Ante la pasión por los cuentos que
sienten determinados sectores de la sociedad, no puedo más que
dejarme contagiar y contar uno de mi propia cosecha. Espero, sin
embargo, que este cuento sí que tenga alguna utilidad y alguna que
otra conexión con la realidad que vivimos en el Estado español de
hoy.
Como si se tratase de una película
hollywoodiense, en el Reino estamos siendo acosados por un aterrador
peligro, los zombis. Lo que ocurre es que no es como en los
largometrajes norteamericanos, donde seres sin pulso, feos y
malolientes, devoran gente. Se trata de una invasión de “muertos
ideológicos” que se alimentan de cerebros ajenos. Y no se trata de
una única plaga, sino que se puede dividir en subcategorías. Así,
nos podemos encontrar con tele-zombis (personas que antaño tenían
una personalidad desvinculada de la televisión pero que ahora forma
un solo ser), balón-zombis (aquellas que cambiaron el intelecto por
ver rodar una pelota y unos cuantos hombres corriendo tras ella),
teo-zombis (ejército de ovejas bajo el mando de grandes patriarcas
eclesiásticos), etc. Hoy vamos a tratar de dar algunas claves para
que el mordisco de estos seres no nos convierta en infectados, para
que podamos defendernos antes de su ataque y la batalla, como diría
“El arte de la guerra”, la ganemos antes de pasar a los
mordiscos.
Pero debido al amplio número de grupos
y subgrupos que podemos encontrar, hoy nuestra atención se va a
centrar en esa subcategoría de muertos vivientes que han perdido su
personalidad, su conciencia crítica y su voluntad de cambio por unos
cuantos comentarios de autoayuda rodeados de conspiraciones y
catástrofes apocalípticas. Hablamos, pues, de los conspira-zombis,
de la gente que deambula ahora por las plazas públicas y las redes
sociales mordiendo a quién se ponga a su alcance, tratando de
convencernos de que su juglar, aquel que ha sustituido al famoso
flautista de Hamelin, es más bien un gurú, el mesías de la verdad.
Como en los antiguos cuentos de
vampiros y licántropos, da la impresión de que si matásemos al
primer loco que decidió que la realidad no era el ámbito de la
política (ojo: la realidad no abarca solo lo que existe sino también
lo que puede existir) liberaremos de golpe a los que han caído bajo
su maldición. Pero no vamos a regalarles la categoría de monstruos
ancestrales. Aunque se hayan convertido en muertos vivientes, se les
puede recuperar para la sociedad, no podemos contentarnos con
reducirlos a un “ellos” que nunca podrá estar en el “nosotros”.
Ahora bien, no hay ningún truco mágico con el que podamos contar,
habrá que armarse de bates, sierras y rifles intelectuales para
defenderse del ataque homicida de aquellos que tienen hambre de
cerebros humanos porque han regalado el suyo. Tenemos que entender
que aunque nos atacan por necesidad, no tenemos por qué dejar que
nos martiricen: debemos defendernos.
Habría que aclarar que si bien les
falta un hervor, si bien han decidido convertirse en conspira-zombis,
esta gente no tiene un problema físico que limite su inteligencia,
simplemente han decidido amordazarla y silenciarla para tratar de
ignorar la falta de coherencia y continuidad entre las ideas que
defienden, muchas de las cuales directamente se contradicen. Es una
cuestión de voluntad, como si a la hora de hacer un puzle hubiesen
acordado cerrar los ojos y no se preocupasen de encajar bien las
partes: como no les interesa el resultado final sino su propia visión
sobre el mismo, simplemente encajan unas piezas con otras
independientemente de su forma y contenido, da igual que una rana
tenga cabeza de caballo y que sobren piezas al final. En su ceguera,
a través de su imaginación, todo tiene sentido y es armónico.
