[Contiene spoilers]
Elysium es una película
estadounidense de acción y ciencia ficción estrenada en 2013. Está
dirigida por Neill Blomkamp y protagonizada (entre otros) por Matt
Damon y Jodie Foster.
Resumen de la película:
Nos encontramos en un futuro no
demasiado lejano en el que la humanidad se divide en dos. Por un lado
están los que viven en una gigantesca estación espacial (Elysium)
tan avanzada que reproduce agradables paisajes terráqueos con
praderas y bosques, salpicados de grandes casas donde habitan sus
ciudadanos. El aire es limpio y cristalino, incluso la atmósfera y
la gravedad son parecidas a las de la Tierra. En nuestro planeta, sin
embargo, el aire está sucio, contaminado, los tonos son apagados,
todo está cubierto de una capa de polvo. Allí vive la inmensa
mayoría de la población en una situación miserable.
En este contexto, nace nuestro
protagonista, Max DeCosta (Matt Damon), cuya historia personal es el
eje central de la película. Su educación y supervivencia dependen
de una monja hasta que crece y comienza a ganarse la vida por sí
mismo. Al principio será ladrón de coches, pero la policía le
atrapa y pasa por la cárcel, por lo que cambia de idea. Busca
entonces un trabajo “honrado” y consigue un puesto en la empresa
que fabrica robots y naves automatizadas para Elysium. Sin embargo,
un buen día sufre un accidente laboral y recibe una dosis mortal de
radiación. Desesperado por curarse, decide ir a Elysium, donde todos
los ciudadanos tienen acceso a un aparato milagroso que cura todas
las enfermedades, fracturas y destrozos con solo tumbarse en él.
Sin embargo, entrar en Elysium no es
nada fácil, a quienes intentan llegar sin permiso de las autoridades
se les dispara y los pocos que logran aterrizar son inmediatamente
deportados, devueltos a la Tierra. Por eso Max, para lograr un pasaje
hacia Elysium, debe acudir a la mafia local, dirigida por un tal
Spider (Wagner Moura). El resultado es que antes de viajar hacia la
curación, Max tiene que ofrecerse a liderar un complicado robo de
datos, en principio las cuentas bancarias de uno de los ciudadanos de
Elysium. Pero el plan se vuelve todavía más difícil porque la
Secretaria de Defensa, Jessica Delacourt (Jodie Foster), estaba
planeando un golpe de Estado en Elysium justo con ese empresario, que
dirige la Corporación Armadyne (la que se encarga de casi todos los
contratos de defensa de Elysium). El problema es que la información
robada a este ciudadano de Elysium es precisamente la que Delacourt
necesita para llevar a cabo el golpe, por lo que no puede permitirse
perderla y menos que caiga en otras manos.
Los datos robados vienen a ser algo
así como un programa informático capaz de “resetear” el sistema
de la estación espacial, de devolverlo a punto cero para ser
rediseñado. Delacourt quiere ese programa para instaurarse en el
poder, pero cuando los terráqueos descubren el potencial del arma,
van a utilizarla para convertir en ciudadano de Elysium a toda la
humanidad, privilegio que antes solo ostentaban los habitantes de la
estación. La nota dramática de la película la pone la muerte de
Max, que se ha de sacrificar para que todo esto sea posible.
Algunas reflexiones:
-
Una relación colonial.
Al comienzo de la película uno tiene inmediatamente la sensación de
que hay muchas cosas que le suenan, que no son del todo originales.
Por ejemplo: la división que existe entre los ciudadanos de Elysium
y los habitantes de la Tierra. Además de los rasgos ya comentados
(diferencias en la limpieza, el aire, la luz...), destacan las
distintas lenguas y acentos que se utilizan: en Elysium escuchamos un
perfecto inglés y algo de francés y los nombres y apellidos
comparten este origen; en la Tierra escuchamos el castellano hablado
en México y un inglés de fuerte acento latino (salvo el
protagonista) y priman los nombres y apellidos de origen español o
portugués. El retrato de la Tierra que nos ofrece la película es un
mundo globalmente tercermundializado: las calles están en estado de
abandono o directamente son caminos de polvo, los grandes edificios
están en ruinas (incluso los ocupados), la mayoría de la gente vive
en barrios de casas improvisadas construidas anárquicamente. Incluso
se habla una lengua y con un acento hoy asociados, obra y gracia de
las industrias culturales del norte, a la pobreza o incluso a la
ilegalidad (tráfico de drogas, inmigración ilegal, robos, etc.). En
Elysium todo está limpio, todo es hermoso y brillante, ordenado, de
diseño, planificado. En la Tierra, en concreto Los Ángeles, los
colores son mucho más apagados, todo está sucio o estropeado,
impera el desorden y la dejadez.
