El PP, al cual podemos acusar de muchas
cosas relacionadas con la violencia, el descaro y la corrupción, nos
ha demostrado de nuevo que cuenta con auténticos estrategas en lo
que se refiere a la lucha política. En este caso se trata de la más
que probable remodelación de la Puerta del Sol, una plaza en pleno
centro de Madrid.
A priori podría parecernos que no
tiene nada de político el decidir quitar unos adoquines de una plaza
y poner en su lugar terrazas, árboles y un kiosko. Podríamos pensar
que una medida como esta no tiene otro motivo que el de hacer más
agradable o más aprovechable una de las plazas más turísticas de
la ciudad. En las terrazas podrá sentarse cualquiera a la sombra y
tomarse algo; en el kiosko podrá comprar sus periódicos favoritos
para informarse; los árboles aportarán frescor, aire más limpio y
mayor belleza.
¿Nada más que analizar? A muchas
personas seguro que les surgen varias preguntas: ¿por qué Sol? ¿Por
qué ahora? ¿Qué hay en Sol hoy que disgusta? La medida de levantar
adoquines y cambiar el aspecto y la utilidad de la plaza no se debe
solo a al color del suelo, al calor que hace en verano o a la falta
de distribuidores de prensa en el entorno. Tampoco es una cuestión
ecológica: la ciudad seguirá siendo la misma poza contaminante
aunque tenga cuatro árboles más. Entonces, ¿por qué en plena
época de recortes y ahogo presupuestario un ayuntamiento como el de
Madrid decide reformar una plaza como esta?
La respuesta hay que buscarla más allá
de adoquines, árboles, kioskos o terrazas, más allá de lo
aparente, de lo confesado o explicitado. Desde hace más de un año,
la Puerta del Sol se ha convertido en un símbolo político: las
movilizaciones ciudadanas que se iniciaron el 15M ven en Sol el
punto, lugar y momento, en el que dejaron de estar solas, en que
dejaron de ser invisibles. Es el lugar geográfico en el que comenzó
un nuevo movimiento informe que trata de unificar las distintas
luchas, las distintas demandas, que busca aumentar la conciencia
política de la ciudadanía. Fue el epicentro de un clamor social que
hoy está haciendo temblar los cimientos más sólidos del sistema
político-económico del reino. Es el lugar al que tarde o temprano
volvemos para reencontrarnos de nuevo en la calle, en movimiento, en
lucha. Es la plaza en la que arrimamos los hombros, en la que nos
demostramos las unas a los otros que sí se puede poner en jaque a la
oligarquía capitalista, que es nuestro deber.
Es esto lo que el ayuntamiento pretende
remodelar. Pretende, entre otras cosas, arrancar un símbolo político
a un movimiento que es capaz, al menos en potencia, de construir un
discurso contra-hegemónico. El PP pretende obtener una victoria
simbólica que la policía no está siendo capaz de propiciarles: si
la gente se empeña en reclamar la calle como lugar de reunión para
hacer política, si se empeñan en ocuparla con ideas,
reivindicaciones, exigencias y, sobre todo, dignidad, habrá que
demostrarles que el timón lo tienen otros. Y vaya si lo tienen, el
pueblo no tienen nada que decir. La medida significa que la plaza de
Sol no puede seguir dedicada a tratar de construir una ciudadanía
efectiva. Como ya venía advirtiéndonos el PSOE antes, las calles no
son para juntarse, desarmar tiranías o hacer política, están para
consumir. Esa es la auténtica remodelación que se está
proponiendo: pasar de la dignidad a la hermosa y moderna sumisión a través de nuestros deseos consumistas.
El relato casi les sale redondo: ahora
acusan a la izquierda de no ser ecologista, “¿en qué cabeza cabe
oponerse a que planten unos árboles?” Así nos han introducido en
un juego en el que, hagamos lo que hagamos, parece que no podemos
ganar: si aceptamos la reforma de la plaza, perdemos un espacio
público. Inmediatamente será privatizada y destinada exclusivamente
al consumo ocioso, turístico, hedonista. Eso, de paso, supone una
buena imagen de la ciudad ante “los mercados”, porque ya sabemos
que las protestas y las vías alternativas al canibalismo los asustan
y pueden hundir el barco en el que, nos dicen, vamos todos... Por
otro lado, podemos rechazar la medida. Entonces, por la magia del
lenguaje característico de los dos partidos mayoritarios, el PP (y
sus voceros) nos convertirán en locos incoherentes que ayer querían
más árboles y hoy, como lo dice la derecha, ya no. Aprovecharán y
se enfundarán el disfraz de demócratas ecologistas, defenderán que
el único ecologismo posible es el capitalismo “verde”. Y creerán
que su brillante estrategia ha triunfado de nuevo, que pase lo que pase ya es una victoria haberle arrancado al contrincante uno de sus símbolos, el significado de la Puerta del Sol.
Los “pensadores” del PP que han
urdido esta estratagema han visto perfectamente en qué consiste la
primera lucha política: en la apropiación y utilización de
símbolos, significantes y significados. Lamentablemente para ellos,
ya no se enfrentan a una sociedad adormecida por los miedos y las
esperanzas del postfranquismo, sino a ciudadanos y ciudadanas que han
comprendido que sin una auténtica transición todo seguirá teñido
de sangre y lejos de nuestro alcance, seguiremos siendo menores de
edad, siervos que esperan que su amo no sea muy duro con el látigo y
los diezmos. Quitarnos un símbolo, sin embargo, no logrará acabar
con nosotras ni ayudará a mejorar la imagen de la ciudad: no vamos a
permitir que ganen la batalla por las palabras ni la batalla por las
calles. Si no podemos entrar en Sol, iremos a otra plaza a exigir que
se vayan. Es muy difícil tratar de estrangular algo que no tiene
forma y es soberanamente complicado tratar de borrar la realidad a
base de espectáculo e imágenes. Si no es en Sol, puede que nos
veamos en Neptuno. ¿Construirán un atractivo foso democrático y
ecológico en torno al Congreso para que no molestemos a los
comerciantes de la zona (incluidos los que se hacen llamar políticos), para que los
turistas puedan pasar a hacerse fotos y buscar el león capado?
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