Ahora bien, un ser socialmente ciego no
deja de palpar y escuchar la realidad social. Es por eso que debemos
andar siempre atentos: detrás de cualquier esquina, entre dos
arbustos de la calle o en el parque, están mimetizados con el
entrono. Estos zombis saben muy bien que para contar cuentos resulta
muy conveniente incorporar una pequeña parte de verdad en su
discurso, de tal forma que sea difícil distinguir donde acaba la
realidad y donde empieza su imaginación. Por ejemplo, es fácilmente
constatable que desde los años 60, gracias a las luchas feministas
(entre otras), el patriarcado ha tenido que dar unos cuantos pasitos
hacia detrás y cambiarse la cara para poder sobrevivir. Uno de los
efectos colaterales de estas luchas es el florecimiento de negocios
en torno a la industria del sexo: si el sexo deja de ser un tabú, no
tardan en aparecer sex-shops; si el sexo no es solo privilegio de
gente casada ni destinado únicamente a la reproducción, no tardan
en aparecer multinacionales dedicadas a la venta de anticonceptivos.
El capitalismo, firmemente unido al patriarcado y sin el cual no
sería posible, no tarda en asimilar estas nuevas tendencias y
movimientos sociales, como ha hecho con todas aquellas que ha podido
a lo largo de su historia. ¿Cómo? A través del consumo.
¿Resultado? Unas empresas empiezan a beneficiarse de la recién
conquistada parcela de libertad de hombres y mujeres (acotándola en
el proceso).
¿Por qué digo todo esto? Porque esta
es la primera característica de los conspira-zombis: le dan la
vuelta a la realidad, confunden causas y consecuencias
interesadamente. Así, para ellos no es que los movimientos
feministas se hayan desarrollado en un mundo capitalista (en nuestro
caso) con las consecuencias que eso tiene, sino que para ellos el
feminismo es el negocio del terror y la opresión, financiado por los
más ricos entre los ricos (malvados, feos y sedientos de sangre) y
por las agencias de “dominación mundial”, como la CIA. ¿Por qué
dicen estas barabaridades? Porque lo necesitan para cumplir con su
segunda característica: necesitan construir una alteridad feroz, un
enemigo insaciable, amoral y sanguinario, un Otro que de ninguna
manera pueda incluirse jamás en el “nosotros”. Por eso no paran
de hablar de cosas que no tienen ni pies ni cabeza: que si el
gobierno mundial sionista/feminista/homosexual quiere matar al 80% de
la población, que si nos ocultan a extraterrestres, que si el SIDA
no existe... Como el Otro que han construido ama el mal por el mal,
puede ocurrírsele cualquier cosa, aunque ello vaya contra sus
intereses: ¿realmente creemos que los ricos quieren matar a la
humanidad?
“Sí”, nos dicen, “porque somos
demasiados”. En su imaginación, los africanos comen demasiado, los
chinos comen demasiado y lo mismo los indios. Tratan de rescatar a
Malthus pero le cortan las piernas y los brazos: mientras que la ONU
afirma que con los recursos actuales podemos alimentar al doble de la
población planetaria simplemente redistribuyendo adecuadamente los
recursos, esta gente está convencida de que si los africanos comen
como nosotros, es decir, lo necesario para vivir y un poco más (no
hablamos de gula o de industrias de comida rápida), no nos da. Al
final, acabamos pensando que el problema es que no hay comida
(culpamos a la naturaleza) o empezamos a odiar a E.T. porque conspira
con vaya usted a saber quién para dejarnos sin nada... Todo menos
cuestionar el sistema de explotación más grande jamás construido:
entre conspiraciones, gays desalmados, feministas asesinas,
extraterrestres malvados y magos oscuros no hay lugar para el
capitalismo, es todo la misma pasta informe. Por otra parte, si bien
han sido muy conscientes del aumento de la venta de condones por cada
avance respecto al patriarcado, los conspira-zombis no son capaces de
ver que ellos mismos están beneficiando a una industria muy
concreta, la del esoterismo y el mesianismo, por lo que podríamos
lanzarles la misma acusación que arrojan con prepotencia a las
personas feministas: que están al servicio de una industria
capitalista y por tanto forman parte del enemigo. Sin embargo, no
vamos a regalarles esa simplificación del debate y la política, no
nos mueve la venganza ni las charlas de salón, sino la razón y la
justicia.
La mordedura de estos zombis
“conspiranoicos” (me acusarán de ser agente del judaísmo
internacional por utilizar ese término que es, por otra parte, tan
sencillo como acertado) actúa de la siguiente manera. Primero, el
virus ataca tu sentido común, nublándolo por completo. Empezamos a
creer que por el hecho de ser capaces de imaginarlo, algo puede ser
posible (recordemos la rana con cabeza de caballo), que porque hemos
encajado unas piezas arbitrariamente lo tenemos todo hecho. Entonces
entramos en la fase de pérdida, de la que luego cuesta muchísimo
salir. A base de significantes vacíos, estos zombis crean unos
marcos conceptuales que arraigan profundamente en el modo de pensar
de las víctimas. Estos marcos conceptuales, a veces cómicos de tan
patéticos, empiezan a ganar más fuerza que los propios hechos hasta
el punto que nos permiten rechazar la realidad aunque nos golpee en
la cara. Por ejemplo: el establecimiento de estatuas decorativas de
pingüinos por las calles de Madrid no les incita a pensar por qué
decoran nuestras calles mientras no hay dinero para salud y
educación, no se interrogan sobre si el escultor o la empresa que
tiene patentados los derechos pingüiniles son de la cuñada o el
cuñado de Esperanza Aguirre o Ana Botella. No, como su marco
conceptual predominante es el de la “conspiración permanente”,
es mucho más fácil sentenciar (ni si quiera preguntarse) que forma
parte de una conspiración, ojo, “para homosexualizar a la gente”.
El marco, por muy inverosímil que sea, se mantiene. Los hechos
rebotan: ¿acaso no siguen pensando buena parte de la población que
Irak y Al-Qaeda son la misma cosa y tienen armas de destrucción
masiva?
Si no fuese bastante dramático
podríamos sonreír ante las formas que tienen de tratar de rescatar
la homofobia y el machismo maquillándolos, rodeándolos de palabras
bonitas, de motivos loables. Pero esto no resulta nada sorprendente:
a lo largo de la historia han sido muchos los grupúsculos que han
tratado de crear tablas de leyes sociales (incluidas las sexuales) y
naturales, con inflexibles etiquetas otorgadas por el autodenominado
Moisés de turno, y que para gurú y seguidores tienen relación
directa con la Verdad. Y toda ortodoxia, por supuesto, requiere de
herejes para que los sacerdotes puedan sancionar el desviacionismo.
Creen, por ejemplo, que “masculinidad” y “feminidad” no son
construcciones sociales y que, inevitablemente, todos nos
convertiremos de forma natural en lo que ellos definen como
“masculino” o “femenino” cuando dejen de oprimirnos las
feministas (suponemos que antes de ellas no existía opresión ni
conflicto... valiente punto de vista androcéntrico). Este tipo de
planteamientos no hacen más que visibilizar el hecho de que el
problema lo tienen ellos (machos alfa en decadencia), por mucho que
lo intenten trasladar a ellas (las personas feministas). Quieren
proteger esa masculinidad fuente de privilegios sociales, pero se les
escapa entre los dedos...
Sin embargo, esta gente
parece olvidarse de una cosa importantísima amargamente aprendida
durante el siglo XX: la “comprensión” de la “naturaleza” del
ser humano y los campos de concentración están íntimamente
relacionados. Para los conspira-zombis, todos los judíos, los ricos
conspiradores, las feministas, los y las homosexuales... no son
humanos de la misma categoría y dignidad que ellos. Son el homo
sacer, seres desechables, espectros que no hacen otra cosa que
encarnar el mal, el “ellos” en el que se refleja el “nosotros”
como contraposición. Además, al considerar la maldad como algo
esencial caen en el reduccionismo de la barbarie: si la maldad forma
parte de la esencia del Otro, la única solución posible es su
eliminación...
Acusan a feministas y
homosexuales de querer imponer su sexualidad al resto de personas
(¿por qué harían tal cosa?), tanto desde abajo como desde arriba.
Tratan de ocultar así que son ellos los que quieren imponer un tipo
de sexualidad y una concepción concreta de qué es una mujer o qué
es un homosexual. Son ellos los que pretenden rescatar la vieja
masculinidad amenazada, y lo hacen con tanta insistencia que uno no
puede dejar de sentir lástima: da la impresión de que simplemente
se juntan para reafirmar una masculinidad trasnochada, injusta y
opresiva que ya no aguanta el debate público y solo sirve para
retroalimentarse en círculos privados. Podríamos decir que se trata
de discursos de autoayuda que más bien automutilan, eso sí, con una
agradable sensación de rebeldía y victoria. A las personas
feministas no nos importa demasiado que a nivel privado se comporten
como machistas decimonónicos, siempre que a las personas que
participen en el juego les haga felices. El problema es que nos lo
tratan de imponer a todas las personas escudándose en que no son
ellos, sino que es la naturaleza la que lo manda. Con esta excusa
cogen a las mujeres y las subtitulan, les roban la voz y la capacidad
de autodefinirse, porque ellas no saben lo que son, no saben lo que
dicen.