Apenas
vemos a nadie de Elysium trabajar, la mayoría parece vivir de las
rentas en su paraíso-burbuja mientras unos pocos se dedican a
dirigir empresas y a la actividad política (en la película cuesta
diferenciar una cosa de otra). En la Tierra encontramos la ley de la
jungla: el paro es endémico y el mercado negro y el robo la norma.
Los pocos que consiguen un empleo “honrado” son aquellos que
trabajan para alguna de las empresas controladas por ciudadanos de
Elysium. Las condiciones de trabajo y los salarios son,
consecuentemente, la utopía de todo gran empresario: basta que un
trabajador se rompa un brazo para despedirle, hay un ejército de
reserva haciendo cola; no existen los derechos laborales ni nada
parecido, la situación es desesperada y siempre hay alguien
dispuesto a arriesgarse más; la estructura de la empresa es
absolutamente jerárquica y el ciudadano-empresario de Elysium está
en la cúspide, tanto que no quiere que los trabajadores le hablen
sin taparse la boca, porque son sucios, contagian enfermedades; la
vida de un trabajador vale lo que pueda producir, lo que se refleja
en las pastillas que recibe Max tras ser irradiado, que sirven para
que pueda seguir trabajando durante unos días hasta que
definitivamente muera por “fallo multiorgánico” debido a la
radiación; y un largo etcétera.
En
definitiva, lo que se nos propone no es nada original: la humanidad
está dividida en dos, ricos y pobres. Los ricos, evidentemente,
viven en Elysium, mientras que los pobres viven en la Tierra. Los
ricos explotan a los pobres para extraer de ellos tanto recursos como
mano de obra prácticamente esclava, servil. No contentos con ello,
contratan a los trabajadores para fabricar las propias herramientas
que perpetúan la dominación de los pocos (los que compraron su
derecho a vivir en Elysium) sobre los muchos: son personas como Max
las que fabrican los robots de control y represión que les rompen el
brazo y les humillan cada día, los policías que mantienen el orden
injusto, los misiles que destrozan las naves-patera de “inmigrantes
ilegales” que intentan llegar a Elysium, las naves que transportan
militares y agentes secretos. El sistema económico imperante es, por
tanto, colonial. Pero esta vez la colonia es toda la Tierra. Es como
si a base de fomentar la colonización interna en cada país, la
clase capitalista hubiese tenido que sustraerse a sí misma del plano
físico para adoptar una forma espectral, incorpórea, pero siempre
visible desde “abajo” en forma de deseo. Como si la tendencia de
agruparse con la gente de tu misma clase social se hubiese convertido
en una imperiosa necesidad y en el proceso de acumulación
capitalista, al final, todos los recursos quedasen en tan pocas manos
que no les ha bastado con construir guetos rodeados por murallas y
seguridad privada, sino que esos pocos han tenido que unirse y
escapar del resto de la sociedad para formar su pequeño paraíso-isla
en el espacio, donde nadie pueda alcanzarles, a salvo de los
envidiosos y los ladrones, libres para disfrutar el fruto del
esfuerzo, la humillación, la mutilación y la muerte de otros.
Elysium es una gigantesca máquina que absorbe recursos y vidas de
los de abajo y los transforma en la posibilidad de que existan los de
arriba, así como su peculiar e insostenible estilo de vida.
-
La promesa del paraíso. Queda claro desde el principio de la
película, además, que si bien no es posible ni deseable que todo el
mundo viva en Elysium, eso no significa que muchos de los privilegios
de los que allí disfrutan (en concreto se centra en la sanidad) no
puedan ser generalizados incluso sin cambiar el régimen de
explotación al que se ven sometidos los no-ciudadanos. Sin embargo,
los dirigentes de la estación espacial no comparten con la Tierra
las máquinas de curación. ¿Por qué? ¿Por qué, si tienen los
recursos y tienen la tecnología, no hacen nada por difundir y hacer
accesible un invento que sin duda alguna beneficiaría a toda la
humanidad? Solo hay dos respuestas posibles, porque o bien los
dirigentes de Elysium (y sus partidarios) son muy, muy, muy malos y
sádicos (lo que parece sugerir la película), o porque el hecho de
controlar una tecnología milagrosa que lo cura todo da un poder
inigualable si quien no puede acceder a ella carece de conciencia
política: se trata de controlar el deseo de los oprimidos, de los
explotados.
Cuando
Max, el protagonista, sufre ese “accidente laboral” (es amenazado
por su jefe con el despido hasta que él mismo se introduce en la
máquina que lo mata), lo primero que piensa es “debo ir a Elysium
para curarme”. La sociedad de la Tierra está tan descompuesta que
de forma casi espontánea no se piensa más que en soluciones
individuales destinadas a satisfacer una necesidad a corto plazo. El
protagonista en ningún momento de la película piensa en lo común,
no va a Elysium para colectivizar la máquina de curar, a priori le
da igual el resto de la humanidad, solo le importa su mundo privado.
Toda la película se desarrolla a partir de decisiones egoístas e
individuales que, finalmente, traen el bien a todo el ser humano. Max
nos transmite así la ideología dominante de hoy, que preconiza que
es la persecución de intereses privados la que trae el bien común.
Y es en este marco en el que se inserta el control de la sanidad: en
una sociedad individualista hasta el extremo, nadie se plantea
cambiar las cosas para el conjunto, solo se piensa en el bien propio.
De esta forma, lo que al espectador (todavía) le parece una
barbaridad en la pantalla, que no se comparta la tecnología
sanadora, en la sociedad de la película funciona como un dispositivo
de deseo: uno no quiere cargarse la posibilidad de que exista algo
como Elysium, uno quiere ser parte de ello, ser uno de los elegidos
para poder curarse.
-
Código rojo. Este es el secreto de Elysium: para que exista una
sociedad de ricos privilegiados que viven a cuerpo de rey, tiene que
existir esa voluntad política de no repartir recursos y tiene que
morir gente, tanto por enfermedad como por “accidentes laborales”
o por fletar pateras espaciales que son destruidas por los sistemas
de defensa. Los líderes de la estación espacial no son vistos como
criminales por la población local (y debido a la falta de conciencia
política, tampoco por la población terráquea), sino que se les
elige precisamente para que hagan lo que tienen que hacer y Elysium
siga siendo posible. El hecho de que los ciudadanos puedan mirar para
otro lado, que puedan elegir representantes que tomen las decisiones
duras por ellos de tal forma que la apariencia de paraíso, esa
mentira colectiva, siga siendo posible, no esté salpicada de sangre,
es una de las condiciones de posibilidad más importantes. Por eso,
la Secretaria Delacourt se irrita tanto cuando una nave llega o se
estrella en el territorio de Elysium, porque es crucial que los
ciudadanos no vean lo que es necesario hacer para vivir como lo
hacen, envueltos en el lujo.
La
Secretaria de Defensa es un personaje fundamental en la película.
Desde el momento en que vemos que quiere tomar el poder por vías
ajenas a la legalidad de Elysium, se nos invita a colocarla en el
lado de los “malos”. Es un personaje que debemos odiar y temer:
ordena disparar contra las naves patera, quiere dar un golpe de
Estado que justifica utilizando un lenguaje fascista, no duda en
contratar mercenarios crueles y sádicos para conseguir sus
objetivos... Tenemos que detestarla desde el principio, etiquetarla y
asumir que todo lo que hace es porque es pura maldad y ambiciona el
poder como todos los malos. Sin embargo, es el personaje más sincero
de toda la película y probablemente el más interesante.
