lunes, 23 de septiembre de 2013

Música y ciencias sociales (III): pensamiento positivo. La Polla Records, "Día positivo".

Voy a encarar el día con actitud positiva:
luce el sol y cantan los pajarillos. 
Los hombres salen hacia el trabajo 
modernos esclavos de un mal salario. 
Unas chavalas van para el mismo sitio 
a cobrar menos para que otros hagan turismo.

En fin, no jodo yo por nada mi día positivo, 
problemas sociales de raíces muy profundas, bla, bla, bla... 

En el cielo un avión de la OTAN, 
a saber donde irá a echar ese las bombas. 
Después algún locutor idiota 
dirá a los muertos que todo ha sido una broma, ja, ja, ja.

En fin, no jodo yo por nada mi día positivo, 
razones políticas y causas muy complejas.....yo qué se. 

¡Hombre! Un carro de los maderos, 
mira tú en qué se gasta el dinero.
¿Para qué pagar los putos impuestos?
¿Para que algún día nos hostien los vagos estos?

En fin, por nada jodo...
(vaya puta mierda 
pues menuda mierda)
mi día positivo 
(vaya puta mierda 
pues menuda mierda 
una puta mierda 
cuatro veces mierda 
vaya puta mierda 
pues menuda mierda 
una puta mierda 
ocho veces mierda). 


Pensamiento positivo. Todo está en tu mente. Querer es poder, sólo hay que desearlo. Imagina el camino, visualízalo. Para que te pasen cosas buenas, hay que ser optimista. Los pensamientos negativos atraen la mala suerte. Todo funciona mejor con una sonrisa. El secreto está dentro de ti, no culpes a los demás. Eres poderoso, puedes recorrer el camino tú solo, no necesitas a nadie. Deshazte del lastre que te impide alcanzar el éxito. Ser feliz depende exclusivamente de ti. Y un largo etcétera.

A estas alturas todas nos hemos encontrado con este tipo de planteamientos. De hecho, desde que el ser humano es ser humano hemos utilizado el pensamiento mágico para aliviar la incertidumbre sobre el futuro, para animarnos, para tratar de mantener vínculos con los muertos, para crear lazos comunitarios, para ir más confiados a la entrevista de trabajo... Ahora bien, ninguno de nuestros antepasados tuvo que enfrentarse a una cultura hegemónica como la nuestra. Poco a poco se ha construido un mito en torno a la figura del individuo que nos permite entenderlo como algo separado de su entorno, como un Robinson en su isla. Individuo es, según este punto de vista, un todo separado de la realidad social. La sociedad o bien no existe porque solo existen los contactos entre Robinsones, o bien es el escenario de batalla por la supervivencia porque el hombre es un lobo para el hombre. Es una forma de fundamentalismo: el individuo se ha convertido en una persona “liberada” de todo deber con la comunidad, es una persona que se hace a sí misma. Es ante todo, un ser egoísta para el cual el resto de seres humanos son siempre un medio y nunca un fin.

Ante la ruptura de los vínculos sociales tradicionales (el capitalismo disuelve hasta lo que es sólido: familias, iglesias, partidos, sindicatos, comunidades políticas....),  ante la concepción de lo social como el ámbito de la competencia despiadada y ante la dificultad de construir un contra-poder capaz de disputar la hegemonía, muchísimas personas se han creído abandonadas en el desierto del individualismo y han actuado en consecuencia: se han armado de vídeos y panfletos de autoayuda; han roto amistades y familias para perseguir sus sueños; han cogido el sobre antes de que lo hiciese otro. ¿Cómo no dejarse llevar por la imponente fuerza de la corriente? Hagámoslo pues, afrontemos la vida con actitud positiva, sonriendo, dispuestos a que nada ni nadie nos haga infelices pase lo que pase, porque podemos, tenemos la fuerza dentro:


Voy a encarar el día con actitud positiva:
luce el sol y cantan los pajarillos. 
Los hombres salen hacia el trabajo 
modernos esclavos de un mal salario. 
Unas chavalas van para el mismo sitio 
a cobrar menos para que otros hagan turismo.

En el cielo un avión de la OTAN, 
a saber donde irá a echar ese las bombas. 
Después algún locutor idiota 
dirá a los muertos que todo ha sido una broma, ja, ja, ja.

Eso es, hace un día estupendo, hermoso, el sol nos acaricia y las aves canoras nos deleitan con sus dulces melodías. Paseemos por la calle o miremos por la ventana contentos de estar felices, de ser capaces de disfrutar de lo que hay. Todos y todas podemos hacerlo. Ahora bien, las personas no ven lo mismo cuando miran hacia el mismo lugar: Evaristo no ve gente maravillosa andando felizmente sin más, sino que ve trabajadores y trabajadoras sometidas a un sistema productivo indecente en el que además se van superponiendo las injusticias y las estructuras de explotación (capitalismo y machismo en este caso). No ve solo el cielo azul de una mañana de verano, sino que también se fija en el avión de la OTAN. Uno puede alegrarse mucho de escuchar a los pajaritos o puede entristecerse porque recuerda que hace unos años había el doble de aves cantarinas, puede asumir lo que hay como inevitable o sentirse responsable (en tanto que miembro de una comunidad política) porque no hay otra cosa. Es decir, cuando uno mira puede acabar viendo hechos (es hermoso cómo cantan los pájaros), pero si se esfuerza además puede ver problemas, conflictos, política (si esto sigue así, ¿habrá pájaros dentro de unos años?). Pero no hay problema, esas personas, nos dice el dogma individualista, solo tienen que esforzarse más para ser felices, la ignorancia es tan solo la vía rápida y sencilla. Aunque veamos los problemas, todos podemos hacer como Evaristo e intentar olvidarnos del nosotros y convertirlo en un solitario yo-mi-me-conmigo:

En fin, no jodo yo por nada mi día positivo, 
problemas sociales de raíces muy profundas, bla, bla, bla... 