Resulta bastante gracioso,
esto sí, cómo partiendo de planteamientos judeocristianos, como la
construcción del mundo en base a dicotomías simplistas en el que
siempre se deja uno de los términos contrapuestos en el lado
perdedor, tratan de negar el holocausto (no critican la
monopolización del dolor por los judíos, sino que cuestionan la
existencia del holocausto en sí), tratan de criminalizar al
judío/israelí/sionista (distintas formas del mal que son lo mismo
para ellos), tratan de convencernos de que el Papa es satánico (¿?),
de que los comportamientos de hombres y mujeres son extremos opuestos
(machos alfa – princesas), etc. Es el hijo que mata al padre con el
hacha de leñador que este le enseñó a usar en su juventud. De tal
palo... Pero es inútil tratar de dibujar una naturaleza humana que
intente dar cuenta del comportamiento de cualquier ser humano
despreciando lo cultural. El desierto teórico del que hacen gala no
es más que una estrategia para tratar de salvaguardar sus cadenas
(esa masculinidad tradicional). No serán ni los primeros ni los
últimos en fracasar.
En su empeño por subrayar
la alteridad, en su construcción de ese gran ogro feo y maloliente
que representa al mal, los feminismos, echan la culpa a estos
movimientos de todo tipo de problemas contra las que no se combatiría
si no hubiesen existido: la imposición de roles de género, la
criminalización de la sexualidad, la reproducción del mito del
hombre-cazador-insacialbe que debe ser controlado para que no
satisfaga violentamente sus apetitos... La fuente del
conservadurismo, la fuente de la que estos muertos ideológicos
parecen mamar, es la responsable de este tipo de cosas. Si algo
caracteriza a los feminismos es la lucha por una identidad de género
libre, no sometida a prejuicios, no jerarquizadora en favor de lo
masculino ni de lo femenino, emancipadora y no opresiva. Sin embargo,
como ya sabemos, esto les da igual: en su cabeza el puzle es hermoso
y está completo, feminismo y hembrismo son la misma cosa. Condenan
lo que constantemente practican y para librarse de la paradoja le
cambian el nombre. No tienen respeto ni por si mismos: denuncian la
homosexualidad como una patología (¡y se enmascaran a la vez con
palabras de respeto y tolerancia!), la marca del diablo, la señal de
que te has dejado seducir por el lado oscuro, un peligro para la
especie. No pueden tolerar que hombres y mujeres decidan actuar
libremente y saltarse los roles sociales que tan celosamente
mantienen calentitos los conspira-zombis para el resto de la
población. Prefieren que los hombres sigamos reprimiendo en nosotros
todo aquello que han catalogado de femenino y lo correspondiente para
las mujeres, hablan de sexualidad libre pero sancionan a todo aquel
que experimente con su sexualidad al margen de los cánones del macho
y la hembra.
Su visión de las mujeres
como seres frágiles, inestables, necesitadas de protección e
irracionales está dedicada a construir una mística masculina por
oposición (ellas son no-hombres) que les haga necesarios, que
complete a las mujeres porque no son nada sin los hombres. Hay que
protegerlas, por cierto, de otros hombres como ellos: son como una
mafia, generan una necesidad de seguridad y por un módico precio
(subordinación de un sexo al otro) la satisfacen. La alternativa es
la muerte política: si nos resistimos nos atacan tildándonos de
generadores de odios y rencores inexistentes, nos llaman nazis. Así
se defienden: escudados en sus marcos conceptuales, simplemente
niegan la realidad y a todo aquel que trate de explicarla sin
cuentos. Es un viaje que no tiene fin. Pero al hacer todo esto, al
jugar con esta idea de machos alfa en constante competición, están
abriendo las puertas al Estado capitalista para que meta las narices
y ejerza un mayor control sobre grupos e individuos. No es extraño
escuchar comentarios como “gracias a las putas hay menos
violaciones”. Es el destino ineludible del macho, repartir la
semilla a las buenas o a las malas.
