libertad? Entre otras cosas, se debe a que desde finales del siglo XVIII convivimos día a día con una falacia que poco a poco ha ido ganando terreno hasta convertirse en una parte esencial de la ideología hegemónica: la supuesta articulación necesaria entre “libertad” y “libertad de mercado” y la imposibilidad de la democracia si no es bajo esas condiciones de producción.

Para aclarar este entuerto necesitamos hacer algo que Evaristo ha obviado, es decir, darle un contenido concreto al concepto de “libertad”. El sentido clásico de la palabra alude a la autonomía, es decir, a ser dueño de uno mismo. Implica participar en los asuntos públicos, ser soberano, no ser súbdito más que de las leyes que uno se ha dado a sí mismo individualmente o como miembro de una comunidad política. Un capitalista dirá que así es como vivimos en la actualidad: votamos a unos representantes que en nuestro nombre escriben unas leyes. Paralelamente, según este punto de vista, el mercado permite que cada uno consiga lo que se propone y ambiciona, es el reino de la libertad (cuando no hay injerencias ajenas a la propia dinámica del mercado), de la meritocracia, de la igualdad de oportunidades y la recompensa del esfuerzo y el trabajo... Pero entonces, ¿por qué ocurre esto?:

Tienes libertad para vivir encerrado 
en cuatro paredes que nunca pagarás. 
Tienes libertad para vivir endeudado, 
no apagues la tele o tendrás que pensar. 

¿Por qué en la sociedad más mercantilizada de la historia la libertad se ve reducida a encerrarse, endeudarse de por vida y pasar el rato? Porque la “libertad”, en manos del capitalismo, ha perdido el significado clásico, que es el que “espontáneamente” utilizamos. Por muy democratizada que esté la política, si en la economía se mantiene el Antiguo Régimen, el feudalismo, la libertad se ve reducida al privilegio de unos pocos. El capitalismo nunca se ha construido a golpe de libertad, como defienden sus ideólogos. El origen del capitalismo no está en la libertad de dos individuos iguales ante la ley que deciden firmar un contrato. De hecho, el capitalismo se basa en lo contrario, es decir, en la violencia, en que existan individuos desiguales. Su fundamento último es la expropiación, necesita que la inmensa mayoría de la población se vea apartada, de una forma u otra, de sus condiciones de subsistencia. Desde el momento en que existen las figuras del empresario (poseedor de capital) y el trabajador (poseedor de nada, de su fuerza de trabajo), desde el momento en que la mayoría de las personas tienen que arrastrarse al mercado laboral para poder subsistir porque se ha eliminado cualquier otra opción, desde el momento en que esa condición de desposeído no es obra de la libertad sino el fruto de un diseño que se ha impuesto siempre por la fuerza (las colonias son un ejemplo claro y macabro), podemos decir que la libertad no ha jugado un papel relevante en la construcción del capitalismo... Es más, son incompatibles, siempre han estado enfrentados.

El capitalismo quiebra el concepto clásico de “libertad” y lo sustituye por una utopía: que una persona (asalariado) que depende de otra (empresario) es libre. Que es la libertad la que lleva a que existan capitalistas y trabajadores. Que quien no tiene nada y necesita un salario para vivir, es igual ante la ley e igual de libre que una persona que posee el capital necesario para generar la obediencia de quien no lo tiene. Y que un contrato nacido de la voluntad de ambas figuras es un contrato entre seres libres e iguales.

Sin embargo, nadie, hasta la irrupción de la ideología liberal-capitalista, hubiese podido defender que un trabajador es una persona libre. La libertad que nos propone el capitalismo no es autonomía, como en el sentido clásico, es heteronomía, el ser para otro. Y esa utopía que llaman “libertad” enmascara, precisamente, la ausencia de libertad, el servilismo. Un siervo es aquella persona que depende de otra para subsistir y a la que debe, precisamente por ello, obediencia. Sin una masa de desposeídos no hay forma de que la mayoría de la sociedad se someta  a la voluntad de la minoría propietaria. Sabiendo esto, sabiendo que los trabajadores no pueden elegir otra cosa, que no pueden garantizar su subsistencia fuera del mercado laboral, los capitalistas se comportan como señores feudales que dictan las condiciones de vida de quien no posee capital. Las empresas son instituciones autoritarias, antidemocráticas, que tienen más impacto en la vida colectiva que las propias instituciones políticas, impotentes ante esos golems que ya constituyen “Repúblicas” Privadas. Son órganos de explotación que no existirían si efectivamente fuésemos libres para decidir, que dependen de que exista una clase social expropiada de las herramientas para subsistir. Solo entonces, solo después de construir este marco, solo después de que se haya institucionalizado la violencia estructural, se puede decir que la “libertad”, de forma “espontánea”,lleva a que capitalistas y trabajadores firmen contratos. Solo en este caso tienen razón los defensores del capitalismo: nadie obliga a un trabajador a firmar un contrato a punta de pistola, ya lo hace el hambre o el miedo.

Si esto es ser libre  -¿Me lo vas a decir? 
Yo soy el papa  -¿O me lo vas a contar? 
Menuda banda de macarras.
La democracia  -¿Me lo vas a contar? 
Y sus valores  -¿O me lo vas a decir? 
Valla cuadrilla de cabrones, cabrones, cabrones, 
cabrones, cabrones... 

Ya pueden llenarse la boca con esas grandes palabras: libertad, democracia, igualdad. Pueden mentir y confundir todo lo que quieran, incluso pueden creerse su propio cuento. La lucha no consiste en impedirles hablar, sino en que “libertad” signifique autonomía, se de en condiciones de auténtica igualdad y, de este modo, permita la existencia de una democracia, una democracia radical que no sea simplemente una pequeña burbuja de oxígeno a punto de reventar por la presión del océano capitalista. Debemos tenerlo claro: sin las condiciones adecuadas, la democracia no es posible... no existe la República de los Siervos, pero sí la Tiranía de los Pocos. El objetivo, en definitiva, es interpretar la última frase de la canción no como una regañina a quien se cree libre y demócrata porque vota cada cuatro años, sino como una advertencia para quien pretende mantener sus privilegios mediante la explotación y la expropiación de la mayoría. El objetivo es que sean ellos, los capitalistas, los que acaben por temer hablar de libertad o democracia y tengan que asumir que, como nobles y reyes, su tiempo ha pasado, porque para liberarnos, garantizar y mantener la libertad, hemos decidido recuperar el significado de las palabras. Entonces, cuando seamos nosotros los que expropiamos, les diremos a ellos:

Toma democracia, come libertad. 
Come democracia, traga libertad.

Toma democracia y trágatela. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario