Hay quien piensa que es la violencia la
que define el poder. Dicho de otra forma: el poder lo tendría quien
es capaz de ordenar a otras personas que ejerzan la violencia en su
nombre. En un Estado moderno esto se traduciría en que el poder lo
tienen las personas que manejan la violencia legítima. Esta
adjetivación de la violencia no es baladí, ya que hace referencia a
que el Estado ha monopolizado el uso de la violencia aceptada, a que
se ha generado un consenso en torno a quién debe empuñar la espada.
Aún así, este esquema de
interpretación se queda corto, en tanto ignora la lucha política
fundamental que define al poder: la guerra de significados. Cuando un
rey, una reina, un primer ministro, un presidente o una delegada del
gobierno tienen poder, lo fundamental no es ver en qué medida
controlan los cuerpos de represión del Estado, sino averiguar si son
capaces de definir lo que es violencia y lo que no. Ahí reside el
auténtico poder, ahí está el primer conflicto político.
En Madrid nos lo están recordando cada
día en las calles. Ya son varios días de protestas y movilizaciones
masivas, cortes de calles, visitas a las sedes del PPSOE, etc. Uno de
estos días, mientras la riada de dignidad se movía de Génova a
Ferraz, aparece la delegada del gobierno, la señora Cifuentes,
(responsable directa del grado de violencia policial que se nos
aplica día tras día), en mitad de la manifestación. Un error por
su parte: durante los metros que la acompañamos hasta que se refugió
en un restaurante le llovieron insultos, rimas ácidas, vituperios
varios. Ningún porrazo. Por supuesto allí estaba la prensa para
recogerlo todo.
Al llegar a Ferraz, la policía volvió
a cargar, varias veces más. Al margen de que sus cargas cada vez
imponen menos miedo, al margen de que ya no sirven para disolver a
las masas sino para encolerizarlas más y obligarlas a que se
desplacen y corten otras calles, al margen de todas estas pequeñas
victorias, ahora interesa lo que le ocurrió a un anónimo: la
policía le partió la nariz de un porrazo. Lejos de atemorizarse, el
agredido se encaró el solo a los antidisturbios (curioso nombre para
quien provoca disturbios) y les hizo una pregunta muy sencilla: “¿por
qué me habéis roto la nariz?”. Por supuesto allí también estaba
la prensa para recogerlo todo, otra cosa es qué hicieron con la
información los editores, neo-censores, mercenarios de la
información, etc.
Este hecho, que no parece más que otra
de las macabras anécdotas sobre manifestaciones que se van haciendo
cada vez más comunes, tiene su relevancia si lo utilizamos para
compararlo con lo que le ocurrió a la señora Cifuentes, víctima
mediática. El PPSOE no ha perdido ni un segundo en condenar la
“agresión” que ha sufrido la delegada. Los medios de
desinformación tardaron menos en hacerse eco. Pero lo que resulta
chocante es que mientras se condenaba que la masa insultase a la
responsable política de las cargas policiales, mientras se
caracterizaban unas palabras malsonantes como un hecho violento, se
estaba ignorando que no se tocó ni un pelo a la responsable de las
detenciones, los huesos rotos y las humillaciones sangrantes. Y se
estaba dejando como en un plano aparte la nariz rota de ese señor
anónimo que podría ser cualquiera. Y cuando no se ignoraba
abiertamente, se etiquetaba como “incidente con la policía”,
dejando claro que al menos parte de la culpa la tenía la persona que
sangraba de la misma forma que la violada tiene parte de la culpa de
la violación por provocar.
Ahí está la clave. El poder se decide
y se define antes de que lo hagan las porras. Es la guerra por el
significado. Ante una carga policial, hoy por hoy, los manifestantes
hemos perdido de antemano. Mediante su discurso, PPSOE, medios de
comunicación capitalistas, empresarios, etc., han conseguido que las
cargas policiales no se interpreten como violencia, sino como una
especie de justicia en bruto: “si disparan a los manifestantes será
porque algo habrán hecho (al margen de manifestarse)”. Nos
proponen una definición del concepto “violencia” donde no caben
las porras y las pelotas de goma (esa munición “no letal” que de
vez en cuando mata), donde no hay hueco para las detenciones
arbitrarias, las palizas, las humillaciones ni la incomunicación
durante 48 horas. Por eso podemos decir que tienen el poder: ellos
definen qué es violento y qué no. Es con esa arma con la que nos
golpean y nos rompen narices y brazos en cada manifestación. El
combate no solo está en las calles, también está en las palabras
que nos gobiernan. Viglietti (“Solo digo compañeros”) cantó una
vez que
“Papel contra balas no pueden
servir
canción desarmada no enfrenta a un
fusil”
Pues bien, vivimos en ese extraño
lugar donde llamamos al papel “violencia” y al fusil “defensa”,
a la canción “terrorismo callejero” y a las balas “justicia y
orden”. Es necesario asaltar el sentido común a la vez que las
calles. Cada porrazo que recibimos es el fruto de nuestro fracaso
pedagógico, el fruto de una derrota anterior. Ataquemos por todos
los frentes.
¡Hola! Buena reflexión, sólo tenía una corrección que hacer. La canción dice "Papel contra balas no puede servir / canción desarmada no enfrenta a un fusil". Me he permitido el lujo de cambiarlo (viva la creación cooperativa).
ResponderEliminarSe solicita reflexión sobre el ¿inherente? derecho del pueblo a rebelarse. Una vez discutimos Juan y yo sobre si en un verdadero Estado de Derecho debería ser legítimo, o necesario, el reconocimiento legal a la rebelión. Ahí lo dejo.