lunes, 16 de julio de 2012

Violencia y no-violencia: insultos y huesos rotos.






Hay quien piensa que es la violencia la que define el poder. Dicho de otra forma: el poder lo tendría quien es capaz de ordenar a otras personas que ejerzan la violencia en su nombre. En un Estado moderno esto se traduciría en que el poder lo tienen las personas que manejan la violencia legítima. Esta adjetivación de la violencia no es baladí, ya que hace referencia a que el Estado ha monopolizado el uso de la violencia aceptada, a que se ha generado un consenso en torno a quién debe empuñar la espada.

Aún así, este esquema de interpretación se queda corto, en tanto ignora la lucha política fundamental que define al poder: la guerra de significados. Cuando un rey, una reina, un primer ministro, un presidente o una delegada del gobierno tienen poder, lo fundamental no es ver en qué medida controlan los cuerpos de represión del Estado, sino averiguar si son capaces de definir lo que es violencia y lo que no. Ahí reside el auténtico poder, ahí está el primer conflicto político.

En Madrid nos lo están recordando cada día en las calles. Ya son varios días de protestas y movilizaciones masivas, cortes de calles, visitas a las sedes del PPSOE, etc. Uno de estos días, mientras la riada de dignidad se movía de Génova a Ferraz, aparece la delegada del gobierno, la señora Cifuentes, (responsable directa del grado de violencia policial que se nos aplica día tras día), en mitad de la manifestación. Un error por su parte: durante los metros que la acompañamos hasta que se refugió en un restaurante le llovieron insultos, rimas ácidas, vituperios varios. Ningún porrazo. Por supuesto allí estaba la prensa para recogerlo todo.

Al llegar a Ferraz, la policía volvió a cargar, varias veces más. Al margen de que sus cargas cada vez imponen menos miedo, al margen de que ya no sirven para disolver a las masas sino para encolerizarlas más y obligarlas a que se desplacen y corten otras calles, al margen de todas estas pequeñas victorias, ahora interesa lo que le ocurrió a un anónimo: la policía le partió la nariz de un porrazo. Lejos de atemorizarse, el agredido se encaró el solo a los antidisturbios (curioso nombre para quien provoca disturbios) y les hizo una pregunta muy sencilla: “¿por qué me habéis roto la nariz?”. Por supuesto allí también estaba la prensa para recogerlo todo, otra cosa es qué hicieron con la información los editores, neo-censores, mercenarios de la información, etc.

Este hecho, que no parece más que otra de las macabras anécdotas sobre manifestaciones que se van haciendo cada vez más comunes, tiene su relevancia si lo utilizamos para compararlo con lo que le ocurrió a la señora Cifuentes, víctima mediática. El PPSOE no ha perdido ni un segundo en condenar la “agresión” que ha sufrido la delegada. Los medios de desinformación tardaron menos en hacerse eco. Pero lo que resulta chocante es que mientras se condenaba que la masa insultase a la responsable política de las cargas policiales, mientras se caracterizaban unas palabras malsonantes como un hecho violento, se estaba ignorando que no se tocó ni un pelo a la responsable de las detenciones, los huesos rotos y las humillaciones sangrantes. Y se estaba dejando como en un plano aparte la nariz rota de ese señor anónimo que podría ser cualquiera. Y cuando no se ignoraba abiertamente, se etiquetaba como “incidente con la policía”, dejando claro que al menos parte de la culpa la tenía la persona que sangraba de la misma forma que la violada tiene parte de la culpa de la violación por provocar.

Ahí está la clave. El poder se decide y se define antes de que lo hagan las porras. Es la guerra por el significado. Ante una carga policial, hoy por hoy, los manifestantes hemos perdido de antemano. Mediante su discurso, PPSOE, medios de comunicación capitalistas, empresarios, etc., han conseguido que las cargas policiales no se interpreten como violencia, sino como una especie de justicia en bruto: “si disparan a los manifestantes será porque algo habrán hecho (al margen de manifestarse)”. Nos proponen una definición del concepto “violencia” donde no caben las porras y las pelotas de goma (esa munición “no letal” que de vez en cuando mata), donde no hay hueco para las detenciones arbitrarias, las palizas, las humillaciones ni la incomunicación durante 48 horas. Por eso podemos decir que tienen el poder: ellos definen qué es violento y qué no. Es con esa arma con la que nos golpean y nos rompen narices y brazos en cada manifestación. El combate no solo está en las calles, también está en las palabras que nos gobiernan. Viglietti (“Solo digo compañeros”) cantó una vez que

“Papel contra balas no pueden servir
canción desarmada no enfrenta a un fusil”

Pues bien, vivimos en ese extraño lugar donde llamamos al papel “violencia” y al fusil “defensa”, a la canción “terrorismo callejero” y a las balas “justicia y orden”. Es necesario asaltar el sentido común a la vez que las calles. Cada porrazo que recibimos es el fruto de nuestro fracaso pedagógico, el fruto de una derrota anterior. Ataquemos por todos los frentes.

1 comentario:

  1. ¡Hola! Buena reflexión, sólo tenía una corrección que hacer. La canción dice "Papel contra balas no puede servir / canción desarmada no enfrenta a un fusil". Me he permitido el lujo de cambiarlo (viva la creación cooperativa).

    Se solicita reflexión sobre el ¿inherente? derecho del pueblo a rebelarse. Una vez discutimos Juan y yo sobre si en un verdadero Estado de Derecho debería ser legítimo, o necesario, el reconocimiento legal a la rebelión. Ahí lo dejo.

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