Después
de eliminar 46 civiles en el espacio debido a su intento de entrada
en Elysium, Delacourt tiene que acudir a una especie de comité
revisor que evalúa sus decisiones. El problema, según el comité,
es que se le ordenó “encargarse de los civiles con discreción”,
algo que resulta del todo incompatible con las explosiones y las
muertes recién acaecidas. Además, el comité le recrimina a
Delacourt el hecho de haber utilizado un agente infiltrado en la
Tierra, lo que viene a ser una especie de desafío burocrático por
parte de la Secretaria, que había recibido órdenes de no utilizar
esa herramienta. Entonces Delacourt, al más puro estilo de Jack
Nicholson en “Algunos hombres buenos”, se defiende recriminando
al comité (en concreto al Presidente), alegando que para que Elysium
siga funcionando y tenga futuro, es necesario pensar y actuar como
ella lo ha hecho, independientemente de lo impopular que resulte.
“[...] cuando vayan a por su casa, la que ha construido para sus
hijos [...], no serán las relaciones públicas ni las promesas de
campaña las que les impedirá la entrada [a los inmigrantes
ilegales], seré yo misma.” El Presidente se enfada y no es de
extrañar: de un plumazo, Delacourt le ha recordado que su papel es
prescindible, que es pura fachada, simple y llana apariencia de
normalidad. No es que no sea importante, pero es un papel secundario
respecto al de la Secretaria: ella es el auténtico motivo por el que
Elysium sigue funcionando. El Presidente, los empresarios, los
ciudadanos... todos son prescindibles o sustituibles. Pero la figura
de la Secretaria de Defensa, sus prerrogativas y sus funciones, la
forma en que Delacourt las ha entendido y las aplica, son vitales,
imprescindibles, totalmente necesarios para la supervivencia de el
proyecto.
Para
que una pequeña parte de la humanidad mantenga su riqueza, una
riqueza fundamentada en la explotación y la deshumanización
sistemáticas, es necesario el uso constante de la violencia. En
Elysium se podrá votar o no, habrá unas leyes mejores u otras
peores, pero la cuestión sigue siendo la misma: es necesario el uso
constante de la violencia y el terror, del asesinato puro y duro,
para que los “inmigrantes ilegales” no destruyan ese paraíso del
privilegio. En lo que respecta a la Tierra, poco importa si quien
gobierna Elysium es una persona, pocas o muchas. Tampoco si esas
personas cumplen o no sus propias leyes, puesto que si se encargan de
blindar este sistema serán, por definición, malas leyes, injustas.
Los
habitantes de Elysium son los que de una forma u otra han comprado el
privilegio del paraíso para sí y sus descendientes. Se les
considera ciudadanos y, por tanto, miembros de la comunidad política,
sujetos a derechos y deberes. Los demás, los terrícolas, están
fuera, han sido expulsados. Se les considera formalmente humanos
(“civiles” es la palabra no peyorativa que más usan), pero al
situarlos fuera de la comunidad política se les está negando
precisamente aquello que es exclusivamente humano y que va más allá
de la mera existencia material. El concepto “civil” o “inmigrante
ilegal”, esconde, en la película, la terrible verdad de la
política de Elysium: que su soberanía y su poder político se basan
en la determinación de un afuera y un adentro de la condición
humana, esto es, en la existencia de lo que Giorgio Agamben llamaba
“homo sacer”, seres desechables, los nadies, en este caso los
terrícolas. He ahí el auténtico fundamento de la política y el
poder en Elysium: la violencia más descarnada, la capacidad de
decidir quién es parte y quién no de la comunidad política. Esto
no es baladí: al final de la película nos enteramos de que la
policía automatizada, los robots encargados de registrar, humillar,
apalear y perseguir a los terrícolas, no puede detener a los
“ciudadanos”. Están diseñados exclusivamente para el “homo
sacer”, que en tanto que exiliado de la comunidad política no está
sujeto a ninguna regulación jurídica, no puede ser juzgado ni
condenado como un ciudadano... pero sí puede ser eliminado sin
ningún tipo de juicio (como de hecho ocurre en la película).