En fin, no jodo yo por nada mi día positivo, 
razones políticas y causas muy complejas.....yo qué se. 

Al no haber sociedad, al ser el análisis y la búsqueda de alternativas tan complejos, se adopta el desconocimiento como escudo para no tener que reflexionar, no digamos ya posicionarse ante un problema dado. Se racionaliza el atroz egoísmo. Entonces la huida se produce hacia adelante: los vínculos sociales se sustituyen con altas dosis de individualismo “yomismista” en el que el yo y el entusiasmo son la clave. Si proyecto una imagen de éxito y lo hago con entusiasmo, tendré una vida exitosa. Si proyecto una imagen de felicidad seré feliz porque me ocurrirán cosas felices. Tengo que convencerme a mi mismo de que soy feliz para serlo. Para ello aparece la industria de la autoayuda, dispuesta a brindarnos todo tipo de terapia “fast food” para que sigamos adelante, para que asumamos que el problema es nuestro, que nosotros provocamos el llanto de los niños y también los huracanes (acumulación de pensamientos negativos). Podemos incluso llegar más allá y, dependiendo de lo que consumamos, empezar a creer que nuestros deseos son realidades tangibles: decir que el SIDA no existe o que se cura comiendo maní, que podemos sustituir la comida por meditación y luz solar... El individualismo y el pensamiento positivo se entroncan con el postmodernismo más aberrante y arrojan como resultado una herramienta de control social nada desdeñable: un mecanismo autodisciplinario que nos lleva a soportar con una sonrisa el proceso productivo, a implicarnos emocionalmente en nuestra propia explotación.

Ya lo dijo Mario Monti, modelo de político para el régimen: un trabajo estable y fijo es “aburrido”, lo bueno es trabajar un mes acá, estar dos en paro y luego viajar aracullá para trabajar dos días por un sueldo miserable. Monti no hace más que verbalizar las necesidades de los mercados, seas quienes sean, pero lo importante de esta frase es la forma que ha elegido para “convencer” a las víctimas del terror mercantil. La clave es que la escasa estabilidad y seguridad lograda por décadas de luchas populares es aburrida y por tanto negativa. Eso no se puede consentir -piensa Monti- porque el trabajador no busca un puesto de trabajo para obtener un salario que le permita cubrir sus necesidades básicas, sino que lo busca para ser feliz: la autorrealización solo puede darse en el puesto de trabajo. La felicidad solo te la puede dar un empresario y ese empresario hoy nos dice que hay que adaptarse a las exigencias de la competitividad. Y lo dice preocupado por nuestro bien, por nuestra felicidad... No puedo evitar acordarme de aquel anuncio de una multinacional de calzado deportivo en el que aparecía Bruce Lee con una flamante sonrisa advirtiéndonos: “be water my friend”. Si metes agua en una jarra, se convierte en jarra, si la metes en una taza de té, se convierte en una taza de té. Sé agua. Adáptate a lo que demanda una institución injusta y totalitaria, cubre las necesidades del más fuerte y hazlo con una sonrisa.

¡Hombre! Un carro de los maderos, 
mira tú en qué se gasta el dinero.
¿Para qué pagar los putos impuestos?
¿Para que algún día nos hostien los vagos estos?

Es posible que si les hubiésemos puesto juntos en ese momento, el Bruce Lee de la marca deportiva  y Evaristo nos hubiesen proporcionado una batalla épica. Porque Evaristo no está conforme, por mucho que lo intente no puede olvidarse del hecho de que no hay individuo sin sociedad, de que vivir en una comunidad política y por tanto como algo más que animales implica una serie de relaciones y una serie de derechos y deberes. Cuando en una manifestación nos topamos con la policía, poco importa la cantidad de flores y de sonrisas que llevemos con nosotros. Poco importa que la violada sonría al violador o que el negro salude efusivamente al nazi: no hay secreto para “liberarse” de la sociedad, de las relaciones de poder, del deber y la responsabilidad. Evaristo no se engaña y no culpa a la falta de positividad ni a quienes han traído el conflicto donde antes solo había aparente paz: él mismo es responsable, en tanto miembro de la sociedad, de que los policías agredan a quienes teóricamente defienden, pero no por las emociones que siente y que desprende, sino porque contribuye a pagar el salario de los agresores. Y ante este hecho, se pregunta qué puede hacer, completando así la gran transformación: con los ojos de la cara ha visto el hecho, el furgón de policía, con los de la razón, con la conciencia política, ha visto una maraña de relaciones sociales cuyo efecto es la violencia impune de unas personas sobre otras, la institucionalización de la banalidad del mal (“solo cumplía órdenes”), la defensa de un régimen injusto, la forma de Estado de excepción permanente que necesita la oligarquía para obtener mayores tasas de beneficio. La felicidad, piensa Evaristo, no depende de mi como individuo, sino de mi como miembro de la comunidad. No es síntoma de buena salud el ser feliz en una sociedad enferma, injusta, explotadora.

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