Nos encontramos ante una
categoría de zombis bastante especial que, lejos de ser consciente
de su condición, anda con una prepotencia tan grande como su
disposición a dejarse llevar por la imaginación. Los
conspira-zombis son auténticos expertos en ir sustituyendo la
realidad por ideas que definen a su antojo. Es lógico, pues, que
acaben creyendo que simplemente cambiando un par de ideas cambiarán
el mundo: ciertamente lo harán, pero no más allá de las fronteras
de su cabeza. Su tendencia es a modificar la mentalidad de los
oprimidos y no la situación de opresión, por lo que si quisiésemos
hacer un análisis politológico en clave marxista quizá deberíamos
comenzar por delimitar bien la función que cumplen estas
“conspiranoias” como instrumento de clase al servicio de los
intereses capitalistas.
Hablamos de gente que no
tiene muy claro lo que defiende, que se guía más bien por impulsos
y prejuicios (además de por los precarios marcos conceptuales que
han construido), que se defienden a sí mismos atacando antes que
poner a prueba sus ideas con argumentos. Todo buen razonamiento les
ofende, ya que corre el riesgo de ser capaz de desnudar al emperador:
por eso siempre tratan de abordar a individuos que se sienten
rechazados o dispuestos a vivir en otro planeta. El mundo que han
creado para ellos mismos es un orgulloso refugio contra la
mediocridad de su condición (una mezcla entre lo que nos depara el
capitalismo y su propia tendencia individual al aislamiento
sectario), así es como son capaces de reinar sobre la humanidad
entera.
Esto desemboca en un miedo
muy justificado hacía movimientos emancipatorios como el marxismo:
estos paradigmas tienen la irritante capacidad de devolvernos al lodo
de lo real y no dejarnos indiferentes. Pero no veremos a ningún
zombi reconocer estos miedos, estos odios infantiles, por lo que no
les queda otra que confesar sus propias pesadillas y fantasías más
pueriles. Redactan novelas de terror para evitar ser lo que ya son:
muertos ideológicos. De hecho, son tan incoherentes que después de
lanzar una campaña contra Marx y los marxistas (como no tienen ni
idea de qué hablan solo pueden atacar sus figuras: no comía
verdura, era burgués y judío, etc.), después de tratar de
esencializar el mal (exactamente como hizo Hitler en el “Mein
Kampf”) en ese “movimiento judío internacional” que dicen que
es el marxismo, han tenido que aceptar gran parte de sus supuestos y
su vocabulario para no verse apeados de los discursos
contra-hegemónicos: la crisis económico-política ha hecho
inevitable que asuman parte del discurso anticapitalista, sin tener
muy claro, evidentemente, que es eso de capitalismo. Si atacan el
marxismo aunque no lo puedan esquivar no es más que porque necesitan
desembarazarse de todos aquellos sistemas de ideas que introducen
dudas, que ponen en tela de juicio aquello que defienden. Solo así
se lo pueden tomar en serio. Prefieren condenar a la humanidad al
absurdo, a la nada, antes que cuestionar sus propias ideas. Prefieren
recurrir al relativismo más rastrero (“este es mi punto de vista y
aquel es el tuyo y están en condiciones de igualdad,
independientemente de la realidad material y social que nos rodee”)
antes que asumir que alguien fuera de su “nosotros” pueda
enseñarles algo, incluso contradecirles con razón.
Todo lo que no se ajusta al
patrón conspira-zombi es, para ellos, un resultado y a la vez un
generador de odios y resentimientos. Es otro intento vano por
convertir la reflexión crítica en una patología: los que les
contestamos no tenemos ni razones ni argumentos, solo víscera y
malos sentimientos. Es una absoluta simplificación del mundo de la
política: al final, las luchas por el poder, salvo en su
especialísimo caso, tienen como única finalidad el propio ejercicio
del poder. Establecido este esquema barato, solo queda ir etiquetando
a todas los movimientos y teorías emancipatorias (menos la suya) e
ir colocándolas en la casilla de “conspirando por el poder
global”.