Delacourt
representa, por tanto, la cara más sincera y consciente del régimen
de Elysium. Ella sabe que las apariencias son importantes, que la
“normalidad” de los ciudadanos debe continuar para que la
estación espacial sea un paraíso y no una trinchera, la violencia
debe ser invisible para los privilegiados. Pero de la misma forma que
sabe que, sin alguien como ella, ese lugar no tiene futuro alguno.
Delacourt representa el Estado de excepción permanente que funciona
hacia fuera de la estación y que, con el golpe de Estado, pretende
institucionalizarse, convertir la excepcionalidad en norma, en
derecho positivo. Es el paso lógico si se quiere mantener el orden
actual, pero el golpe no se consuma y finalmente lo que ocurre es lo
contrario, que se redefinen las fronteras de inclusión/exclusión de
la comunidad política. La película, por supuesto, no pretende
llegar tan lejos y acaba por disfrazarlo todo con la dicotomía
bien/mal a la que nos tiene tan acostumbrados el cine de Hollywood.
Usurpa así buena parte del debate político al espectador, que
finalmente acaba viendo la espectacular lucha entre el bien, el mal y
la locura egocéntrica del más malo de todos, el agente encargado de
perseguir al protagonista. En consecuencia, el final de la película
tiene muchas más dosis de acción, violencia y sentimentalismo que
de reflexión (o incluso acción) política.
-
El papel de las mujeres. Uno de esos papeles ya lo hemos comentado.
La mujer más importante de la película es la mala, Delacourt, que
muere como deben morir todos los malos, sin ningún tipo de honor y
traicionada por uno de sus subordinados (el que es más malo
todavía). Es, curiosamente, la mujer más inteligente que aparece en
la película pero, más allá de los rasgos femeninos propios del
físico de Jodie Foster, tiene características generalmente
asociadas con el género masculino: está en las altas esferas de la
política, se encarga de la seguridad, tiene autoridad sobre los
militares, tiene una fuerte voluntad de poder... Esto (que en sí no
tiene nada de malo), unido al hecho de que es la mujer más
inteligente, la que mejor sabe desenvolverse, la que no pide ayuda,
pero también la mala de la película, arroja una imagen un tanto
siniestra de lo que representa una mujer que escapa a los
tradicionales roles de género. Es, de hecho, la única mujer que
vemos en las altas esferas del poder (político o económico) y lo
que parece transmitir la película es que ella está fuera de su
lugar, del lugar que le corresponde por ser mujer, y eso siempre es
síntoma de algún tipo de maldad subrepticia.
Otra
de las mujeres protagonistas, en este caso la buena, es Frey (Alice
Braga). Frey no solo cumple con los cánones de belleza
norteamericanos, sino que, al contrario que su antagonista, también
cumple con los estereotipos de género actuales: se dedica a los
cuidados, es enfermera. Su mayor contribución a la causa del
protagonista es cuidarle durante un tiempo y curarle las heridas para
que pueda proseguir su lucha. Intenta que Max, ya que pretende ir a
Elysium, salve a su hija, pero a falta de argumentos (“hazlo por
mi, hazlo por ella”) utiliza las “armas de mujer” que le
concede una sociedad machista, es decir, su cara bonita y una mezcla
entre sentimentalismo y chantaje emocional. Además, el papel que el
guión reserva para ella es el más habitual: Frey viene a ser el
motivo por el que el protagonista se ve envuelto en más problemas de
los que ya tenía. Es una persona-apéndice que necesita ser
constantemente salvada por el varón protagonista, el auténtico
centro de la historia. Por otro lado, Frey es madre y se comporta
como en teoría debe ser una madre: protectora y temerosa, incapaz de
pensar en otra cosa más que en su hija (y además a corto plazo),
incluso se señala que tiene un fuerte “instinto maternal”, esa
determinación biológica que atrapa a las mujeres y les impide
elegir, esa especie de esencia mágica (naturalizada) que es lo que
les hace ser mujeres de verdad.
La
hija de Frey, Matilda (Emma Tremblay) tiene leucemia y necesita la
máquina de curación para no morir pronto. Es la causa por la que su
madre actúa y el motivo por el cual Max se sacrifica al final de la
película. Se comporta exactamente como se espera de una menor de
edad: no actúa, solo obedece; sus diálogos están diseñados para
hacer más claro y evidente (además de sentimental) el dilema al que
se enfrenta el protagonista, es decir, salvarse a sí mismo o ayudar
a que toda la humanidad progrese y viva mejor. Junto con su madre,
Matilda viene a representar a los terrícolas en conjunto: ingenua,
inocente, a la espera del salvador capaz de cambiar su destino
(sufrimiento y muerte), incapaz de actuar por su cuenta. La película
nos cuenta que la humanidad que sobrevive fuera de Elysium es así:
está a la espera del regreso del padre, la figura del
protector-benefactor, el líder natural de la manada.
Los
últimos instantes de su vida, Max los dedica a convencerse a sí
mismo de que debe obrar bien y sacrificarse para que otras personas
vivan. Se centra en Frey y Matilda y decide a su favor. Sin embargo,
la forma que tiene la película de presentarnos esta decisión es,
siguiendo la pauta de la ideología (hoy) dominante, la de una
especie de contrato. Matilda le había contado a Max una
enternecedora historia acerca de un hipopótamo que ayuda a otro
animal a comer, ante lo cual al protagonista solo se le ocurre
preguntar “¿y qué gana el hipopótamo a cambio?”. La niña,
mera vocera de ideas que no son suyas, responde “el hipopótamo
quiere un amigo”. De forma análoga, el razonamiento final de Max
es que a cambio de su vida (y puesto que su amigo del alma ha muerto
en una de las muchas escenas de acción), se ganará una amiga
(Matilda) y, de paso, se convertirá en amigo de toda la humanidad.
De nuevo son intereses personales y sentimientos los que deciden,
nunca una idea del deber, ni de la fraternidad, ni del bien común,
la voluntad general o el progreso. Es el ámbito privado del
protagonista (donde se enmarcan las chicas buenas) el que inclina la
balanza.
-
La revolución sin revolución. La película nos introduce en un
mundo capitalista llevado al extremo, un mundo en el que las
desigualdades sociales son tan grandes que las élites económicas
han tenido que crear otro espacio físico desde el que explotar y
gobernar. En el propio acto de separación (la construcción de
Elysium), no solo han modificado el mapa geopolítico y dejado
obsoleta la idea de nación (ya no parece haber países, solo dos
entidades identitarias: Elysium y la Tierrra), sino que además se
han apropiado de la política, han centralizado todas las decisiones
colectivas excluyendo de ellas a la inmensa mayoría de la humanidad
sin ningún disimulo: la tecnología y la separación física entre
ricos y pobres lo permite.
Sería
de esperar que en un contexto así, donde es tan sencillo señalar al
enemigo y posicionarse, donde ya existen potentísimas identidades
políticas (un “nosotros” y un “ellos” claramente
diferenciados), apareciese algún tipo de movimiento revolucionario
dedicado a combatir al régimen de Elysium. Sin embargo, no lo hay,
eso implicaría asumir la existencia de lugares comunes. Lo más
parecido a una oposición al régimen es la mafia de Spider, que
combina la caridad (enviar familias a Elysium para que logren curarse
antes de ser deportadas) con el negocio (venta de identidades y
plazas en la nave-patera para alcanzar el paraíso), pero desde luego
no intenta ni comprender, ni derrocar, ni tan si quiera cambiar el
régimen. Simplemente actúa en los límites de sus fronteras,
aprovecha sus fallos, saca beneficio de los puntos ciegos... Más que
una organización revolucionaria parece una ONG bastante despiadada y
lucrativa.
Precisamente,
la decisión de Spider de robar a un ciudadano de Elysium (motivación
económica) es la que desencadena el resto de acontecimientos, puesto
que sin saberlo roban el programa para reiniciar el sistema que tenía
planeado utilizar Delacourt. Y esa es, paradójicamente, la
oportunidad para la revolución: reiniciar el sistema significa que
quien esté al control de los mandos podrá rediseñarlo a su
voluntad. Es, por decirlo así, el momento constituyente de Elysium,
el momento en que se decide, entre otras cosas, quién está incluido
y quién excluido de la comunidad política. Toda revolución, en el
proceso de derribar el poder establecido, crea su propia legitimidad
y trunca la del régimen existente. Abre un espacio, una ventana de
oportunidad para que las reglas, los objetivos, las metas, etc., sean
redefinidas. Cuando Spider se da cuenta del potencial de este
programa informático que han robado, decide utilizarlo.