Construyen impresionantes
muros de mistificaciones morales y afectivas donde encerrar a la
mitad de la humanidad que, si bien no sirven al intelecto, son
extremadamente eficaces para construir identidades solidarias (el
“nosotros”). Se trata de armas de guerra discursivas. Cubren
viejos prejuicios con nuevos velos que nos condenan a seguir siendo
masa expropiada y dependiente, hombres y mujeres condenados a “ser
como tienen que ser” por imperativo natural (imperativo que solo
ellos han visto como iluminados que son). Como la mayor parte de
estos gurús que propagan la cultura zombi de la conspiración son
hombres (probablemente también la mayoría de sus adeptos), es
inevitable pensar que el especial desprecio que muestran estos
muertos ideológicos por feministas y homosexuales es fruto de la
inseguridad respecto a la propia masculinidad: condenados a cumplir
con un esquema muy estricto de lo que debe ser un macho, sabiendo que
no pueden serlo, sienten miedo y lo proyectan contra quienes
cuestionan la utilidad de los roles de género caducos. No en vano
han rescatado el discurso patriarcal que venía a echarnos la bronca
porque, desde los 70, las feministas hemos convertido a las mujeres
en hombres y que, por nuestra culpa, se está perdiendo la sana
virilidad de nuestros padres y abuelos: resulta cuanto menos
asombroso que sean los dominadores y no las dominadas los que tengan
miedo, que sean ellos los que vienen a quejarse de que ellas no ponen
suficiente de su parte. Cumplen la norma según la cual cuanto más
inseguro se siente un hombre respecto a su virilidad, más se fija en
el comportamiento de las mujeres, mientras que son los que están más
seguros de su masculinidad los que se muestran más tolerantes y
comprensivos con otros comportamientos sexuales y otras formas de
concebir los géneros. No es que los muertos ideológicos tengan
miedo a aprender una lección histórica evidente (que los hombres no
son por naturaleza superiores en ningún sentido ni existen
diferencias entre un sexo y otro que justifiquen la desigualdad),
sino que le tienen pánico a dejar de ser la piedra angular de la
vida de ellas: tienen miedo a la independencia de las mujeres y a los
hombres que apoyan esta independencia. Los conspira-zombis prefieren
seguir poseyendo el cuerpo de las mujeres (para protegerlas, amarlas,
etc., parece todo muy bonito) a la par que el sistema de producción
posee los suyos durante tiempos de paz o el Estado en tiempos de
guerra o de estado de excepción. Es comprensible: pertenecer a esa
raza de grandes cazadores y no ser el que trae la mayor parte del
dinero a casa o incluso tener que ocuparse de limpiar el retrete debe
ser duro. No debe extrañarnos que se conviertan en tipos violentos
y/o desagradables. Y que las mujeres que no asumen su posición
sumisa con una sonrisa sean estigmatizadas y borradas del campo
político (convertidas en “feminazis” no tienen nada que decir,
solo pueden desaparecer).
Las personas que no pensamos
como ellos somos agentes del odio, agentes del enemigo u ovejas
desinformadas. No pueden aceptar que pensemos distinto, no son
capaces de comprender que las preguntas que se hacen no pueden llevar
a buen puerto: si te preguntas algo como “¿qué aspecto tienen los
hiperbóreos que viven bajo tierra?” estás asumiendo de entrada
que existe tal cosa. Sus preguntas no sirven para interrogarse, sino
para sentenciar sin argumentar. Y sus palabras mienten: hablan de
emancipación pero hace falta ser idiota o profundamente deshonesto
para hacerlo evitando cuestionar una de las formas de opresión más
antiguas: el patriarcado. Hace falta ser corrupto en términos
ideológicos para tildar de nazis a quienes buscan la emancipación
tanto del hombre como de la mujer. Hace falta tener mucho
resentimiento para aceptarlo acríticamente. Cuando defienden sus
privilegios masculinos, cuando pretenden diseñar a las mujeres como
seres sumisos, necesitados de protección y paternalismo, seres a los
que mirar con condescendencia... no hacen más que tejer más fuerte
su propia trampa. Son siervos arrogantes. Ayudan al sistema
capitalista (patriarcal) a echar balones fuera, condenándose a sí
mismos y al resto de la sociedad a seguir oprimidos, explotados,
expoliados, reprimidos...
En fin, compañeros y
compañeras, aunque hay mucho más que decir sobre los
conspira-zombis, este cuento ya se ha acabado. Confiemos en que si
bien esto no solucionará nada, ayude a aquellas personas confundidas
o confundibles a dotarse de armas defensivas para no caer en la
muerte ideológica. Que la razón nos ampare.
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