Pero
Spider no tiene conciencia política, es una oveja más dentro del
redil, si bien es una oveja insolente. Por eso, cuando cae en la
cuenta de que pueden “cambiar la historia”, lo único que se le
ocurre es extender el círculo de la ciudadanía: en el momento
clave, cuando Elysium se va a reiniciar, cambia la palabra “illegal”
por “legal” en el apartado “Earth Population”. Es decir,
convierte a los terrícolas, antes civiles o inmigrantes ilegales,
“homo sacer” en ciudadanos, en miembros de la comunidad política.
Así acaba la película, como diciéndonos “¡misión cumplida!”.
Extender
la ciudadanía, como es de suponer, no es moco de pavo. Implica una
serie de cambios tan importantes como inmediatos: el acceso a la
sanidad y el fin de la represión automatizada, entre otros. Sin
embargo, resulta muy ingenuo pensar que el hecho de cambiar una
palabra en un programa informático vaya a socavar y destruir las
relaciones de poder que han llevado a la humanidad precisamente a esa
situación de colonialismo global. La película nos propone una
revolución sin revolución: con apenas unas pocas víctimas que han
caído por el camino y un pequeño cambio (dos letras) de una
palabra, todo ha acabado y la humanidad vuelve a ser una, sin
divisiones. La inclusión formal de las clases subalternas dentro del
aparato político (derechos, deberes...) parece finiquitar la
cuestión. Sin embargo, nadie toca a los empresarios que se han
enriquecido a costa de matar y explotar trabajadores y trabajadoras y
que podrán seguir haciéndolo, pues los terrícolas siguen siendo
pobres. Nadie se preocupa tampoco por cambiar el sistema político.
Es como extender el sufragio en una sociedad regida por una
constitución que consagra una dictadura. En otras palabras, ¿qué
impide al aparato político de Elysium compartir algunas cosas, como
la sanidad, para seguir explotando la Tierra y a sus habitantes en su
provecho? Es más, ¿qué les impide, una vez recuperado el control
de la estación, volver a excluir de la ciudadanía a quien se les
antoje? Al no producirse un cambio de poder, la población terrícola
está, con toda seguridad, condenada a volver a la misma situación
más pronto que tarde.
Los
estadounidenses, de nuevo, han necesitado llevarse determinados
problemas actuales a un futuro improbable y lo más lejos posible, al
espacio. Ricos y pobres, miembros de pleno derecho y excluidos de la
ciudadanía, inmigrantes ilegales, pateras, muertes de familias
enteras que intentan llegar al paraíso de las oportunidades, leyes
que forman parte de los más preciados sueños del Gran Hermano,
explotación laboral, sustracción de recursos para engordar los
bolsillos de una oligarquía que parece que vive en otro planeta, la
elección del lobo (me muero de hambre o colaboro en la fabricación
de robots-policía que van a venir a por mi), represión
sistemática... Esta película no nos cuenta nada nuevo y, teniendo
en cuenta el mensaje que transmite, su éxito en taquilla no dice
nada bueno de nuestras sociedades: ¿quién quiere que gane
Delacourt, quién se siente identificado con la ciudadanía de
Elysium? Nadie, al ver la película todos nos sentimos identificados
con el protagonista y sus amigos terráqueos. Sin embargo, esa misma
gente que es capaz de soltar unas lágrimas al final de la película
por el sacrificio de Max, es la misma gente que en Texas o Nuevo
México, en Melilla o en Lampedusa, miran para otro lado. Quizá eso
es lo mejor que tiene esta película, puesto que el mensaje viene a
ser el de siempre: que se puede utilizar para medir el grado de
hipocresía de las sociedades occidentales, empeñadas en no
reconocer esa terrible verdad política que, día tras día, de una
forma o de otra, les acosa: no es posible mantener privilegios sin
ejercer de forma constante y sistemática la violencia contra quienes
no los tienen. No es posible el cielo de los elegidos sin el infierno
de los desechados.
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